La dictadura del algoritmo
Julia Martínez
Entrevista a Javier Gómez Sánchez sobre guerra mediática en Cuba.



Conversamos con Javier Gómez Sánchez, realizador del documental “La dictadura del algoritmo”estrenado en el programa cubano “La Mesa Redonda” el 5 de junio de 2021. Del audiovisual del joven realizador de la mayor de las Antillas nace el libro, del mismo nombre, editado por Ocean Sur y Acercándonos Ediciones en el mes de septiembre de este año, presentado en la última Feria del Libro y la Cultura Cubana.

Entre los entrevistados encontramos a periodistas y escritores como Iroel Sánchez, Rosa Miriam Elizalde, Enrique Ubieta, Raúl Capote, entre otros.


— Javier, ¿qué te motivó encarar esta investigación?

— Me motivó romper el silencio que se mantenía en Cuba sobre este tema. A la altura del 2020 la cuestión de las plataformas digitales y las redes sociales nunca se tocaba desde un punto de vista psicológico, sociológico o político. En los medios de comunicación cubanos no se hablaba prácticamente nada de eso, y menos aún desde lo ideológico. Si se publicaba algo era desde una mirada meramente tecnológica.

El país había vivido con una conectividad mínima hasta poco antes, donde apenas una minoría de la población podía usar si acaso un simple correo electrónico, y la inmensa mayoría nunca había visto Facebook o You Tube. La isla solo podía conectarse vía satélite, con muy poco ancho de banda. Una parte pequeña de los cubanos tenían acceso a internet si trabajaban en alguna oficina, con una conectividad muy restringida, y se intentaba dar algún servicio en el hogar por ADSL, a sectores profesionales, como los médicos con la red Infomed, que igualmente era muy lenta. Era imposible reproducir videos, por ejemplo.

Sobre esta situación giraban dos factores, por un lado, el aislamiento económico y el lento desarrollo tecnológico impuesto por el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba, lo que impedía que esta pudiera conectarse a los cables de fibra óptica operados por compañías estadounidenses que pasaban muy cerca de sus costas. Por otro, los prejuicios existentes hacia todo lo que significara una pérdida de control absoluto sobre el consumo de contenidos y la comunicación, en un país que había vivido como una plaza sitiada por más de 50 años, con una guerra radial y televisiva mantenida por el gobierno estadounidense.

En 2012 esto empieza a cambiar, pues el país finalmente se conecta por un cable de fibra óptica desde Venezuela. En 2015 se comienza a masificar el servicio de conectividad en salas de navegación, pero sobre todo en parques wifi. Se volvió habitual ver a cientos de personas con sus celulares que iban a conectarse a los parques de ciudades y pueblos. Más tarde, en 2018 se inicia la conectividad móvil, por red de datos, primero 3G, luego 4G. El costo se fue abaratando paulatinamente.

Mientras esto ocurría, las redes digitales se habían convertido en el escenario y la herramienta principal de aquella guerra mediática que antes se intentaba con la radio y la televisión. El presupuesto que cada año destina el gobierno estadounidense, de varias decenas de millones de dólares para financiar propaganda contra el gobierno cubano, se había reorientado hacia Internet. Surgieron incontables páginas webs dedicadas a las fake news, y a manipular la realidad, a emitir ingentes cantidades de contenido negativo para aumentar el estado de malestar en la población. Aparecieron cada vez más trolls e infleuncers con discursos de odio, las redes se volvieron un instrumento de terror para artistas y figuras públicas. Los algoritmos de Facebook intoxicaban a una población que hasta entonces nunca había vivido nada similar. La pandemia de la COVID 19 vino a empeorar mucho más el escenario.

Pero incluso para hablar de esto persistían prejuicios que mantenían la idea de que internet era algo que no llegaba al pueblo, o de lo que era mejor no hablar. Faltó una alfabetización digital y política sobre las redes, en un país que entró a ellas de golpe. Se subestimó o no se quiso ver un problema que crecía cada vez más. La revolución tecnológica de Internet y las redes sociales digitales, crearon no solo en Cuba, sino en el mundo, una situación inédita para nuestra generación: Los más jóvenes sabían más que los viejos. Pero no tenían poder de decisión, pues no ocupaban los cargos principales. Con el tiempo, empujada abruptamente por los acontecimientos, la mentalidad fue cambiando.

Por mi parte venía investigando y escribiendo sobre el tema desde el 2016, junto a otros compañeros. Mayormente los debates sobre esto ocurrían en blogs personales.

