Estados Unidos: La persistencia del racismo y la brutalidad policial
Esther Pineda G. (*)
En EE.UU. el racismo ha estado presente en las diferentes etapas del proceso histórico social, ha impregnado todas sus instituciones y ámbitos de sociabilidad...


Estados Unidos y la ilusión posracial
Los Estados Unidos de Norteamérica han sido en el pasado y aún en la actualidad uno de los países más racistas de toda la América colonizada. Tras la abolición de la esclavitud el racismo no transmutó como en América Latina hacia formas más sutiles y simbólicas, por el contrario, cobró un carácter abiertamente explícito, confrontador, violento y exacerbado. El racismo en EE.UU. se institucionalizó mediante la segregación, las cual fue instaurada con las leyes de Jim Crow con el propósito de detener el avance de los derechos de la población afroamericana ante el temor de la población blanca de ver disminuido el monopolio de poder económico, político y social que se habían asegurado durante el periodo colonial esclavista.

Pero tras la aprobación de la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto a finales de la década de los 60 y como mecanismo de distracción ante las tensiones raciales, se introdujo el imaginario de una era posracial, es decir, de la superación del racismo, el cual se profundizó con la elección de Barack Obama como presidente en el año 2008. Sin embargo, los sentimientos de superioridad racial de la población blanca conservadora en los Estados Unidos no desaparecieron, la idea de una democracia racial no es más que una ficción que ha ocultado las desigualdades raciales que aún anidan en dicha sociedad.

Contrario a las afirmaciones de la opinión pública caracterizada por la negación del racismo, o la afirmación de que Estados Unidos transitó hacia una etapa posracial, la elección de un afroamericano como presidente de los Estados Unidos contribuyó a reavivar el racismo, el rechazo al multiculturalismo, así como, la sensación de pérdida de control y poder social por parte de la población blanca conservadora. Este hecho favoreció el reagrupamiento de los grupos de odio, incluyendo el Ku Klux Klan, el movimiento neonazi, neo-confederados, skinheads racistas, entre otros; los cuales según Southern Poverty Law Center -principal organización en EE.UU. que hace un seguimiento de los grupos de odio y otros extremistas en lucha contra el racismo y la intolerancia- se incrementaron exponencialmente durante cada año de mandato del afroamericano.

Esta ilusión posracial finalmente desapareció con la elección del magnate Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, cuya campaña electoral se caracterizó por sus polémicas intervenciones en las que enfatizó la construcción de “otredades”, la explotación del odio, la recurrencia al racismo, la xenofobia y la misoginia como discurso aglutinador de las masas, aunado a una permanente y desmesurada criminalización de las minorías. Esta narrativa incendiaria de Trump logró convocar a los sectores más conservadores y racistas de los EE.UU. quienes vieron en el candidato la posibilidad de restablecimiento del poderío y la supremacía blanca -aparentemente amenazada, disminuida y en declive desde el ascenso al poder de un presidente afroamericano- y que se evidenció en la consigna “Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez”.


La criminalización de la racialidad

La continuidad, persistencia y efectividad del racismo en la sociedad contemporánea puede explicarse como consecuencia de su penetración en los imaginarios sociales. En este contexto, los agentes socializadores como la familia, la religión, la escuela y principalmente los medios de comunicación, a través de sus discursos y representaciones han contribuido significativamente a la construcción, legitimación y sedimentación en el imaginario colectivo de prejuicios y estereotipos sobre la población afroamericana; grupo social que desde los contenidos audiovisuales es presentado como una amenaza, al constituirse desde la perspectiva de la ideología racista como la fuente del crimen, la desviación social, los problemas, el conflicto, el consumo y tráfico de drogas, los asaltos y robos, así como, la comisión de delitos sexuales y contra la propiedad.

Los medios de comunicación han ayudado a construir el prejuicio de la “delincuencia étnica”, es decir, a la racialización del crimen, pero también, a la criminalización de la racialidad pues, como bien afirma Teun Van Dijk en su ensayo El discurso y la reproducción del racismo; en las noticias, con frecuencia a la población afroamericana “se los describe como gente que tiene problemas, por ejemplo, de vivienda, educación, empleo, o seguridad social (y que, por lo tanto, necesita ayuda extra) o que causa problemas por ejemplo, cuando protesta o hace manifestaciones, o peor aún, cuando se involucren crímenes y drogas. E inversamente, cuando se trata el problema de la drogadicción o la criminalidad a menudo se lo asocia con las minorías, sobre todo con la de los jóvenes negros”.

