Nicolás Olivari, creador de obras literarias que retrataron la porteñidad
Oscar Oriolo
No podía estar ausente, un poeta porteño como él, de la musa ciudadana y escribió la letra de algunos tangos: el primero se llamó "Tengo Apuro", que hizo con Enrique González Tuñón y Antonio Scatasso para ser cantado en "Un auxilio en la 34"...


Diego Arzeno, más conocido como Nicolás Olivari, nació en Buenos Aires el 8 de septiembre de 1900 y allí falleció el 22 de septiembre de 1966. Poeta, periodista y escritor.

Desde muy joven abrazó la carrera periodística colaborando en "Crítica", "El Pregón", "Noticias Gráficas", "Reconquista", "La Epoca", "El Laborista", "Democracia", como crítico teatral y a veces desempeñándose como jefe de redacción. También lo hizo en revistas varias y radios.

En colaboración con los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón o solo, escribió para el teatro: "Un Auxilio en la 34", que fue la primera y estrenada en 1927 en el "Nuevo", "Amargo Exilio", "Tedio", "Irse", "La pierna de plomo", "Cumbres Borrascosas", "El regreso de Ulises", "Dan tres vueltas y luego se van", y con Roberto Valenti escribió para la radio "Hormiga Negra" y "El Morocho del Abasto", ésta última llevada al cine posteriormente.

Tradujo asimismo numerosas obras del teatro europeo.

A pesar de su labor periodística y teatral su nombradía la logró en los libros, especialmente en los que volcó su sentir poético.

El primero que dio a luz fue "La Amada Infiel", libro de versos aparecido en 1924, después fue dando a la imprenta, en verso o en prosa, "La Musa de la mala pata", "El gato escaldado", "Diez poemas sin poesías", "Los poemas rezagados", "Pas de quatre"; los cuentos: "Esta noche es nuestra", "La mosca verde", "El Almacén", "El hombre de la baraja y la puñalada", y el collar de estampas porteñas, "Mi Buenos Aires Querido", su obra póstuma.

No podía estar ausente, un poeta porteño como él, de la musa ciudadana y escribió la letra de algunos tangos: el primero se llamó "Tengo Apuro", que hizo con Enrique González Tuñón y Antonio Scatasso para ser cantado en "Un auxilio en la 34"; entre otros se destacan "Cuarenta Entradas" con música de José López Ares y el popularísimo "La Violeta" que grabó Carlos Gardel. Otros con su seudónimo los musicaron: Cobián, Visca, Di Sarli, Donato, De los Hoyos, Pecci, etc.

Respecto al último citado tango y su grabación por Gardel, dijo lo siguiente: "A pesar de mi intensa vida de periodista, nunca tuve la suerte de conocer personalmente a Carlos Gardel. La letra de "La Violeta" la escribí en un mesón antiguo de este Buenos Aires, comiendo con Cátulo Castillo, por una apuesta y nació al hilo, entre los spaghettis y el vino. Primeramente lo grabó Maida y luego Gardel; para mí es un motivo de orgullo personal esta distinción sin igual. Fue Cátulo quien se encargó de hacerlo grabar".



Canción con olor a tabaco, a nuestra buena señora de la improvisación

I

Santa Señora absurda de linotipia
con un mono sabio cabe tu regazo,
el retruécano oye de mi melancolía
y como buena efigie no le hagas caso.


II

Como Titio Livio, santo catedrático,
empeñé mi día en la buena acción,
resultó señora, ¡caso matemático!,
he aquí señora, justa relación...


III

Nuestra tuerta musa, la que uso a diario
encontrose a sueldo en un diario serio,
¡qué triste es Señora, para el foliculario
ver crecer al hijo de sus adulterios!...


IV

Café de poetas con caras de perro.
-«Este es un necio, aquél un carcamal»,
-«Y de ese Olivari, ¿qué opinan?, me aferro
a la crítica, ese mocito es un informal...»


V

Me siento, un poco triste, para escuchar,
mientras dejo paso a mi hipocondría:
-«Ese muchacho va de yerro en yerro...»
-«¡Mozo! medio litro, pero bien frappé.»
-...«puesto que ni figura en la Antología
del Señor Doctor Don Julio Noé...»


VI

Esta noche vago como un alma en pena
y como siempre en busca de la buena acción
encontré un zaguán ¡oh! ¡tu luz de luna llena!
y resueltamente rebalsé el portón.


VII

La prostituta alzando su grupa
en la palangana se despatarra,
el pobre poeta se calza su chupa
y en la ceniza del amor esgarra...


