Mitomanías de un toro drogado contra un Dragón
Lidia Fagale
El dragón oriental insiste, tiene paciencia, teje la seda de todas las sedas. Persiste en la filosofía de El Arte de la Guerra, el mejor libro de estrategia de todos los tiempos, fuente de inspiración de Napoleón, Maquiavelo y Mao Ze Dong.


Considera al mundo como su plaza que ostenta un estilo neo-mudéjar, empuja con sus cuernos tenebrosos e imperiales la realidad para herir de muerte al que se ponga enfrente. Crea muros, inventa enemigos y los coloca a su larga lista del mal para trazar un camino como la última ruta posible. Siembra muertes y deudas impagables. Mata en su recorrido para no perder la gloria y canta su himno con una mano en el corazón del capital y el imperio que late aceleradamente en la emoción de tantas crueldades ¡The Star-Spangled Banner! Se enfrenta a sus viejos aduladores de redes enredadas que ahora anteponen códigos de ética a los exabruptos de la bestia.
Nuevas tetras y miserias que se pretenden ocultas del gran capital devienen en regulaciones reclamadas por un coro de progresistas que siempre llega tarde. Una forma de mirar el mundo y pretender transformarlo y así “acomplejados y culposos” en el aforo lloran sus penas o disimulan su renuncia a las utopías que todavía agonizan en medio de los escombros del muro de Berlín. Un dilema que no resuelven ¿por ignorancia? ¿O por convicción?, siempre buscan una tercera posición, en el límite del precipicio. O quizás, anclados como pétreos recuerdos en la Revolución Liberal del siglo XIX, insisten transformar mirando otro mundo. Todos adeptos a causas nobles que aspiran al progreso político-institucional, al cambio social y las transformaciones económicas e intelectuales, frente a los conservadores..., pero no les alcanza, así lo demuestra la historia. El toro sigue su curso y los devora en el albero.



Lejos y no tan lejos, un dragón que ya no es mitológico, acorta distancia con el mundo. Entre rutas y sedas avanza como el Marco Polo del Siglo XXI. En tanto, el toro no resiste que la vida tenga más peso que la muerte, siempre cotizo en bolsa con su tráfico de armas, de guerras, cruza los cielos como ave de rapiña que se alimenta de infodemias, de armas biológicas, de xenofobias… la crisis lo vuelvo loco, sus alucinaciones auditivas y visuales, producto de la química que invade su sangre, distorsiona la percepción de la realidad y no logra superar la enseñanzas del arte de la guerra del general Sun Tzu, lo despista y ataca con su pensamiento tóxico.
Durante la pandemia, el toro drogado no es espejo ni réplica imaginada de realidad virtual ni de inteligencia artificial alguna, agudiza su locura y deviene tan peligroso como la Hidra de Lerna, ese antiguo y despiadado monstruo acuático con forma de serpiente policéfala que extiende, ahora, sus tentáculos hasta China, su nuevo enemigo.
La Hidra posee la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que pierde, dedicada ahora a desguazar, como una bestia drogada por la ambición de poder, otro país y otras latitudes. Pero ya no se trata de un mito griego, sino de una significativa metáfora que se vuelve, una y otra vez, tangible ante el desarrollo de su nuevo objetivo: China. Dicen los entendidos: “otra geopolítica” “una nueva cartografía mundial”.



