Rusia y el mundo policentrado
Guido Fernández Parmo
La caída de la Unión Soviética hizo creer a muchos intelectuales occidentales que la Historia había llegado a su fin: el mundo sería uno solo, globalizado y unipolar.


Crear uno, dos, tres mundos: Rusia y el mundo policentrado


Uno, Dos, Tres mundos
La caída de la Unión Soviética hizo creer a muchos intelectuales occidentales que la Historia había llegado a su fin: el mundo sería uno solo, globalizado y unipolar. Con el cambio de siglo, esta idea se encontró con tres fracturas en apenas diez años: en Rusia asumía su presidencia Vladimir Putin, en China Xi Jinping y en América Latina un conjunto de presidentes que compartían la necesidad de romper con la hegemonía Atlántica (EEUU + Europa).

Había que crear uno, dos, tres mundos que descentraran tanto a los flujos económicos como a las decisiones políticas que el Occidente capitalista había impuesto desde los años 1990. La Unión Económica Euroasiática (UEE), propuesta por Rusia, y la Iniciativa delCinturón y la Ruta de la Seda, propuesta por China, permiten recuperar lo que Sergéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, ha llamado, en el 74º encuentro de la Asamblea General de la ONU, realizada en Nueva York hace tres meses, el mundo “policentrado”.

La idea de un mundo “policentrado” está en el corazón del proyecto de Vladimir Putin, siendo uno de los ejes principales de su política internacional. Podemos resumir esta idea a partir de tres fracturas: la simbólica, la económica y la digital.




Un puente: la fractura simbólica
El mundo policentrado no es, sin embargo, una mera fragmentación. Rusia y China están trabajando hace tiempo en reforzar sus relaciones económicas, culturales, tecnológicas y políticas, hasta el punto de que, en los últimos seis años, Vladimir Putin y Xi Jinping se reunieron unas 30 veces. Símbolo de esta estrategia fue la inauguración, en noviembre de 2019, del puente que cruza el río Amur, uniendo los dos países a través de las ciudades Blagoveshchensk (Rusia) y Heihe (China). El proyecto, que permitirá un tráfico comercial más fluido entre ambos países, representa una fractura simbólica que busca reforzar las históricas relaciones culturales entre Rusia y China, así como entre otros países asiáticos, sin la mediación europea y norteamericana. Mientras que bajo los ojos de Occidente es un puente demasiado lejos, si descentramos nuestra mirada, se trata de un acontecimiento que marca una “nueva era”, tal como lo expresó Xi Jinping en la XI Cumbre de los BRICS realizada el pasado noviembre en Brasilia.


Un gasoducto: la fractura económica
En la misma línea se encuentra El Poder de Siberia, un gasoducto de 8.000 kilómetros que une el este de Siberia y el noreste de China y que se acaba de inaugurar a partir de un acuerdo firmado en 2014 entre la Corporación Nacional de Petróleo de China y la gigantesca Gazprom rusa. A través de esta vía, China podrá importar 5.000 millones de metros cúbicos de gas, cifra que se incrementará a 38.000 millones en cuatro años. El Poder de Siberia fortalece todavía más las relaciones entre ambos países, profundizando una tendencia que ya hizo a Rusia el principal proveedor de petróleo de China, desplazando a Arabia Saudita. El Poder de Siberia representa una fractura energética y económica, que se aleja del eje Atlántico. El mundo comienza a tener un contrapeso.

Por otro lado, la Unión Económica Euroasiática es otro ejemplo de los esfuerzos de Rusia por descentrar el mundo. Compuesta por Armenia, Kazajistán, Bielorrusia, Kirguistán y Rusia, se trata del bloque económico más importante después de la caída de la Unión Soviética, reuniendo a unos 184 millones de habitantes. El 22 de mayo de 2014 Rusia firmó el “Tratado de Astaná” (por la capital de Kazajistán), días después de un acuerdo energético con China.

La creación en 2014 de esta unión representa un viraje en la propia decisión de Rusia de entrar, en 2012, a la Organización Mundial del Comercio, de fuerte impronta liberal. Apenas dos años más tarde, Rusia mostraba que su integración al orden global no iba a seguir sumisamente los postulados del liberalismo económico ni del modelo democrático liberal. Rusia retomaba, así, el viejo proyecto de la “modernidad alternativa” que tanto China como la Unión Soviética habían proyectado.