VIII

Para la tristeza téjeme una cuerda,
téjeme una cuerda de humo sutil,
téjeme una cuerda con la frágil cerda
de tu voluta endeble, ¡ilusión de dril!...


IX

Entre la musa estéril y la camaradería
entre las Revistas y la corrección formal
me he quedado, hermanos, sin mercadería
y casi creo ser intelectual...


X

Humo de inconstancia ábreme tu anillo
para la pirueta del salto mortal,
mientras tú existas, rubio cigarrillo,
mi alma peregrina ensayará volar...


XI

(Menos mal que fumo
el árido tabaco del rencor en grumo...)


XII

Tiéndete en la cuerda del humo que fumo
-alma peregrina tu pena esfumina-
álzate el faldín montgolfiera de humo,
-alma peregrina puedes columpiarte-
o la cuerda floja, loca danzarina
puede que te sirva para extrangularte...

 

La dactilógrafa tuberculosa

Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
-rosicler en los huesos de su cara granulada,
y ganchuda su israelita nariz ya transparente...

Esta pobre yegua flaca y trabajada,
con los dedos espátulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar...

Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler,
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer!

Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos,
¡qué dolor profundo!

Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir...

Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear...)

 

Extracto ecléctico de las partes más notables de la larguísima carta a la amada que devolvió el correo

¡Oye!... pero, claro, las vías te impulsan,
¿cómo negarse a su fatalismo geométrico?
pero oye, ¿ves a la musa,
que compasiva se acopla
a la posterior silueta del poeta peripatético
con una tristeza cansina de copla
cribando la noche?

Amada, vos estás en estado de frío,
-¡Oh!, pero esto no es un reproche-
si en vos es estado de gracia,
como le cuadra a ella, ¡Dios mío!
su trashumancia lacia...

Tu condición amada mía,
era la de trotacalles,
pero mil pequeños detalles
te hacían una virgen de cerería.

Eras en tu infortunio, peligrosa,
porque tu condición lata
de económica «Traviata»
te hizo ser la musa tuberculosa
de mi mala pata...

Tu tos era un detalle,
-tu tos, tu bárbara tos-
y tu bárbara afición a la calle,
-... bueno, la calle nos seducía
infiel amada mía
por igual, a los dos...

Otro detalle: las ruidosas lacas
de los collares,
las cosas pobri-lujosas de los bazares,
que al abrazarte pinchaban como las púas...
Y tus ojeras violetas
y el amor a los que llamabas tus poetas
¡y eran payadores atacados de romanzas!...
Bueno, nada de chanzas...
Amabas en las tardes de garúa
los valses migratorios de Leo Fall,
y junto al mate, para tu mal,
te hubieras entregado, arrecida
de un frío brutal que nunca marra,
al que te lagrimease en la guitarra:
«Pobre mi madre querida».

(En mis huesos el frío me obliga a blasfemar,
pero el tuyo es el frío sentimental.)

¿Llevas siempre tu cuello desnudo?
¿y la nuca rapada?
¡Te vas a enfermar!
y ese será el suceso.
Tu cuello, ¡ah!, ¡tu cuello exprofeso
para el crimen pasional!
El organito callejero
concretaba tu pasión filarmónica
y en mi ansia de tu beso,
-a riesgo de entuertarme en tu sombrero-
columbraba tu perfil...
¿En qué lejana excavación hallaron el marfil
de tu carita a la Verónica?

Amabas los perfumes más violentos
con tendencia al grito
y preferencia al desmayo,
y por vía de ensayo
en la mohosa claridad de acuario
de los cines de extramuros,
mi mano modeló en tus razgos duros
la virgen de cerería
a que aludía
mi anterior hipocondría...

(No es hipocondría,
-¡Oh! novia dolorosa, ¡oh dulce amada infiel!
es melancolía...
...¡Ah!... ¡no volverte a ver...!)

Pero en la atmósfera viciada
de los cinematógrafos,
sólo podrán tus biógrafos
íntuirte amada,
porque en las salas de espectáculos
de la ciudad
comenzó tu enfermedad,
-prenuncio de mi suicidio en tinta-
la gran guignolesca cinta
de mi amor sentimental,
filmada en tu tabernáculo...

Detalles hay: Tu amor a la naturaleza
eminentemente urbana:
junto a la reja colonial
del conventillo de arrabal
había una maceta.

¡Oh! pobre flor que nunca florecerá,
no llegará el sol al inquilinato...
En un mismo sino la vida nos entierra:
la amada enferma por la ciudad,
la flor que nunca florecerá,
y mi taciturnidad...
¡ay dura tierra!...

