La trama de la oposición rusa
Guido Fernandez Parmo
El liberalismo parte de la idea de que nuestra sociedad se basa en un acuerdo original entre todas sus partes y que, por tanto, cualquier conflicto es visto como un mal síntoma, una desviación o desorden.


El liberalismo parte de la idea de que nuestra sociedad se basa en un acuerdo original entre todas sus partes y que, por tanto, cualquier conflicto es visto como un mal síntoma, una desviación o desorden. Frecuentemente, escuchamos que, ante un conflicto, es preciso “arreglar” las cosas, “llegar a un acuerdo”, como si se tratara de una enfermedad que debe ser curada para reestablecer el orden perdido. En la misma línea, la política es entendida como el medio de representación de ese acuerdo original, de ahí que el gobierno y sus leyes deban representar a todos los ciudadanos.

Por fortuna, podemos pensar de otro modo y decir “la democracia es el arte del conflicto y no del consenso”. El problema que tiene el liberalismo radica en que parte de un supuesto falso: la idea de que en el origen hay acuerdo y consenso entre todas las partes. El Estado, el orden social y el tipo de gobierno existente nunca surgen de una puesta en común de todos los intereses sino de una parte que hegemoniza el poder. La democracia también es conflicto, al menos así la entendieron los griegos y todos aquellos pueblos que resolvían sus diferencias mediante asambleas participativas. Lo que hace a un gobierno democrático no es la armonía sino la posibilidad de participar de un debate que no se resolverá mediante un consenso sino mediante la victoria de un bando. En este sentido, el gobierno y las leyes expresan la voluntad de una mayoría, pero no la de todos. En lo que todos sí acordamos es en participar del combate, tal como lo haríamos en una competencia deportiva.

El plebiscito para enmendar la Constitución ha recibido un fuerte apoyo en días pasados, recibiendo el 78% del apoyo popular, la misma cifra que Putin logró en las elecciones pasadas de 2018. Nos preguntamos entonces, ¿cuál es la oposición rusa?, ¿desde dónde se oponen?, ¿cuáles son sus proyectos?, y, por último, ¿cómo se relacionan con la oposición levantada en Occidente?

Oposición no-sistémica
Alexéi Navalny es el representante más conocido de la oposición no-sistémica que, desde fuera de las reglas del juego, ejerce su crítica hace unos diez años. De algún modo, representa a un tipo de oposición que utiliza internet, redes sociales o Youtube, para ejercer su crítica y poner en circulación a su palabra. El momento de mayor poder de Alexéi Navalny fue en 2012 cuando creó, junto con el escritor Dimitri Bikov y Gary Kaspárov, el Consejo de Coordinación de la Oposición Rusa, que llevó adelante elecciones para elegir a sus líderes en las que participaron 80.000 personas, así como marchas en las calles que movilizaron a otras decenas de miles.

A pesar de ello, es preciso poner en perspectiva esos números, incluso el propio uso de redes sociales, sobre todo si se los compara con el poder que siguen acumulando formas más institucionales de hacer política. Como sostenía Boris Kagarlitsky -sociólogo marxista y político opositor-, luego del arresto y liberación de Navalny en 2013, “el gobierno le teme a las masas no a Navalny”.

Los gobiernos siempre les temen a las masas, y lo que mostraban aquellas reflexiones era la escasa capacidad de un opositor para movilizarlas, lo corto que se quedan los números cuando se los compara con el apoyo que una y otra vez alcanza el partido oficial Rusia Unida. Esto siguió siendo verdad en las pasadas elecciones de 2019, en las que Kagarlitsky fue como candidato por Rusia Justa y Navalny, desde una oposición no-sistémica, hacía campaña vía redes por un “voto inteligente” que no tuvo la respuesta esperada: el liderazgo de Putin, pese a algunos vaivenes, siguió intacto.

Como el mismo Kagarlitsky sugería, en el contexto actual de Rusia, la oposición tiene que poder movilizar a las masas, organizarlas, representarlas y conducirlas, si quiere tener algún tipo de poder, esas son, al menos, las reglas del juego de cualquier democracia. El 78% de apoyo a las enmiendas propuestas por Putin demuestra la idea de que ningún gobierno se “queda en el poder” solo por sus manejos políticos, legales o ilegales, sino por el apoyo de su pueblo.