Una red: la fractura digital
En espejo a estas uniones, ambos países firmaron un acuerdo para que la empresa telefónica Huawei ayudara a construir la red 5G en Rusia. En junio de este año, Xi Jinping visitó en San Petersburgo a su contraparte rusa, Vladimir Putin, para que la empresa china firmara un acuerdo con MTS de Rusia. MTS (Mobile TeleSystems) es el mayor proveedor de telefonía celular en Rusia, Ucrania y Armenia, con más de 100 millones de usuarios. El encuentro se produce poco después de que Estados Unidos y Europa pusieran en una lista negra Huawei, acusándola de espionaje.

Ante el peligro de quedarse sin el sistema Android, proporcionado por la empresa norteamericana Google, Huawei miró inmediatamente hacia su vecina Rusia, específicamente al sistema operativo, con base en Linux, “Aurora OS”. “Aurora OS” es desarrollado por la compañía Open Mobile Platform, poseída en un 75 por ciento por la compañía estatal rusa de telecomunicaciones Rostelecom.

Estos proyectos se orientan a lo que China ya ha realizado con su propia red de internet, con el gigantesco WeChat, la red social QQ y el explorador Baidou. Se trata de alcanzar cierta autonomía digital, tanto en la producción de los bienes materiales (computadoras y teléfonos), como en la de bienes inmateriales (softwares, información, conocimiento). En el mundo actual, esta independiencia resulta fundamental, por razones económicas y de seguridad nacional, sobre todo a partir del espionaje que la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU realizara a empresas como Google, Facebook y Apple en el año 2003.

Con estas fracturas digitales, Rusia y China advierten sobre la parcialidad de la tecnología y nos dan una lección filosófica acerca de cómo el desarrollo tecnológico está directmente asociado a la política.


Cambiar la mirada
La entrada de Rusia y China al escenario mundial rompió con la hegemonía occidental que postula la democracia liberal y el libre mercado en tanto imperativos incuestionables. Esto da lugar a un mundo policentrado que redefine algunos ejes fundamentales de la existencia: el económico, el político y el tecnológico.

Estas fracturas tienen repercusiones insospechadas para nuestra región. El contrapeso que Rusia y China generaron en la hegemonía mundial modifica las relaciones de poder de EEUU en nuestra región, convirtiéndose en aliados estratégicos indispensables para los gobiernos que todavía luchan por una Latinoamérica libre y justa.
Crear uno, dos, tres mundos: Rusia y el mundo policentrado


Uno, Dos, Tres mundos
La caída de la Unión Soviética hizo creer a muchos intelectuales occidentales que la Historia había llegado a su fin: el mundo sería uno solo, globalizado y unipolar. Con el cambio de siglo, esta idea se encontró con tres fracturas en apenas diez años: en Rusia asumía su presidencia Vladimir Putin, en China Xi Jinping y en América Latina un conjunto de presidentes que compartían la necesidad de romper con la hegemonía Atlántica (EEUU + Europa).

Había que crear uno, dos, tres mundos que descentraran tanto a los flujos económicos como a las decisiones políticas que el Occidente capitalista había impuesto desde los años 1990. La Unión Económica Euroasiática (UEE), propuesta por Rusia, y la Iniciativa delCinturón y la Ruta de la Seda, propuesta por China, permiten recuperar lo que Sergéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, ha llamado, en el 74º encuentro de la Asamblea General de la ONU, realizada en Nueva York hace tres meses, el mundo “policentrado”.

La idea de un mundo “policentrado” está en el corazón del proyecto de Vladimir Putin, siendo uno de los ejes principales de su política internacional. Podemos resumir esta idea a partir de tres fracturas: la simbólica, la económica y la digital.




Un puente: la fractura simbólica
El mundo policentrado no es, sin embargo, una mera fragmentación. Rusia y China están trabajando hace tiempo en reforzar sus relaciones económicas, culturales, tecnológicas y políticas, hasta el punto de que, en los últimos seis años, Vladimir Putin y Xi Jinping se reunieron unas 30 veces. Símbolo de esta estrategia fue la inauguración, en noviembre de 2019, del puente que cruza el río Amur, uniendo los dos países a través de las ciudades Blagoveshchensk (Rusia) y Heihe (China). El proyecto, que permitirá un tráfico comercial más fluido entre ambos países, representa una fractura simbólica que busca reforzar las históricas relaciones culturales entre Rusia y China, así como entre otros países asiáticos, sin la mediación europea y norteamericana. Mientras que bajo los ojos de Occidente es un puente demasiado lejos, si descentramos nuestra mirada, se trata de un acontecimiento que marca una “nueva era”, tal como lo expresó Xi Jinping en la XI Cumbre de los BRICS realizada el pasado noviembre en Brasilia.