Pero esto era antes, mucho, mucho antes...
pero ante estas vías
-las calles, ¡cuán distantes!-
presiento tu presencia
en las trashumancias mías...
Porque en nuestros sesgados paseos,
-que mi ironía silencia-
o bien era un charco que salvaba el salto
o bien era el espejismo del asfalto,
o bien era una plaza con árboles feos,
mas gozamos de raras voluptuosidades:
barrios nuevos con húmedas plazas
y perfiles vagos de incubadas razas
en el pozo cegado de las ciudades...

(¡Buenos Aires! cuna del mundo, cuna
de mi sensibilidad...
Ella era como una luna
pequeña
en mi vida,
y tú ofendida,
la mataste, ¡oh mi ciudad!)

Pero en venganza
tendré un frac flojo de charlatán de feria,
y seré hábil en las inútiles artes de los vagabundos,
con un clavo torcido violaré baúles-mundos
y he de tallar tu imagen en mi bastón sin contera:
Un perfil enfermizo a lo Willette
para apoyar la renguera
que le copié a Choulette.

Con mi viejo cortaplumas de cabo de cuerno
—19→
el amor perdido se fijará para in eternum:
He grabado tu nombre en las ventanillas
de todos los tranvías de mi ciudad
para entregarte al ludibrio de la popularidad.
El somnoliento pasajero en su recuerdo afásico
incorporará tu nombre al de las heroínas
populacheras de sus recuerdos clásicos:
Julieta, Juana de Arco, Mimí, Lady Macbech...

Te oigo toser en la noche como un llamado
y no podré alcanzarte... ¡no podré!
en la ciudad hay cenáculos, mujeres..., el pozo está cegado
me atan, me atan con el hilo flojo de mi bambolla
sentimental
donde llorosa se hamaca esta criolla
suave pereza de mi ciudad...

¡Ah pero un día sollozaré
siguiendo tus huellas
que en sesgo suicida ya van!

...¡como marchan las estrellas
en la abandonada vía!...

Amada mía
si vives todavía
y no estás con ellas,
te tendré que matar...

 

El tenor atónico

Pier María Giró della Valle
desafina su «arieta» constante
en la cual una luna menguante
le hace guiños a un paje de miel.
(Varietés de mi cine de barrio
donde el asco de vivir solitario
nos obliga a huir de la calle
y en el cine acampar nuestro bártulo infiel...)

El sensual propietario del cine
por dos pesos que afloja a despecho
le gestiona al tenor «do» de pecho
¡inhallable, infructuosa gestión!
Ya en la sala no zumba una mosca
Pier María tritura «La Tosca»
con la mano envarada sobre el corazón.

A la gente aburre el concierto,
Pier María se ahorca en un gallo
y un señor a quien pisan un callo
resopla un arpegio en tono mayor.
Pier María se esfuerza en su arieta
y a lo lejos su boca semeja la grieta
por donde se escabulle el espectador.

El pobre tenor desafina «a piacere»
su voz engolada resiste el esfuerzo
y con angustia ya ve que el almuerzo
de mañana es un mito irreal.
La gente bosteza y no aplaude
y alguno murmura del fraude.
¡Caramba! también si a eso lo llaman cantar...

Pier María se ahoga en su intento,
la canción en su escala de asma
raras muecas elásticas plasma,
Dios mío, ¡cuándo irá a terminar!
La sala murmura, la gente se enoja
se ve que no saben de la estría roja
que el pobre tenor dejó al salivar...

 