Otro actor importante de esta oposición no-sistémica es el partido La Otra Rusia, antiguamente el Partido Nacional Bolchevique (PNB), que aglutinaba corrientes tan dispares como demócratas, nacionalistas de derecha y nacionalistas de izquierda. El PNB, fue creado por el político y escritor Eduard Limonov junto con el filósofo Alexandr Duguin en 1991 y se opusieron, en la “fiesta” de los 1990, a las tendencias neoliberales del gobierno. En 2001, Limonov fue sentenciado a cuatro años de prisión acusado de comprar armas, liberado dos años más tarde por buen comportamiento. El Partido Nacional Bolchevique fue disuelto en 2007 por “extremista”. Sus fundamentos ideológicos se nutren de tradiciones rusas muy antiguas y tienen por objetivo crear un imperio ruso asiático-europeo, mezclando posiciones de izquierda y de derecha. Así lo sostiene la filosofía de Alexandr Duguin, que persigue la vuelta a una Rusia medieval opuesta a la Modernidad Occidental, fundada en una síntesis de zarismo y stalinismo. Actualmente, La Otra Rusia, de la mano del ajedrecista Gari Kaspárav, continúan el proyecto del PNB.


Oposición sistémica: los partidos políticos

Rusia tiene, principalmente, cuatro partidos políticos: el partido oficialista, Rusia Unida, y los tres de la oposición, Partido Liberal Democrático de Rusia, Partido Comunista, Rusia Justa. Brevemente, estas son sus características:

Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF). Se presenta como heredero de la URSS, su líder actual es Guennadi Ziugánov, y es el principal partido de la oposición. En tanto continuador de la política de la URSS, sus planes incluyen la nacionalización de los recursos vitales del país, la entrega de tierras y la planificación de la economía. El partido tiene un fuerte contenido nacionalista y patriótico que no se lleva tan mal con las reivindicaciones que Putin sostiene de algunas vicotrias de la URSS.

El Partido Liberal Democrático de Rusia (LDPR). Es el Partido más antiguo y proviene de los 1990, cuando se creó la primera oposición política al Partido Comunista. Si bien su base ideológica comparte con el liberalismo muchos aspectos, posee un fuerte contenido ultra-nacionalista que defiende la presencia Estatal. En sus bases ideológicas, comparten la idea de que el mundo está repartido en tres grandes potencias, EEUU, Gran Bretaña (y aliados) y Rusia-China-India, que Latinoamérica y parte de Asia deben ser usadas para proveer recursos naturales y que África “no tiene sitio en el sistema mundial”.

Rusia Justa. Fue creado en 2006, reuniendo a otros partidos políticos, y su política se inspira en los valores de la socialdemocracia y cierta izquierda “progresista”. Su relación con el partido Rusia Unida es ambivalente, apoyando en algunas ocasiones al gobierno y, en otros, oponiéndose. En sus bases está la idea de crear un “socialismo del siglo XXI” y en muchos aspectos comparten las políticas de Rusia Unida respecto al papel del Estado. El jefe del partido, Serguéi Mirónov, en una visita a Cuba declaró que Washington estaba detrás de los conflictos en Bolivia y Venezuela y que, en materia de política exterior, Trump se comportaba como “un elefante en una vidriera”.

Desde dónde miramos
Con este breve cuadro intentamos mostrar que los rusos se oponen a Putin, cuando lo hacen, por razones distintas a las que invoca Occidente. El nacionalismo, el comunismo, proyectos mesiánicos medievalistas y el socialismo del siglo XXI, están presentes en la oposición rusa, y no únicamente los valores liberales que dominan la democracia occidental. Al mismo tiempo, muchos de los opositores siguen reivindicando las políticas de la URSS, o cuestionando el papel que EEUU tiene en su incesante ataque a Cuba y Venezuela, algo que pocos críticos occidentales de Putin compartirían. Una vez más, los opositores occidentales muestran que, detrás de sus críticas, se esconden intereses propios y no el de los rusos.