Estos discursos y representaciones estereotípicas y estigmantizantes cobran vida en la dinámica cotidiana de la sociedad, dando paso a formas de discriminación, exclusión y desconfianza contra la población afroamericana en los diferentes espacios de sociabilidad; al considerarlos como una potencial amenaza física, sexual y material. Pero sobre todo, la prevalencia de estos prejuicios y estereotipos sobre la población afroamericana y su asociación directa a la criminalidad en el imaginario colectivo, también ha favorecido el establecimiento y aplicación del “racial profiling” por parte por parte de los funcionarios y las fuerzas de seguridad formales del Estado; perfiles raciales que según la CIDH se definen como: Una acción represora que se adopta por supuestas razones de seguridad o protección pública y está motivada en estereotipos de raza, color, etnicidad, idioma, descendencia, religión, nacionalidad o lugar de nacimiento, o una combinación de estos factores, y no en sospechas objetivas, que tiendan a singularizar de manera discriminatoria a individuos o grupos con base en la errónea suposición de la propensión de las personas con tales características a la práctica de determinado tipo de delitos.



Políticas de aniquilamiento y brutalidad policial

En EE.UU. el racismo ha estado presente en las diferentes etapas del proceso histórico social, ha impregnado todas sus instituciones y ámbitos de sociabilidad, no obstante, la racialización de la criminalidad ha servido como justificación para el ejercicio de la brutalidad policial y el uso desproporcionado de la fuerza letal contra la población afroamericana, en el contexto de la puesta en práctica de los prejuicios y estereotipos racistas mantenidos por funcionarios de las fuerzas de seguridad del Estado.

Como bien ha puesto en evidencia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su informe La situación de las personas afrodescendientes en las Américas, la racialización de las personas favorece que este grupo étnico sea “más susceptible de ser sospechoso, perseguido, procesado y condenado, en comparación con el resto de la población”; los vuelve vulnerables, dificulta su acceso a la justicia, les convierte en víctimas de prácticas como la vigilancia policial injustificada, mayor atribución de delitos, arrestos desproporcionados, así como, el asesinato como consecuencia del establecimiento de perfiles raciales.

Estos actos de violencia han suscitado grandes protestas raciales en EE.UU., entre las más importantes generadas en los últimos años destacan los disturbios en Ferguson, Missouri, por el asesinato del joven afroamericano y desarmado Michael Brown en el año 2014 a manos de un policía quien le disparó seis veces, dos de ellas en la cabeza, siendo posteriormente exonerado de cargos el oficial responsable de haberle disparado; hechos que dieron paso a la emergencia del movimiento Black Lives Matter.

Desde entonces numerosos episodios de brutalidad policial han seguido siendo cometidos contra los afroamericanos, entre estos es posible mencionar detenciones, registros y controles de tráfico injustificados, malos tratos, patadas, puñetazos, golpes con porras u otras armas, la aplicación indiscriminada de armas de electrochoque y disparos con armas de fuego incluso al encontrarse desarmados y no representar una amenaza; prácticas que además gozan de aceptación y tolerancia en los cuerpos de seguridad y el sistema de justicia penal cuando se trata de la aplicación de sanciones.

No obstante, las tensiones, protestas y debates raciales en este país nuevamente se han reavivado y recrudecido tras el brutal asesinato de George Floyd, un afroamericano de 47 años, esposado y desarmado, asesinado por un policía blanco el pasado 26 de mayo en la ciudad de Minneapolis. Este hecho ha puesto nuevamente sobre la mesa la discusión sobre el racismo en los Estados Unidos, el rol de los grupos de odio, la persistencia de los prejuicios, estereotipos y perfiles raciales; pero sobre todo, el hecho de que la policía más que una fuerza garante de seguridad, protección y confianza para los afroamericanos representa una amenaza, un factor de riesgo y la posibilidad de un desenlace fatal bajo custodia policial.