Nuestra vida en folletín

¡Claro! nos hemos pasado la vida por los cinematógrafos,
tu amor tenía las dulzuras tortuosas de las heroínas
de Cecil B. de Mille,
y nos estremecimos juntos ante los revólveres de los ínclitos cow-boys,
y cuando Perla White estaba a punto
de caer bajo las garras de aquel tipo de bigotito de traidor
temblábamos en idéntica emoción...
Tu alma de estrella fracasada
y mis miméticos gestos de artista sin contrata,
trasvasaban la pantalla
a la platea suburbana.
Vivimos cien vidas misteriosas
en la encrucijada de las probabilidades,
en el ómnibus de doble piso de la casualidad,
y ardiendo en amores irreales
fuistes esclava, reina, gigolette y burguesa
y yo fui Hernani y boxeador...
Cómo hemos violado la naturaleza
-pues tú eras una muchachita de arrabal
y yo un muchacho haragán
escandalosamente sentimental-,
ella se vengó haciéndonos representar
el melodrama de nuestro mutuo amor
a menos de 0'50 la sección.
Todo se complica en la ficción
de nuestras tardes filmadas,
-matinée y sección Vermouth-
y en nuestras poses norteamericanas
cruza el caramelero,
el don Juan de la boletería,
que te daba entradas gratis
y aquel viejo huraño que nos miraba con risa de eunuco
o de jubilado de moralidad.
Y toda la triste tristeza de los arrabales porteños
cuando nuestro frío se refugiaba
en el cinematógrafo que era nuestro hogar.
Tus ancas quedaron infecundas
de tanto plegarse a las butacas
y el hijo se nos escabulló en la boletería.
Todo el argumento novelable
de tu beso en la oscuridad
no tenía originalidad,
plagio de una industria disfrazada de arte,
cuando el deseo nos sacudía
y por un momento el amor
de que hablan mis compañeros de redacción
llegaba a nuestras almas,
encendía la llamarada darwiniana
al compás del piano onanista
que se masturbaba siempre con el mismo vals,
nuestro espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Perdimos cinco años en las plateas,
-los cinco años que perdí
en el Colegio Nacional-
para amarnos con gusto de película
y atmósfera de ácido carbónico
enhebrada en el piano afónico.
Con todo te quería,
-muchachita enferma y tan flaca-
pese a Edison y a su dramaturgia,
pero las butacas
eran tan estrechas y nuestra sensualidad tan ancha
que el espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Rebalzamos las fronteras de la realidad
y nos encontraremos en las películas futuras
cuando el cinematógrafo
sea el arte del porvenir.
Yo, ¿por qué? leía libros en los entreactos
y tú no hacías más que soñar
y ya no nos pudimos encontrar.
Suelo pasar las tardes de mi melancolía
en aquel sucio cinema
que gastamos tanto
y me ilusiono vibrando en argumento
como esperando el momento
de oír tu tos:
acomodador
que me señala que ya llegaste
al cinematógrafo del recuerdo
donde el que pasa las cintas
se llama Dios.

 

Los amores albinos

¿Qué sol blanco cegó tus pupilas?
¿Qué absurda niebla pintaba tu faz?
¿Quién diablos te hizo los dientes lilas
y te recompuso ese antifaz?

¡Cómo te quiero, albina! Porque eres diferente;
porque el arco amarillo de tus cejas es tal,
que parece un paréntesis donde cabe la gente
que felizmente ya no es normal...

Tu cuerpo tiene el blanco de los muertos extraños
de los que se aburrieron de melancolía;
tu blancor es un filtro de quién sabe qué daños
y ciudadanos son los ritos de tu hechicería.
—60→

¡Cómo te quiero, albina! ¿Con qué letra de tango
celebraremos nuestros absurdos esponsales?
¡Eres la única musa de tan alto rango
y dignificas hasta los orinales!

¡Qué bello es pasear junto a tu flanco
y ver la cara de pasmo de los burgueses!
¡Ah! si no saben que eres el sol blanco
que, Josué borracho, detengo con mis eses...

Tus cabellos, con el color ámbar de mi boquilla,
son la cosa más triste de aqueste mundo;
tus cabellos me sirven de presilla
para que no se me caiga el dolor vagabundo...

Tu voz es amarilla como las cubiertas
de las novelas francesas «vient de paraitre»
tu voz es mi rabia que me tiene alerta
de la estupidez constitucional del medio ambiente.
Musa amarilla, barro de puertos
que vuelcan la angustia viajera,
la angustia de todos aquellos que han muerto
y no tienen más corona que tu pelambrera.

¡Eppa de los muertos anónimos y no hay caso!
de aquellos que tuvieron el lujo siniestro
de estirar en la Morgue sus cuatro retazos
de miembros simiescos...

Repliego en tu helada constancia postrera
-constancia que agría tu faz de rodaja-
el agrio limón de mi loca manera:
grotesco descarte de inútil baraja.

¿Verán mis hermanos, los líricos locos,
la mordaz preceptiva que ayunta
mis rizos rebeldes a tus pajisos copos
para seguir por la vida tirándola en yunta?

¡Albina! destiñe tu humor ceniciento,
agrupa tu aurora boreal en mi nuca,
yo soy el orgullo tenaz, macilento,
que de falsa modestia contigo se estuca.

¡Albina! acopla tus miembros helados al cuerpo,
que ha tiempo olvidaba el ingrato rescoldo
del bello ideal, el pobre está muerto
debajo de un toldo:
la roja bandera...