El liberalismo parte de la idea de que nuestra sociedad se basa en un acuerdo original entre todas sus partes y que, por tanto, cualquier conflicto es visto como un mal síntoma, una desviación o desorden. Frecuentemente, escuchamos que, ante un conflicto, es preciso “arreglar” las cosas, “llegar a un acuerdo”, como si se tratara de una enfermedad que debe ser curada para reestablecer el orden perdido. En la misma línea, la política es entendida como el medio de representación de ese acuerdo original, de ahí que el gobierno y sus leyes deban representar a todos los ciudadanos.

Por fortuna, podemos pensar de otro modo y decir “la democracia es el arte del conflicto y no del consenso”. El problema que tiene el liberalismo radica en que parte de un supuesto falso: la idea de que en el origen hay acuerdo y consenso entre todas las partes. El Estado, el orden social y el tipo de gobierno existente nunca surgen de una puesta en común de todos los intereses sino de una parte que hegemoniza el poder. La democracia también es conflicto, al menos así la entendieron los griegos y todos aquellos pueblos que resolvían sus diferencias mediante asambleas participativas. Lo que hace a un gobierno democrático no es la armonía sino la posibilidad de participar de un debate que no se resolverá mediante un consenso sino mediante la victoria de un bando. En este sentido, el gobierno y las leyes expresan la voluntad de una mayoría, pero no la de todos. En lo que todos sí acordamos es en participar del combate, tal como lo haríamos en una competencia deportiva.

El plebiscito para enmendar la Constitución ha recibido un fuerte apoyo en días pasados, recibiendo el 78% del apoyo popular, la misma cifra que Putin logró en las elecciones pasadas de 2018. Nos preguntamos entonces, ¿cuál es la oposición rusa?, ¿desde dónde se oponen?, ¿cuáles son sus proyectos?, y, por último, ¿cómo se relacionan con la oposición levantada en Occidente?

Oposición no-sistémica
Alexéi Navalny es el representante más conocido de la oposición no-sistémica que, desde fuera de las reglas del juego, ejerce su crítica hace unos diez años. De algún modo, representa a un tipo de oposición que utiliza internet, redes sociales o Youtube, para ejercer su crítica y poner en circulación a su palabra. El momento de mayor poder de Alexéi Navalny fue en 2012 cuando creó, junto con el escritor Dimitri Bikov y Gary Kaspárov, el Consejo de Coordinación de la Oposición Rusa, que llevó adelante elecciones para elegir a sus líderes en las que participaron 80.000 personas, así como marchas en las calles que movilizaron a otras decenas de miles.

A pesar de ello, es preciso poner en perspectiva esos números, incluso el propio uso de redes sociales, sobre todo si se los compara con el poder que siguen acumulando formas más institucionales de hacer política. Como sostenía Boris Kagarlitsky -sociólogo marxista y político opositor-, luego del arresto y liberación de Navalny en 2013, “el gobierno le teme a las masas no a Navalny”.

Los gobiernos siempre les temen a las masas, y lo que mostraban aquellas reflexiones era la escasa capacidad de un opositor para movilizarlas, lo corto que se quedan los números cuando se los compara con el apoyo que una y otra vez alcanza el partido oficial Rusia Unida. Esto siguió siendo verdad en las pasadas elecciones de 2019, en las que Kagarlitsky fue como candidato por Rusia Justa y Navalny, desde una oposición no-sistémica, hacía campaña vía redes por un “voto inteligente” que no tuvo la respuesta esperada: el liderazgo de Putin, pese a algunos vaivenes, siguió intacto.

Como el mismo Kagarlitsky sugería, en el contexto actual de Rusia, la oposición tiene que poder movilizar a las masas, organizarlas, representarlas y conducirlas, si quiere tener algún tipo de poder, esas son, al menos, las reglas del juego de cualquier democracia. El 78% de apoyo a las enmiendas propuestas por Putin demuestra la idea de que ningún gobierno se “queda en el poder” solo por sus manejos políticos, legales o ilegales, sino por el apoyo de su pueblo.