En 2020 sale el documental The Social Dilemma, que resultó muy revelador, y demostraba que en el mundo existía un gran preocupación sobre esto, pero desde Cuba sentíamos que no reflejaba la intensidad con que se estaba viviendo en nuestro país. Un grupo de amigos que compartíamos las mismas preocupaciones, pensamos que era necesario hacer un análisis propio sobre el tema de las redes. Con esa intención surge la idea de rodar un documental cubano, así nació La Dictadura del Algoritmo.


— ¿Las redes sociales tal cual las conocemos hoy, son disfuncionales a la transformación social desde una idea de justicia social?

— En primer lugar, hay que comprender que lo que nos hemos acostumbrado a llamar redes sociales, no son tal cosa, sino plataformas informáticas para la gestión de redes sociales. Las redes sociales existen, estudiadas por la psicología y la sociología, desde mucho antes de que existieran Facebook, Twitter o grupos de WhatsApp y Telegram. Personas que se reunían en un club, por ejemplo. Cuando surgieron las plataformas digitales, sus creadores supieron venderlas a un público, además presentándolas con el atractivo de la gratuidad, bajo el término de “social networks”. En todo caso el de “social media” es menos engañoso. Es por esto que debemos comprender que las redes sociales son las personas que se interconectan en esas plataformas, y que comparten un interés común: trabajo, estudio, causas sociales y políticas, aficiones, activismos, y que utilizan esas plataformas para articularse, comunicarse y compartir contenido.

No hay red social sin identidad que implique una actividad o un objetivo social. Si se trata del mero consumo pasivo, como el que hacen las audiencias de “seguidores” de los youtubers, de los instagramers, de los tiktokers, cuya actividad consiste en compartir, dar like o comentar en las plataformas, eso en todo caso es un “público”, no una red social. Igualmente, los emisores dicen “mis redes sociales”, y a lo que se están refiriendo es a canales para la emisión de contenido. La red social verdadera sería un grupo de gente que aprovecha las ventajas de las plataformas virtuales para tener un funcionamiento en la vida real. Pero para eso hay que comprender que la red social son las personas, no Facebook.

También es muy difícil que estas plataformas, aunque se presenten como gratuitas, pero son realmente un complejo modelo de negocios capitalista basado en la obtención de big data, respondan a otros intereses que no sean los de la acumulación de capital. Como es lógico, esto es dudosamente compatible con el ideal de justicia social por el que preguntabas. Por eso es que la enorme maquinaria de algoritmos se utiliza para vendernos publicidad comercial, o sea, para que una persona que ya consume, consuma más, y no para que, por ejemplo, una persona que pueda ser identificada como obesa, reciba consejos para comer más sanamente, o un fumador reciba mensajes sobre los daños de la nicotina. Si yo busco contenido sobre automóviles, lo más frecuente es que luego reciba sugerencias de más contenido sobre automóviles y no sobre la necesidad de manejar con precaución. Millones de personas que ven videos sobre armas de fuego, reciben de los algoritmos más y más videos sobre armas, en vez de sobre los peligros de estas.

El cambio de comportamiento que produce el algoritmo que es lo que ofrecen estas plataformas como servicio a otras compañías, en la manera en la que está programado, es hacia el consumo, y como también hemos visto hacia la manipulación política, y no a construir sociedades mejores, porque en eso no consiste su negocio. Ni el de ellas como generadoras de datos, ni el de quienes contratan sus servicios.


— ¿Qué efectos negativos y positivos se vislumbran con este uso masivo de las redes sociales en la virtualidad?

— Internet y las plataformas digitales son sin lugar a dudas el sistema de comunicación más complejo creado por la Humanidad. Efectos negativos se señalan muchos constantemente, pero en definitiva estos no reflejan otra cosa que los males existentes en la sociedad desde mucho antes de que surgiera Internet. No podemos mencionar solo lo negativo. Hay que destacar que la red ha puesto un volumen de conocimiento y con una facilidad de acceso, como nunca antes ha tenido el ser humano desde la invención de la palabra escrita. Las plataformas digitales han traído la capacidad de la comunicación instantánea y masiva como jamás se había tenido por parte de los ciudadanos. Nos han permitido maneras de expresarnos que eran imposibles en el mundo anterior a ellas. Si bien existen, y muchas veces se imponen, intereses y efectos nocivos, nunca antes las causas justas tuvieron una herramienta tan poderosa. Son aspectos positivos que tampoco se pueden perder de vista.


— ¿Ves alguna salida al reinado de las GAFAM en los tiempos que vienen?