Cómo sube el frío de tu cuerpo en mi cuerpo, ¡oh! albina,
¡Oh vivir infeliz!
¡Qué frío!... Esto, amiga, termina...
dormir...
dormir...


(Selección de poemas del libro "La musa de la mala pata")

Diego Arzeno, más conocido como Nicolás Olivari, nació en Buenos Aires el 8 de septiembre de 1900 y allí falleció el 22 de septiembre de 1966. Poeta, periodista y escritor.

Desde muy joven abrazó la carrera periodística colaborando en "Crítica", "El Pregón", "Noticias Gráficas", "Reconquista", "La Epoca", "El Laborista", "Democracia", como crítico teatral y a veces desempeñándose como jefe de redacción. También lo hizo en revistas varias y radios.

En colaboración con los hermanos Enrique y Raúl González Tuñón o solo, escribió para el teatro: "Un Auxilio en la 34", que fue la primera y estrenada en 1927 en el "Nuevo", "Amargo Exilio", "Tedio", "Irse", "La pierna de plomo", "Cumbres Borrascosas", "El regreso de Ulises", "Dan tres vueltas y luego se van", y con Roberto Valenti escribió para la radio "Hormiga Negra" y "El Morocho del Abasto", ésta última llevada al cine posteriormente.

Tradujo asimismo numerosas obras del teatro europeo.

A pesar de su labor periodística y teatral su nombradía la logró en los libros, especialmente en los que volcó su sentir poético.

El primero que dio a luz fue "La Amada Infiel", libro de versos aparecido en 1924, después fue dando a la imprenta, en verso o en prosa, "La Musa de la mala pata", "El gato escaldado", "Diez poemas sin poesías", "Los poemas rezagados", "Pas de quatre"; los cuentos: "Esta noche es nuestra", "La mosca verde", "El Almacén", "El hombre de la baraja y la puñalada", y el collar de estampas porteñas, "Mi Buenos Aires Querido", su obra póstuma.

No podía estar ausente, un poeta porteño como él, de la musa ciudadana y escribió la letra de algunos tangos: el primero se llamó "Tengo Apuro", que hizo con Enrique González Tuñón y Antonio Scatasso para ser cantado en "Un auxilio en la 34"; entre otros se destacan "Cuarenta Entradas" con música de José López Ares y el popularísimo "La Violeta" que grabó Carlos Gardel. Otros con su seudónimo los musicaron: Cobián, Visca, Di Sarli, Donato, De los Hoyos, Pecci, etc.

Respecto al último citado tango y su grabación por Gardel, dijo lo siguiente: "A pesar de mi intensa vida de periodista, nunca tuve la suerte de conocer personalmente a Carlos Gardel. La letra de "La Violeta" la escribí en un mesón antiguo de este Buenos Aires, comiendo con Cátulo Castillo, por una apuesta y nació al hilo, entre los spaghettis y el vino. Primeramente lo grabó Maida y luego Gardel; para mí es un motivo de orgullo personal esta distinción sin igual. Fue Cátulo quien se encargó de hacerlo grabar".



Canción con olor a tabaco, a nuestra buena señora de la improvisación

I

Santa Señora absurda de linotipia
con un mono sabio cabe tu regazo,
el retruécano oye de mi melancolía
y como buena efigie no le hagas caso.


II

Como Titio Livio, santo catedrático,
empeñé mi día en la buena acción,
resultó señora, ¡caso matemático!,
he aquí señora, justa relación...


III

Nuestra tuerta musa, la que uso a diario
encontrose a sueldo en un diario serio,
¡qué triste es Señora, para el foliculario
ver crecer al hijo de sus adulterios!...


IV

Café de poetas con caras de perro.
-«Este es un necio, aquél un carcamal»,
-«Y de ese Olivari, ¿qué opinan?, me aferro
a la crítica, ese mocito es un informal...»


V

Me siento, un poco triste, para escuchar,
mientras dejo paso a mi hipocondría:
-«Ese muchacho va de yerro en yerro...»
-«¡Mozo! medio litro, pero bien frappé.»
-...«puesto que ni figura en la Antología
del Señor Doctor Don Julio Noé...»


VI

Esta noche vago como un alma en pena
y como siempre en busca de la buena acción
encontré un zaguán ¡oh! ¡tu luz de luna llena!
y resueltamente rebalsé el portón.


VII

La prostituta alzando su grupa
en la palangana se despatarra,
el pobre poeta se calza su chupa
y en la ceniza del amor esgarra...


VIII

Para la tristeza téjeme una cuerda,
téjeme una cuerda de humo sutil,
téjeme una cuerda con la frágil cerda
de tu voluta endeble, ¡ilusión de dril!...