Otro actor importante de esta oposición no-sistémica es el partido La Otra Rusia, antiguamente el Partido Nacional Bolchevique (PNB), que aglutinaba corrientes tan dispares como demócratas, nacionalistas de derecha y nacionalistas de izquierda. El PNB, fue creado por el político y escritor Eduard Limonov junto con el filósofo Alexandr Duguin en 1991 y se opusieron, en la “fiesta” de los 1990, a las tendencias neoliberales del gobierno. En 2001, Limonov fue sentenciado a cuatro años de prisión acusado de comprar armas, liberado dos años más tarde por buen comportamiento. El Partido Nacional Bolchevique fue disuelto en 2007 por “extremista”. Sus fundamentos ideológicos se nutren de tradiciones rusas muy antiguas y tienen por objetivo crear un imperio ruso asiático-europeo, mezclando posiciones de izquierda y de derecha. Así lo sostiene la filosofía de Alexandr Duguin, que persigue la vuelta a una Rusia medieval opuesta a la Modernidad Occidental, fundada en una síntesis de zarismo y stalinismo. Actualmente, La Otra Rusia, de la mano del ajedrecista Gari Kaspárav, continúan el proyecto del PNB.


Oposición sistémica: los partidos políticos

Rusia tiene, principalmente, cuatro partidos políticos: el partido oficialista, Rusia Unida, y los tres de la oposición, Partido Liberal Democrático de Rusia, Partido Comunista, Rusia Justa. Brevemente, estas son sus características:

Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF). Se presenta como heredero de la URSS, su líder actual es Guennadi Ziugánov, y es el principal partido de la oposición. En tanto continuador de la política de la URSS, sus planes incluyen la nacionalización de los recursos vitales del país, la entrega de tierras y la planificación de la economía. El partido tiene un fuerte contenido nacionalista y patriótico que no se lleva tan mal con las reivindicaciones que Putin sostiene de algunas vicotrias de la URSS.

El Partido Liberal Democrático de Rusia (LDPR). Es el Partido más antiguo y proviene de los 1990, cuando se creó la primera oposición política al Partido Comunista. Si bien su base ideológica comparte con el liberalismo muchos aspectos, posee un fuerte contenido ultra-nacionalista que defiende la presencia Estatal. En sus bases ideológicas, comparten la idea de que el mundo está repartido en tres grandes potencias, EEUU, Gran Bretaña (y aliados) y Rusia-China-India, que Latinoamérica y parte de Asia deben ser usadas para proveer recursos naturales y que África “no tiene sitio en el sistema mundial”.

Rusia Justa. Fue creado en 2006, reuniendo a otros partidos políticos, y su política se inspira en los valores de la socialdemocracia y cierta izquierda “progresista”. Su relación con el partido Rusia Unida es ambivalente, apoyando en algunas ocasiones al gobierno y, en otros, oponiéndose. En sus bases está la idea de crear un “socialismo del siglo XXI” y en muchos aspectos comparten las políticas de Rusia Unida respecto al papel del Estado. El jefe del partido, Serguéi Mirónov, en una visita a Cuba declaró que Washington estaba detrás de los conflictos en Bolivia y Venezuela y que, en materia de política exterior, Trump se comportaba como “un elefante en una vidriera”.

Desde dónde miramos
Con este breve cuadro intentamos mostrar que los rusos se oponen a Putin, cuando lo hacen, por razones distintas a las que invoca Occidente. El nacionalismo, el comunismo, proyectos mesiánicos medievalistas y el socialismo del siglo XXI, están presentes en la oposición rusa, y no únicamente los valores liberales que dominan la democracia occidental. Al mismo tiempo, muchos de los opositores siguen reivindicando las políticas de la URSS, o cuestionando el papel que EEUU tiene en su incesante ataque a Cuba y Venezuela, algo que pocos críticos occidentales de Putin compartirían. Una vez más, los opositores occidentales muestran que, detrás de sus críticas, se esconden intereses propios y no el de los rusos.


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