— No va a tardar mucho en llegar el momento en que la comunidad de países del planeta, reunidos en la ONU, tengan que debatir y decidir si el ciberespacio va a seguir estando dominado por megacorporaciones globales o si va a subordinarse al Derecho Internacional. Habría que empezar por redactar esas leyes internacionales sobre la regulación del ciberespacio, como antes se debió hacer de otros espacios internacionales comunes, como el espacio aéreo, el marítimo, y el espacio exterior. Existen poderosos intereses que no es de dudar que harán una gran resistencia.


— ¿Cómo encara Cuba el combate desigual en relación a los buscadores, redes y sistema de distribución de información en la virtualidad, que son mayoritariamente de empresas de Estados Unidos?

— Prefiero decirte como pienso que debería hacerlo, y en parte se ha hecho. La única manera que tiene un país pequeño, subdesarrollado, y además bloqueado, es aprovechar la inteligencia colectiva, promover el análisis y la divulgación sin miedo, evitar el pensamiento burocratizado, que es incapaz de defender causa alguna, pensar por nosotros mismos y no esperar a que alguien nos dé la orden de pensar, crear una cultura del debate y de crítica en libertad, generar una alfabetización informacional y no solo digital, la que apenas te instruye en cómo usar los dispositivos en vez de enseñarte a interpretar los contenidos que llegan a través de ellos. La Dictadura del Algoritmo, como un proyecto transmedia que incluye un documental, un libro, una página y presentaciones con debates en colectivo, intenta ser todo eso, apelando al conocimiento de 14 entrevistados, entre psicólogos, sociólogos, comunicólogos, periodistas y artistas, que ponen el intelecto humano en función de interpretar una maquinaria ante la cual no podemos renunciar al raciocinio porque sería deshumanizarnos. Más aun en estos tiempos en que hay temas viejos que parecen nuevos, como el de la Inteligencia Artificial. La cuestión sigue siendo la misma que planteara Bertolt Brecht en Galileo Galilei: si la ciencia, la tecnología y el conocimiento pueden ser separados de la conciencia social. Si existen para ser puestos al servicio de la humanidad o contra ella. Como escuché responder lúcidamente en estos días a una persona a la que preguntaron: “¿Usted no está preocupado por la Inteligencia Artificial?”, y respondió: “No, estoy preocupado por la falta de inteligencia natural.”





Conversamos con Javier Gómez Sánchez, realizador del documental “La dictadura del algoritmo”estrenado en el programa cubano “La Mesa Redonda” el 5 de junio de 2021. Del audiovisual del joven realizador de la mayor de las Antillas nace el libro, del mismo nombre, editado por Ocean Sur y Acercándonos Ediciones en el mes de septiembre de este año, presentado en la última Feria del Libro y la Cultura Cubana.

Entre los entrevistados encontramos a periodistas y escritores como Iroel Sánchez, Rosa Miriam Elizalde, Enrique Ubieta, Raúl Capote, entre otros.


— Javier, ¿qué te motivó encarar esta investigación?

— Me motivó romper el silencio que se mantenía en Cuba sobre este tema. A la altura del 2020 la cuestión de las plataformas digitales y las redes sociales nunca se tocaba desde un punto de vista psicológico, sociológico o político. En los medios de comunicación cubanos no se hablaba prácticamente nada de eso, y menos aún desde lo ideológico. Si se publicaba algo era desde una mirada meramente tecnológica.

El país había vivido con una conectividad mínima hasta poco antes, donde apenas una minoría de la población podía usar si acaso un simple correo electrónico, y la inmensa mayoría nunca había visto Facebook o You Tube. La isla solo podía conectarse vía satélite, con muy poco ancho de banda. Una parte pequeña de los cubanos tenían acceso a internet si trabajaban en alguna oficina, con una conectividad muy restringida, y se intentaba dar algún servicio en el hogar por ADSL, a sectores profesionales, como los médicos con la red Infomed, que igualmente era muy lenta. Era imposible reproducir videos, por ejemplo.

Sobre esta situación giraban dos factores, por un lado, el aislamiento económico y el lento desarrollo tecnológico impuesto por el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba, lo que impedía que esta pudiera conectarse a los cables de fibra óptica operados por compañías estadounidenses que pasaban muy cerca de sus costas. Por otro, los prejuicios existentes hacia todo lo que significara una pérdida de control absoluto sobre el consumo de contenidos y la comunicación, en un país que había vivido como una plaza sitiada por más de 50 años, con una guerra radial y televisiva mantenida por el gobierno estadounidense.