(*) Autora, entre otros, del libro "Racismo y brutalidad policial en Estados Unidos", Acercándonos Ediciones (2016), que para esta oportunidad hemos liberado con el fin de esclarecer y ampliar la mirada sobre los hechos que se están sucediendo actualmente.


Estados Unidos y la ilusión posracial
Los Estados Unidos de Norteamérica han sido en el pasado y aún en la actualidad uno de los países más racistas de toda la América colonizada. Tras la abolición de la esclavitud el racismo no transmutó como en América Latina hacia formas más sutiles y simbólicas, por el contrario, cobró un carácter abiertamente explícito, confrontador, violento y exacerbado. El racismo en EE.UU. se institucionalizó mediante la segregación, las cual fue instaurada con las leyes de Jim Crow con el propósito de detener el avance de los derechos de la población afroamericana ante el temor de la población blanca de ver disminuido el monopolio de poder económico, político y social que se habían asegurado durante el periodo colonial esclavista.

Pero tras la aprobación de la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto a finales de la década de los 60 y como mecanismo de distracción ante las tensiones raciales, se introdujo el imaginario de una era posracial, es decir, de la superación del racismo, el cual se profundizó con la elección de Barack Obama como presidente en el año 2008. Sin embargo, los sentimientos de superioridad racial de la población blanca conservadora en los Estados Unidos no desaparecieron, la idea de una democracia racial no es más que una ficción que ha ocultado las desigualdades raciales que aún anidan en dicha sociedad.

Contrario a las afirmaciones de la opinión pública caracterizada por la negación del racismo, o la afirmación de que Estados Unidos transitó hacia una etapa posracial, la elección de un afroamericano como presidente de los Estados Unidos contribuyó a reavivar el racismo, el rechazo al multiculturalismo, así como, la sensación de pérdida de control y poder social por parte de la población blanca conservadora. Este hecho favoreció el reagrupamiento de los grupos de odio, incluyendo el Ku Klux Klan, el movimiento neonazi, neo-confederados, skinheads racistas, entre otros; los cuales según Southern Poverty Law Center -principal organización en EE.UU. que hace un seguimiento de los grupos de odio y otros extremistas en lucha contra el racismo y la intolerancia- se incrementaron exponencialmente durante cada año de mandato del afroamericano.

Esta ilusión posracial finalmente desapareció con la elección del magnate Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, cuya campaña electoral se caracterizó por sus polémicas intervenciones en las que enfatizó la construcción de “otredades”, la explotación del odio, la recurrencia al racismo, la xenofobia y la misoginia como discurso aglutinador de las masas, aunado a una permanente y desmesurada criminalización de las minorías. Esta narrativa incendiaria de Trump logró convocar a los sectores más conservadores y racistas de los EE.UU. quienes vieron en el candidato la posibilidad de restablecimiento del poderío y la supremacía blanca -aparentemente amenazada, disminuida y en declive desde el ascenso al poder de un presidente afroamericano- y que se evidenció en la consigna “Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez”.


La criminalización de la racialidad

La continuidad, persistencia y efectividad del racismo en la sociedad contemporánea puede explicarse como consecuencia de su penetración en los imaginarios sociales. En este contexto, los agentes socializadores como la familia, la religión, la escuela y principalmente los medios de comunicación, a través de sus discursos y representaciones han contribuido significativamente a la construcción, legitimación y sedimentación en el imaginario colectivo de prejuicios y estereotipos sobre la población afroamericana; grupo social que desde los contenidos audiovisuales es presentado como una amenaza, al constituirse desde la perspectiva de la ideología racista como la fuente del crimen, la desviación social, los problemas, el conflicto, el consumo y tráfico de drogas, los asaltos y robos, así como, la comisión de delitos sexuales y contra la propiedad.

Los medios de comunicación han ayudado a construir el prejuicio de la “delincuencia étnica”, es decir, a la racialización del crimen, pero también, a la criminalización de la racialidad pues, como bien afirma Teun Van Dijk en su ensayo El discurso y la reproducción del racismo; en las noticias, con frecuencia a la población afroamericana “se los describe como gente que tiene problemas, por ejemplo, de vivienda, educación, empleo, o seguridad social (y que, por lo tanto, necesita ayuda extra) o que causa problemas por ejemplo, cuando protesta o hace manifestaciones, o peor aún, cuando se involucren crímenes y drogas. E inversamente, cuando se trata el problema de la drogadicción o la criminalidad a menudo se lo asocia con las minorías, sobre todo con la de los jóvenes negros”.