IX

Entre la musa estéril y la camaradería
entre las Revistas y la corrección formal
me he quedado, hermanos, sin mercadería
y casi creo ser intelectual...


X

Humo de inconstancia ábreme tu anillo
para la pirueta del salto mortal,
mientras tú existas, rubio cigarrillo,
mi alma peregrina ensayará volar...


XI

(Menos mal que fumo
el árido tabaco del rencor en grumo...)


XII

Tiéndete en la cuerda del humo que fumo
-alma peregrina tu pena esfumina-
álzate el faldín montgolfiera de humo,
-alma peregrina puedes columpiarte-
o la cuerda floja, loca danzarina
puede que te sirva para extrangularte...

 

La dactilógrafa tuberculosa

Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
-rosicler en los huesos de su cara granulada,
y ganchuda su israelita nariz ya transparente...

Esta pobre yegua flaca y trabajada,
con los dedos espátulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar...

Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler,
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer!

Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos,
¡qué dolor profundo!

Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir...

Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear...)

 

Extracto ecléctico de las partes más notables de la larguísima carta a la amada que devolvió el correo

¡Oye!... pero, claro, las vías te impulsan,
¿cómo negarse a su fatalismo geométrico?
pero oye, ¿ves a la musa,
que compasiva se acopla
a la posterior silueta del poeta peripatético
con una tristeza cansina de copla
cribando la noche?

Amada, vos estás en estado de frío,
-¡Oh!, pero esto no es un reproche-
si en vos es estado de gracia,
como le cuadra a ella, ¡Dios mío!
su trashumancia lacia...

Tu condición amada mía,
era la de trotacalles,
pero mil pequeños detalles
te hacían una virgen de cerería.

Eras en tu infortunio, peligrosa,
porque tu condición lata
de económica «Traviata»
te hizo ser la musa tuberculosa
de mi mala pata...

Tu tos era un detalle,
-tu tos, tu bárbara tos-
y tu bárbara afición a la calle,
-... bueno, la calle nos seducía
infiel amada mía
por igual, a los dos...

Otro detalle: las ruidosas lacas
de los collares,
las cosas pobri-lujosas de los bazares,
que al abrazarte pinchaban como las púas...
Y tus ojeras violetas
y el amor a los que llamabas tus poetas
¡y eran payadores atacados de romanzas!...
Bueno, nada de chanzas...
Amabas en las tardes de garúa
los valses migratorios de Leo Fall,
y junto al mate, para tu mal,
te hubieras entregado, arrecida
de un frío brutal que nunca marra,
al que te lagrimease en la guitarra:
«Pobre mi madre querida».

(En mis huesos el frío me obliga a blasfemar,
pero el tuyo es el frío sentimental.)

¿Llevas siempre tu cuello desnudo?
¿y la nuca rapada?
¡Te vas a enfermar!
y ese será el suceso.
Tu cuello, ¡ah!, ¡tu cuello exprofeso
para el crimen pasional!
El organito callejero
concretaba tu pasión filarmónica
y en mi ansia de tu beso,
-a riesgo de entuertarme en tu sombrero-
columbraba tu perfil...
¿En qué lejana excavación hallaron el marfil
de tu carita a la Verónica?

Amabas los perfumes más violentos
con tendencia al grito
y preferencia al desmayo,
y por vía de ensayo
en la mohosa claridad de acuario
de los cines de extramuros,
mi mano modeló en tus razgos duros
la virgen de cerería
a que aludía
mi anterior hipocondría...

(No es hipocondría,
-¡Oh! novia dolorosa, ¡oh dulce amada infiel!
es melancolía...
...¡Ah!... ¡no volverte a ver...!)

Pero en la atmósfera viciada
de los cinematógrafos,
sólo podrán tus biógrafos
íntuirte amada,
porque en las salas de espectáculos
de la ciudad
comenzó tu enfermedad,
-prenuncio de mi suicidio en tinta-
la gran guignolesca cinta
de mi amor sentimental,
filmada en tu tabernáculo...

Detalles hay: Tu amor a la naturaleza
eminentemente urbana:
junto a la reja colonial
del conventillo de arrabal
había una maceta.

¡Oh! pobre flor que nunca florecerá,
no llegará el sol al inquilinato...
En un mismo sino la vida nos entierra:
la amada enferma por la ciudad,
la flor que nunca florecerá,
y mi taciturnidad...
¡ay dura tierra!...