En 2012 esto empieza a cambiar, pues el país finalmente se conecta por un cable de fibra óptica desde Venezuela. En 2015 se comienza a masificar el servicio de conectividad en salas de navegación, pero sobre todo en parques wifi. Se volvió habitual ver a cientos de personas con sus celulares que iban a conectarse a los parques de ciudades y pueblos. Más tarde, en 2018 se inicia la conectividad móvil, por red de datos, primero 3G, luego 4G. El costo se fue abaratando paulatinamente.

Mientras esto ocurría, las redes digitales se habían convertido en el escenario y la herramienta principal de aquella guerra mediática que antes se intentaba con la radio y la televisión. El presupuesto que cada año destina el gobierno estadounidense, de varias decenas de millones de dólares para financiar propaganda contra el gobierno cubano, se había reorientado hacia Internet. Surgieron incontables páginas webs dedicadas a las fake news, y a manipular la realidad, a emitir ingentes cantidades de contenido negativo para aumentar el estado de malestar en la población. Aparecieron cada vez más trolls e infleuncers con discursos de odio, las redes se volvieron un instrumento de terror para artistas y figuras públicas. Los algoritmos de Facebook intoxicaban a una población que hasta entonces nunca había vivido nada similar. La pandemia de la COVID 19 vino a empeorar mucho más el escenario.

Pero incluso para hablar de esto persistían prejuicios que mantenían la idea de que internet era algo que no llegaba al pueblo, o de lo que era mejor no hablar. Faltó una alfabetización digital y política sobre las redes, en un país que entró a ellas de golpe. Se subestimó o no se quiso ver un problema que crecía cada vez más. La revolución tecnológica de Internet y las redes sociales digitales, crearon no solo en Cuba, sino en el mundo, una situación inédita para nuestra generación: Los más jóvenes sabían más que los viejos. Pero no tenían poder de decisión, pues no ocupaban los cargos principales. Con el tiempo, empujada abruptamente por los acontecimientos, la mentalidad fue cambiando.

Por mi parte venía investigando y escribiendo sobre el tema desde el 2016, junto a otros compañeros. Mayormente los debates sobre esto ocurrían en blogs personales.

En 2020 sale el documental The Social Dilemma, que resultó muy revelador, y demostraba que en el mundo existía un gran preocupación sobre esto, pero desde Cuba sentíamos que no reflejaba la intensidad con que se estaba viviendo en nuestro país. Un grupo de amigos que compartíamos las mismas preocupaciones, pensamos que era necesario hacer un análisis propio sobre el tema de las redes. Con esa intención surge la idea de rodar un documental cubano, así nació La Dictadura del Algoritmo.


— ¿Las redes sociales tal cual las conocemos hoy, son disfuncionales a la transformación social desde una idea de justicia social?

— En primer lugar, hay que comprender que lo que nos hemos acostumbrado a llamar redes sociales, no son tal cosa, sino plataformas informáticas para la gestión de redes sociales. Las redes sociales existen, estudiadas por la psicología y la sociología, desde mucho antes de que existieran Facebook, Twitter o grupos de WhatsApp y Telegram. Personas que se reunían en un club, por ejemplo. Cuando surgieron las plataformas digitales, sus creadores supieron venderlas a un público, además presentándolas con el atractivo de la gratuidad, bajo el término de “social networks”. En todo caso el de “social media” es menos engañoso. Es por esto que debemos comprender que las redes sociales son las personas que se interconectan en esas plataformas, y que comparten un interés común: trabajo, estudio, causas sociales y políticas, aficiones, activismos, y que utilizan esas plataformas para articularse, comunicarse y compartir contenido.

No hay red social sin identidad que implique una actividad o un objetivo social. Si se trata del mero consumo pasivo, como el que hacen las audiencias de “seguidores” de los youtubers, de los instagramers, de los tiktokers, cuya actividad consiste en compartir, dar like o comentar en las plataformas, eso en todo caso es un “público”, no una red social. Igualmente, los emisores dicen “mis redes sociales”, y a lo que se están refiriendo es a canales para la emisión de contenido. La red social verdadera sería un grupo de gente que aprovecha las ventajas de las plataformas virtuales para tener un funcionamiento en la vida real. Pero para eso hay que comprender que la red social son las personas, no Facebook.