Estos discursos y representaciones estereotípicas y estigmantizantes cobran vida en la dinámica cotidiana de la sociedad, dando paso a formas de discriminación, exclusión y desconfianza contra la población afroamericana en los diferentes espacios de sociabilidad; al considerarlos como una potencial amenaza física, sexual y material. Pero sobre todo, la prevalencia de estos prejuicios y estereotipos sobre la población afroamericana y su asociación directa a la criminalidad en el imaginario colectivo, también ha favorecido el establecimiento y aplicación del “racial profiling” por parte por parte de los funcionarios y las fuerzas de seguridad formales del Estado; perfiles raciales que según la CIDH se definen como: Una acción represora que se adopta por supuestas razones de seguridad o protección pública y está motivada en estereotipos de raza, color, etnicidad, idioma, descendencia, religión, nacionalidad o lugar de nacimiento, o una combinación de estos factores, y no en sospechas objetivas, que tiendan a singularizar de manera discriminatoria a individuos o grupos con base en la errónea suposición de la propensión de las personas con tales características a la práctica de determinado tipo de delitos.



Políticas de aniquilamiento y brutalidad policial

En EE.UU. el racismo ha estado presente en las diferentes etapas del proceso histórico social, ha impregnado todas sus instituciones y ámbitos de sociabilidad, no obstante, la racialización de la criminalidad ha servido como justificación para el ejercicio de la brutalidad policial y el uso desproporcionado de la fuerza letal contra la población afroamericana, en el contexto de la puesta en práctica de los prejuicios y estereotipos racistas mantenidos por funcionarios de las fuerzas de seguridad del Estado.

Como bien ha puesto en evidencia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su informe La situación de las personas afrodescendientes en las Américas, la racialización de las personas favorece que este grupo étnico sea “más susceptible de ser sospechoso, perseguido, procesado y condenado, en comparación con el resto de la población”; los vuelve vulnerables, dificulta su acceso a la justicia, les convierte en víctimas de prácticas como la vigilancia policial injustificada, mayor atribución de delitos, arrestos desproporcionados, así como, el asesinato como consecuencia del establecimiento de perfiles raciales.

Estos actos de violencia han suscitado grandes protestas raciales en EE.UU., entre las más importantes generadas en los últimos años destacan los disturbios en Ferguson, Missouri, por el asesinato del joven afroamericano y desarmado Michael Brown en el año 2014 a manos de un policía quien le disparó seis veces, dos de ellas en la cabeza, siendo posteriormente exonerado de cargos el oficial responsable de haberle disparado; hechos que dieron paso a la emergencia del movimiento Black Lives Matter.

Desde entonces numerosos episodios de brutalidad policial han seguido siendo cometidos contra los afroamericanos, entre estos es posible mencionar detenciones, registros y controles de tráfico injustificados, malos tratos, patadas, puñetazos, golpes con porras u otras armas, la aplicación indiscriminada de armas de electrochoque y disparos con armas de fuego incluso al encontrarse desarmados y no representar una amenaza; prácticas que además gozan de aceptación y tolerancia en los cuerpos de seguridad y el sistema de justicia penal cuando se trata de la aplicación de sanciones.

No obstante, las tensiones, protestas y debates raciales en este país nuevamente se han reavivado y recrudecido tras el brutal asesinato de George Floyd, un afroamericano de 47 años, esposado y desarmado, asesinado por un policía blanco el pasado 26 de mayo en la ciudad de Minneapolis. Este hecho ha puesto nuevamente sobre la mesa la discusión sobre el racismo en los Estados Unidos, el rol de los grupos de odio, la persistencia de los prejuicios, estereotipos y perfiles raciales; pero sobre todo, el hecho de que la policía más que una fuerza garante de seguridad, protección y confianza para los afroamericanos representa una amenaza, un factor de riesgo y la posibilidad de un desenlace fatal bajo custodia policial.





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