El toro, ahora Hidra, está furioso. Sentado en una mesa pantagruélica, que concentra todos los alimentos que despoja a millones, tira del mantel. ¿La última cena? ¿Qué Da Vinci pintara al traidor de occidente? ¿Cómo enfrentar al dragón oriental? Al loong o dragón siempre se le han atribuido poderes fantásticos. Aunque no posee alas, puede volar y nadar, y tiene influencia sobre el clima. A pesar de su gran tamaño, los loong aparecen sólo esporádicamente para desaparecer en un instante, se esconden en los mares, en los ríos, en las nubes o en las montañas. Además, suelen moverse en otra dimensión espacial, fuera del campo visual de los humanos. Son esa revolución que recientemente lograron los chinos llevando de un punto a otro, a saltos, como en la física cuántica, un mensaje encriptado e inviolable, que desafía todo lo conocido hasta hoy. Algo cercano a la magia, semejante a lo que Jorge Luis Borges anticipa en su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. Estar allí y acá en forma simultánea (donde el laberinto interminable y la novela nunca escrita parecen ser lo mismo), una silenciosa estrategia de guerra que no se nutre de la muerte.
Todos ponderan los logros del Dragón, incluso el progresismo cuando observa la reducción de la pobreza en su inmenso territorio, el desarrollo tecnológico, la apertura y las políticas solidarias y de ayuda a otros países invadidos por la pandemia. Pero el progresismo tiene un límite: recorre como un turista la muralla china y del asombro y la ponderación pasa a la duda, queda del otro lado, del lado de los invasores, funcionales, conscientes o no de los planes despiadados del toro drogado. Luego de tanta admiración y asombro, no logra explicarse cómo “un gobierno de partido único y un Estado planificador”, a la vez que se define como un socialismo con características chinas, puede lograr tanto éxito y expresarlo con la prudencia oriental que los caracteriza. ¿Qué hará el progresismo que no quiere al Toro Drogado ni la bandera roja, el martillo y la hoz? El progresista tiene un límite: termina siempre transitando por las mismas experiencias que lo llevaron al fracaso. Nada entre dos aguas. El toro conoce sus debilidades y se prepara para ampliar su marco normativo sazonado con una pizca de disimulada pluralidad y de regulación. Se transforma en la superficie y da por ganada la batalla cultural a escala planetaria. La máquina capitalista no se detiene; sólo cambia, se transforma… reemplaza una de sus viejas cabezas por otra.
El dragón oriental insiste, tiene paciencia, teje la seda de todas las sedas. Persiste en la filosofía de El Arte de la Guerra, el mejor libro de estrategia de todos los tiempos, fuente de inspiración de Napoleón, Maquiavelo y Mao Ze Dong. Con dos mil quinientos años de antigüedad, y, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada, ni un solo consejo que hoy no sea útil. Pero la obra del general Sun Tzu no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”. Y así parece que China y su dragón enfrentan al Toro Drogado. El reloj se ha detenido. La brújula se ha desorientado. La crisis civilizatoria de Occidente es irrefutable. Nuevos egoísmos, nuevas solidaridades, nuevos escenarios mundiales vendrán. El toro sigue drogado y no renuncia a su hegemonía de dominación. ¿Qué horizonte emancipador vislumbramos antes que nuestros límites biológicos, la pandemia y el capitalismo-imperialismo nos lleve al inframundo de la muerte?
Y así, entre pandemias de todo pelaje, pareciera ser que, como decía el poeta argentino Luis “Luchi” Yanischevky,” los grandes destinos deberán esperar un poco más”. (El Raje)

Considera al mundo como su plaza que ostenta un estilo neo-mudéjar, empuja con sus cuernos tenebrosos e imperiales la realidad para herir de muerte al que se ponga enfrente. Crea muros, inventa enemigos y los coloca a su larga lista del mal para trazar un camino como la última ruta posible. Siembra muertes y deudas impagables. Mata en su recorrido para no perder la gloria y canta su himno con una mano en el corazón del capital y el imperio que late aceleradamente en la emoción de tantas crueldades ¡The Star-Spangled Banner! Se enfrenta a sus viejos aduladores de redes enredadas que ahora anteponen códigos de ética a los exabruptos de la bestia.
Nuevas tetras y miserias que se pretenden ocultas del gran capital devienen en regulaciones reclamadas por un coro de progresistas que siempre llega tarde. Una forma de mirar el mundo y pretender transformarlo y así “acomplejados y culposos” en el aforo lloran sus penas o disimulan su renuncia a las utopías que todavía agonizan en medio de los escombros del muro de Berlín. Un dilema que no resuelven ¿por ignorancia? ¿O por convicción?, siempre buscan una tercera posición, en el límite del precipicio. O quizás, anclados como pétreos recuerdos en la Revolución Liberal del siglo XIX, insisten transformar mirando otro mundo. Todos adeptos a causas nobles que aspiran al progreso político-institucional, al cambio social y las transformaciones económicas e intelectuales, frente a los conservadores..., pero no les alcanza, así lo demuestra la historia. El toro sigue su curso y los devora en el albero.



Lejos y no tan lejos, un dragón que ya no es mitológico, acorta distancia con el mundo. Entre rutas y sedas avanza como el Marco Polo del Siglo XXI. En tanto, el toro no resiste que la vida tenga más peso que la muerte, siempre cotizo en bolsa con su tráfico de armas, de guerras, cruza los cielos como ave de rapiña que se alimenta de infodemias, de armas biológicas, de xenofobias… la crisis lo vuelvo loco, sus alucinaciones auditivas y visuales, producto de la química que invade su sangre, distorsiona la percepción de la realidad y no logra superar la enseñanzas del arte de la guerra del general Sun Tzu, lo despista y ataca con su pensamiento tóxico.
Durante la pandemia, el toro drogado no es espejo ni réplica imaginada de realidad virtual ni de inteligencia artificial alguna, agudiza su locura y deviene tan peligroso como la Hidra de Lerna, ese antiguo y despiadado monstruo acuático con forma de serpiente policéfala que extiende, ahora, sus tentáculos hasta China, su nuevo enemigo.
La Hidra posee la virtud de regenerar dos cabezas por cada una que pierde, dedicada ahora a desguazar, como una bestia drogada por la ambición de poder, otro país y otras latitudes. Pero ya no se trata de un mito griego, sino de una significativa metáfora que se vuelve, una y otra vez, tangible ante el desarrollo de su nuevo objetivo: China. Dicen los entendidos: “otra geopolítica” “una nueva cartografía mundial”.