Pero esto era antes, mucho, mucho antes...
pero ante estas vías
-las calles, ¡cuán distantes!-
presiento tu presencia
en las trashumancias mías...
Porque en nuestros sesgados paseos,
-que mi ironía silencia-
o bien era un charco que salvaba el salto
o bien era el espejismo del asfalto,
o bien era una plaza con árboles feos,
mas gozamos de raras voluptuosidades:
barrios nuevos con húmedas plazas
y perfiles vagos de incubadas razas
en el pozo cegado de las ciudades...

(¡Buenos Aires! cuna del mundo, cuna
de mi sensibilidad...
Ella era como una luna
pequeña
en mi vida,
y tú ofendida,
la mataste, ¡oh mi ciudad!)

Pero en venganza
tendré un frac flojo de charlatán de feria,
y seré hábil en las inútiles artes de los vagabundos,
con un clavo torcido violaré baúles-mundos
y he de tallar tu imagen en mi bastón sin contera:
Un perfil enfermizo a lo Willette
para apoyar la renguera
que le copié a Choulette.

Con mi viejo cortaplumas de cabo de cuerno
—19→
el amor perdido se fijará para in eternum:
He grabado tu nombre en las ventanillas
de todos los tranvías de mi ciudad
para entregarte al ludibrio de la popularidad.
El somnoliento pasajero en su recuerdo afásico
incorporará tu nombre al de las heroínas
populacheras de sus recuerdos clásicos:
Julieta, Juana de Arco, Mimí, Lady Macbech...

Te oigo toser en la noche como un llamado
y no podré alcanzarte... ¡no podré!
en la ciudad hay cenáculos, mujeres..., el pozo está cegado
me atan, me atan con el hilo flojo de mi bambolla
sentimental
donde llorosa se hamaca esta criolla
suave pereza de mi ciudad...

¡Ah pero un día sollozaré
siguiendo tus huellas
que en sesgo suicida ya van!

...¡como marchan las estrellas
en la abandonada vía!...

Amada mía
si vives todavía
y no estás con ellas,
te tendré que matar...

 

El tenor atónico

Pier María Giró della Valle
desafina su «arieta» constante
en la cual una luna menguante
le hace guiños a un paje de miel.
(Varietés de mi cine de barrio
donde el asco de vivir solitario
nos obliga a huir de la calle
y en el cine acampar nuestro bártulo infiel...)

El sensual propietario del cine
por dos pesos que afloja a despecho
le gestiona al tenor «do» de pecho
¡inhallable, infructuosa gestión!
Ya en la sala no zumba una mosca
Pier María tritura «La Tosca»
con la mano envarada sobre el corazón.

A la gente aburre el concierto,
Pier María se ahorca en un gallo
y un señor a quien pisan un callo
resopla un arpegio en tono mayor.
Pier María se esfuerza en su arieta
y a lo lejos su boca semeja la grieta
por donde se escabulle el espectador.

El pobre tenor desafina «a piacere»
su voz engolada resiste el esfuerzo
y con angustia ya ve que el almuerzo
de mañana es un mito irreal.
La gente bosteza y no aplaude
y alguno murmura del fraude.
¡Caramba! también si a eso lo llaman cantar...

Pier María se ahoga en su intento,
la canción en su escala de asma
raras muecas elásticas plasma,
Dios mío, ¡cuándo irá a terminar!
La sala murmura, la gente se enoja
se ve que no saben de la estría roja
que el pobre tenor dejó al salivar...

 