Un gasoducto: la fractura económica
En la misma línea se encuentra El Poder de Siberia, un gasoducto de 8.000 kilómetros que une el este de Siberia y el noreste de China y que se acaba de inaugurar a partir de un acuerdo firmado en 2014 entre la Corporación Nacional de Petróleo de China y la gigantesca Gazprom rusa. A través de esta vía, China podrá importar 5.000 millones de metros cúbicos de gas, cifra que se incrementará a 38.000 millones en cuatro años. El Poder de Siberia fortalece todavía más las relaciones entre ambos países, profundizando una tendencia que ya hizo a Rusia el principal proveedor de petróleo de China, desplazando a Arabia Saudita. El Poder de Siberia representa una fractura energética y económica, que se aleja del eje Atlántico. El mundo comienza a tener un contrapeso.

Por otro lado, la Unión Económica Euroasiática es otro ejemplo de los esfuerzos de Rusia por descentrar el mundo. Compuesta por Armenia, Kazajistán, Bielorrusia, Kirguistán y Rusia, se trata del bloque económico más importante después de la caída de la Unión Soviética, reuniendo a unos 184 millones de habitantes. El 22 de mayo de 2014 Rusia firmó el “Tratado de Astaná” (por la capital de Kazajistán), días después de un acuerdo energético con China.

La creación en 2014 de esta unión representa un viraje en la propia decisión de Rusia de entrar, en 2012, a la Organización Mundial del Comercio, de fuerte impronta liberal. Apenas dos años más tarde, Rusia mostraba que su integración al orden global no iba a seguir sumisamente los postulados del liberalismo económico ni del modelo democrático liberal. Rusia retomaba, así, el viejo proyecto de la “modernidad alternativa” que tanto China como la Unión Soviética habían proyectado.


Una red: la fractura digital
En espejo a estas uniones, ambos países firmaron un acuerdo para que la empresa telefónica Huawei ayudara a construir la red 5G en Rusia. En junio de este año, Xi Jinping visitó en San Petersburgo a su contraparte rusa, Vladimir Putin, para que la empresa china firmara un acuerdo con MTS de Rusia. MTS (Mobile TeleSystems) es el mayor proveedor de telefonía celular en Rusia, Ucrania y Armenia, con más de 100 millones de usuarios. El encuentro se produce poco después de que Estados Unidos y Europa pusieran en una lista negra Huawei, acusándola de espionaje.

Ante el peligro de quedarse sin el sistema Android, proporcionado por la empresa norteamericana Google, Huawei miró inmediatamente hacia su vecina Rusia, específicamente al sistema operativo, con base en Linux, “Aurora OS”. “Aurora OS” es desarrollado por la compañía Open Mobile Platform, poseída en un 75 por ciento por la compañía estatal rusa de telecomunicaciones Rostelecom.

Estos proyectos se orientan a lo que China ya ha realizado con su propia red de internet, con el gigantesco WeChat, la red social QQ y el explorador Baidou. Se trata de alcanzar cierta autonomía digital, tanto en la producción de los bienes materiales (computadoras y teléfonos), como en la de bienes inmateriales (softwares, información, conocimiento). En el mundo actual, esta independiencia resulta fundamental, por razones económicas y de seguridad nacional, sobre todo a partir del espionaje que la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU realizara a empresas como Google, Facebook y Apple en el año 2003.

Con estas fracturas digitales, Rusia y China advierten sobre la parcialidad de la tecnología y nos dan una lección filosófica acerca de cómo el desarrollo tecnológico está directmente asociado a la política.


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La entrada de Rusia y China al escenario mundial rompió con la hegemonía occidental que postula la democracia liberal y el libre mercado en tanto imperativos incuestionables. Esto da lugar a un mundo policentrado que redefine algunos ejes fundamentales de la existencia: el económico, el político y el tecnológico.

Estas fracturas tienen repercusiones insospechadas para nuestra región. El contrapeso que Rusia y China generaron en la hegemonía mundial modifica las relaciones de poder de EEUU en nuestra región, convirtiéndose en aliados estratégicos indispensables para los gobiernos que todavía luchan por una Latinoamérica libre y justa.
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