También es muy difícil que estas plataformas, aunque se presenten como gratuitas, pero son realmente un complejo modelo de negocios capitalista basado en la obtención de big data, respondan a otros intereses que no sean los de la acumulación de capital. Como es lógico, esto es dudosamente compatible con el ideal de justicia social por el que preguntabas. Por eso es que la enorme maquinaria de algoritmos se utiliza para vendernos publicidad comercial, o sea, para que una persona que ya consume, consuma más, y no para que, por ejemplo, una persona que pueda ser identificada como obesa, reciba consejos para comer más sanamente, o un fumador reciba mensajes sobre los daños de la nicotina. Si yo busco contenido sobre automóviles, lo más frecuente es que luego reciba sugerencias de más contenido sobre automóviles y no sobre la necesidad de manejar con precaución. Millones de personas que ven videos sobre armas de fuego, reciben de los algoritmos más y más videos sobre armas, en vez de sobre los peligros de estas.

El cambio de comportamiento que produce el algoritmo que es lo que ofrecen estas plataformas como servicio a otras compañías, en la manera en la que está programado, es hacia el consumo, y como también hemos visto hacia la manipulación política, y no a construir sociedades mejores, porque en eso no consiste su negocio. Ni el de ellas como generadoras de datos, ni el de quienes contratan sus servicios.


— ¿Qué efectos negativos y positivos se vislumbran con este uso masivo de las redes sociales en la virtualidad?

— Internet y las plataformas digitales son sin lugar a dudas el sistema de comunicación más complejo creado por la Humanidad. Efectos negativos se señalan muchos constantemente, pero en definitiva estos no reflejan otra cosa que los males existentes en la sociedad desde mucho antes de que surgiera Internet. No podemos mencionar solo lo negativo. Hay que destacar que la red ha puesto un volumen de conocimiento y con una facilidad de acceso, como nunca antes ha tenido el ser humano desde la invención de la palabra escrita. Las plataformas digitales han traído la capacidad de la comunicación instantánea y masiva como jamás se había tenido por parte de los ciudadanos. Nos han permitido maneras de expresarnos que eran imposibles en el mundo anterior a ellas. Si bien existen, y muchas veces se imponen, intereses y efectos nocivos, nunca antes las causas justas tuvieron una herramienta tan poderosa. Son aspectos positivos que tampoco se pueden perder de vista.


— ¿Ves alguna salida al reinado de las GAFAM en los tiempos que vienen?

— No va a tardar mucho en llegar el momento en que la comunidad de países del planeta, reunidos en la ONU, tengan que debatir y decidir si el ciberespacio va a seguir estando dominado por megacorporaciones globales o si va a subordinarse al Derecho Internacional. Habría que empezar por redactar esas leyes internacionales sobre la regulación del ciberespacio, como antes se debió hacer de otros espacios internacionales comunes, como el espacio aéreo, el marítimo, y el espacio exterior. Existen poderosos intereses que no es de dudar que harán una gran resistencia.


— ¿Cómo encara Cuba el combate desigual en relación a los buscadores, redes y sistema de distribución de información en la virtualidad, que son mayoritariamente de empresas de Estados Unidos?

— Prefiero decirte como pienso que debería hacerlo, y en parte se ha hecho. La única manera que tiene un país pequeño, subdesarrollado, y además bloqueado, es aprovechar la inteligencia colectiva, promover el análisis y la divulgación sin miedo, evitar el pensamiento burocratizado, que es incapaz de defender causa alguna, pensar por nosotros mismos y no esperar a que alguien nos dé la orden de pensar, crear una cultura del debate y de crítica en libertad, generar una alfabetización informacional y no solo digital, la que apenas te instruye en cómo usar los dispositivos en vez de enseñarte a interpretar los contenidos que llegan a través de ellos. La Dictadura del Algoritmo, como un proyecto transmedia que incluye un documental, un libro, una página y presentaciones con debates en colectivo, intenta ser todo eso, apelando al conocimiento de 14 entrevistados, entre psicólogos, sociólogos, comunicólogos, periodistas y artistas, que ponen el intelecto humano en función de interpretar una maquinaria ante la cual no podemos renunciar al raciocinio porque sería deshumanizarnos. Más aun en estos tiempos en que hay temas viejos que parecen nuevos, como el de la Inteligencia Artificial. La cuestión sigue siendo la misma que planteara Bertolt Brecht en Galileo Galilei: si la ciencia, la tecnología y el conocimiento pueden ser separados de la conciencia social. Si existen para ser puestos al servicio de la humanidad o contra ella. Como escuché responder lúcidamente en estos días a una persona a la que preguntaron: “¿Usted no está preocupado por la Inteligencia Artificial?”, y respondió: “No, estoy preocupado por la falta de inteligencia natural.”





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