El toro, ahora Hidra, está furioso. Sentado en una mesa pantagruélica, que concentra todos los alimentos que despoja a millones, tira del mantel. ¿La última cena? ¿Qué Da Vinci pintara al traidor de occidente? ¿Cómo enfrentar al dragón oriental? Al loong o dragón siempre se le han atribuido poderes fantásticos. Aunque no posee alas, puede volar y nadar, y tiene influencia sobre el clima. A pesar de su gran tamaño, los loong aparecen sólo esporádicamente para desaparecer en un instante, se esconden en los mares, en los ríos, en las nubes o en las montañas. Además, suelen moverse en otra dimensión espacial, fuera del campo visual de los humanos. Son esa revolución que recientemente lograron los chinos llevando de un punto a otro, a saltos, como en la física cuántica, un mensaje encriptado e inviolable, que desafía todo lo conocido hasta hoy. Algo cercano a la magia, semejante a lo que Jorge Luis Borges anticipa en su cuento El jardín de los senderos que se bifurcan. Estar allí y acá en forma simultánea (donde el laberinto interminable y la novela nunca escrita parecen ser lo mismo), una silenciosa estrategia de guerra que no se nutre de la muerte.
Todos ponderan los logros del Dragón, incluso el progresismo cuando observa la reducción de la pobreza en su inmenso territorio, el desarrollo tecnológico, la apertura y las políticas solidarias y de ayuda a otros países invadidos por la pandemia. Pero el progresismo tiene un límite: recorre como un turista la muralla china y del asombro y la ponderación pasa a la duda, queda del otro lado, del lado de los invasores, funcionales, conscientes o no de los planes despiadados del toro drogado. Luego de tanta admiración y asombro, no logra explicarse cómo “un gobierno de partido único y un Estado planificador”, a la vez que se define como un socialismo con características chinas, puede lograr tanto éxito y expresarlo con la prudencia oriental que los caracteriza. ¿Qué hará el progresismo que no quiere al Toro Drogado ni la bandera roja, el martillo y la hoz? El progresista tiene un límite: termina siempre transitando por las mismas experiencias que lo llevaron al fracaso. Nada entre dos aguas. El toro conoce sus debilidades y se prepara para ampliar su marco normativo sazonado con una pizca de disimulada pluralidad y de regulación. Se transforma en la superficie y da por ganada la batalla cultural a escala planetaria. La máquina capitalista no se detiene; sólo cambia, se transforma… reemplaza una de sus viejas cabezas por otra.
El dragón oriental insiste, tiene paciencia, teje la seda de todas las sedas. Persiste en la filosofía de El Arte de la Guerra, el mejor libro de estrategia de todos los tiempos, fuente de inspiración de Napoleón, Maquiavelo y Mao Ze Dong. Con dos mil quinientos años de antigüedad, y, a pesar del tiempo transcurrido, ninguna de sus máximas ha quedado anticuada, ni un solo consejo que hoy no sea útil. Pero la obra del general Sun Tzu no es únicamente un libro de práctica militar, sino un tratado que enseña la estrategia suprema de aplicar con sabiduría el conocimiento de la naturaleza humana en los momentos de confrontación. No es, por tanto, un libro sobre la guerra; es una obra para comprender las raíces de un conflicto y buscar una solución. “la mejor victoria es vencer sin combatir”, dice Sun Tzu, “y ésa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante”. Y así parece que China y su dragón enfrentan al Toro Drogado. El reloj se ha detenido. La brújula se ha desorientado. La crisis civilizatoria de Occidente es irrefutable. Nuevos egoísmos, nuevas solidaridades, nuevos escenarios mundiales vendrán. El toro sigue drogado y no renuncia a su hegemonía de dominación. ¿Qué horizonte emancipador vislumbramos antes que nuestros límites biológicos, la pandemia y el capitalismo-imperialismo nos lleve al inframundo de la muerte?
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