Nuestra vida en folletín

¡Claro! nos hemos pasado la vida por los cinematógrafos,
tu amor tenía las dulzuras tortuosas de las heroínas
de Cecil B. de Mille,
y nos estremecimos juntos ante los revólveres de los ínclitos cow-boys,
y cuando Perla White estaba a punto
de caer bajo las garras de aquel tipo de bigotito de traidor
temblábamos en idéntica emoción...
Tu alma de estrella fracasada
y mis miméticos gestos de artista sin contrata,
trasvasaban la pantalla
a la platea suburbana.
Vivimos cien vidas misteriosas
en la encrucijada de las probabilidades,
en el ómnibus de doble piso de la casualidad,
y ardiendo en amores irreales
fuistes esclava, reina, gigolette y burguesa
y yo fui Hernani y boxeador...
Cómo hemos violado la naturaleza
-pues tú eras una muchachita de arrabal
y yo un muchacho haragán
escandalosamente sentimental-,
ella se vengó haciéndonos representar
el melodrama de nuestro mutuo amor
a menos de 0'50 la sección.
Todo se complica en la ficción
de nuestras tardes filmadas,
-matinée y sección Vermouth-
y en nuestras poses norteamericanas
cruza el caramelero,
el don Juan de la boletería,
que te daba entradas gratis
y aquel viejo huraño que nos miraba con risa de eunuco
o de jubilado de moralidad.
Y toda la triste tristeza de los arrabales porteños
cuando nuestro frío se refugiaba
en el cinematógrafo que era nuestro hogar.
Tus ancas quedaron infecundas
de tanto plegarse a las butacas
y el hijo se nos escabulló en la boletería.
Todo el argumento novelable
de tu beso en la oscuridad
no tenía originalidad,
plagio de una industria disfrazada de arte,
cuando el deseo nos sacudía
y por un momento el amor
de que hablan mis compañeros de redacción
llegaba a nuestras almas,
encendía la llamarada darwiniana
al compás del piano onanista
que se masturbaba siempre con el mismo vals,
nuestro espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Perdimos cinco años en las plateas,
-los cinco años que perdí
en el Colegio Nacional-
para amarnos con gusto de película
y atmósfera de ácido carbónico
enhebrada en el piano afónico.
Con todo te quería,
-muchachita enferma y tan flaca-
pese a Edison y a su dramaturgia,
pero las butacas
eran tan estrechas y nuestra sensualidad tan ancha
que el espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Rebalzamos las fronteras de la realidad
y nos encontraremos en las películas futuras
cuando el cinematógrafo
sea el arte del porvenir.
Yo, ¿por qué? leía libros en los entreactos
y tú no hacías más que soñar
y ya no nos pudimos encontrar.
Suelo pasar las tardes de mi melancolía
en aquel sucio cinema
que gastamos tanto
y me ilusiono vibrando en argumento
como esperando el momento
de oír tu tos:
acomodador
que me señala que ya llegaste
al cinematógrafo del recuerdo
donde el que pasa las cintas
se llama Dios.

 

Los amores albinos

¿Qué sol blanco cegó tus pupilas?
¿Qué absurda niebla pintaba tu faz?
¿Quién diablos te hizo los dientes lilas
y te recompuso ese antifaz?

¡Cómo te quiero, albina! Porque eres diferente;
porque el arco amarillo de tus cejas es tal,
que parece un paréntesis donde cabe la gente
que felizmente ya no es normal...

Tu cuerpo tiene el blanco de los muertos extraños
de los que se aburrieron de melancolía;
tu blancor es un filtro de quién sabe qué daños
y ciudadanos son los ritos de tu hechicería.
—60→

¡Cómo te quiero, albina! ¿Con qué letra de tango
celebraremos nuestros absurdos esponsales?
¡Eres la única musa de tan alto rango
y dignificas hasta los orinales!

¡Qué bello es pasear junto a tu flanco
y ver la cara de pasmo de los burgueses!
¡Ah! si no saben que eres el sol blanco
que, Josué borracho, detengo con mis eses...

Tus cabellos, con el color ámbar de mi boquilla,
son la cosa más triste de aqueste mundo;
tus cabellos me sirven de presilla
para que no se me caiga el dolor vagabundo...

Tu voz es amarilla como las cubiertas
de las novelas francesas «vient de paraitre»
tu voz es mi rabia que me tiene alerta
de la estupidez constitucional del medio ambiente.
Musa amarilla, barro de puertos
que vuelcan la angustia viajera,
la angustia de todos aquellos que han muerto
y no tienen más corona que tu pelambrera.

¡Eppa de los muertos anónimos y no hay caso!
de aquellos que tuvieron el lujo siniestro
de estirar en la Morgue sus cuatro retazos
de miembros simiescos...

Repliego en tu helada constancia postrera
-constancia que agría tu faz de rodaja-
el agrio limón de mi loca manera:
grotesco descarte de inútil baraja.

¿Verán mis hermanos, los líricos locos,
la mordaz preceptiva que ayunta
mis rizos rebeldes a tus pajisos copos
para seguir por la vida tirándola en yunta?

¡Albina! destiñe tu humor ceniciento,
agrupa tu aurora boreal en mi nuca,
yo soy el orgullo tenaz, macilento,
que de falsa modestia contigo se estuca.

¡Albina! acopla tus miembros helados al cuerpo,
que ha tiempo olvidaba el ingrato rescoldo
del bello ideal, el pobre está muerto
debajo de un toldo:
la roja bandera...

Cómo sube el frío de tu cuerpo en mi cuerpo, ¡oh! albina,
¡Oh vivir infeliz!
¡Qué frío!... Esto, amiga, termina...
dormir...
dormir...


(Selección de poemas del libro "La musa de la mala pata")


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