¿El fin del occidentalismo?
Guido Fernández Parmo
Este Occidente se constituye desde sus orígenes como una fuerza imperialista que busca controlar los recursos del planeta a través de un dominio económico, militar e ideológico que puede ser entendido como un proceso de “occidentalización”.


Occidentalismo
El debate acerca de la decadencia de Occidente es tan antiguo como el propio Occidente. A mediados de febrero de este año, se celebró la Conferencia de Seguridad de Múnich, tal como se viene haciendo desde 1963. Los principales líderes del mundo, excluyendo significativamente a los de África y Latinoamérica, se reunieron bajo una atmósfera pesimista e inquietante para la hegemonía occidental. El diplomático alemán, Wolfgang Ischinger, antiguo embajador en EEUU, definió ese clima al decir “El mundo se ha vuelto menos occidental”.

¿Cuál es el problema de un mundo menos occidental? La pregunta nos interpela particularmente a aquellos que no estuvimos representados en la Conferencia, precisamente a africanos y latinoamericanos. Occidente tiene dos grandes fechas de fundación, podríamos decir, de nacimiento y de adultez: 1492, cuando Europa empieza a definirse como tal posicionándose como centro del nuevo sistema-mundo, y 1945, cuando se consolida su aspecto liberal-capitalista en oposición a las alternativas de China y la URSS.

Este Occidente se constituye desde sus orígenes como una fuerza imperialista que busca controlar los recursos del planeta a través de un dominio económico, militar e ideológico que puede ser entendido como un proceso de “occidentalización”. Se trata de la vieja cuestión del eurocentrismo que, sin embargo, posee el mismo vigor que hace 500 años, algo que la Conferencia de Seguridad de Múnich mostró claramente.

Occidente asediado
La Conferencia de este año define el eje de su reflexión en un documento titulado “Posoccidentalización”, expresando un sentimiento interno de la propia “civilización” occidental antes que un dato objetivo de la realidad. Por momentos, el texto parece redactado por algún funcionario del colonialismo del siglo XIX, por ejemplo, al postular el problema de cómo Occidente se encuentra cuestionado, por dentro y por fuera, por nuevas formas de entender la política, la economía y el pensamiento: “Movimientos revisionistas heterogéneos que poco a poco vienen convirtiendo a Occidente en una comunidad en la que sus criterios étnicos, culturales y religiosos están francamente amenazados. Ofrece la visión de una civilización asediada que desemboca, irremediablemente, en una llamada a la legítima defensa, materializada en muros y fronteras, el rechazo de los refugiados, pero también en la oposición a lo ‘políticamente correcto’ y la perspectiva de género entre otras cuestiones”.

Lo que el texto no dice es que son los propios valores de Occidente los autores de la existencia de esos refugiados, de la violencia patriarcal y de la apatía burguesa. Por un lado, los migrantes que llegan a Europa son una población desplazada forzosamente debido a las guerras que esas mismas potencias occidentales llevan adelante en sus países. La problemática de la violencia patriarcal está íntimamente ligada a la formación del capitalismo y la sociedad burguesa, es decir de Occidente, cuando definió a la mujer a partir del trabajo reproductivo doméstico (una historia marcadamente diferente fue la de los países del bloque socialista). Por último, lo ‘políticamente correcto´ debería ser comprendido como el espíritu del éxito burgués que desemboca en una apatía individualista que explica, al mismo tiempo, los niveles de violencia, de consumo de drogas, de suicidios y de la indiferencia ante el sufrimiento del otro.


A Occidente le preocupa perder su hegemonía militar, económica e ideológica y parece desesperado ante un posible futuro en el que los valores dominantes se modifiquen. El mismo Ischinger expresó este temor, de manera provinciana, hay que decirlo, al afirmar: “podemos estar al borde de la era posoccidental, en la que los actores no-occidentales reconfiguren los asuntos internacionales, seguido aún en detrimento de precisamente aquellos marcos multilaterales que formaron el cimiento del orden internacional liberal desde 1945”.

Ante esto, nosotros deberíamos preguntarnos cuáles son esos acuerdos multilaterales que incluyeron, soberanamente, a los países latinoamericanos y a los africanos; cuáles aquellos que incluyeron a los países de Medio Oriente, donde el imperialismo británico impuso sus fronteras arbitrariamente; cuáles los marcos que pusieron en igualdad de condiciones a los países del centro con los de la periferia. El tono nostálgico de la declaración huele a animal acorralado que se da cuenta de que su presa ya no cree en sus mentiras, lo que, por otro lado, nos debería poner en alerta.

Occidente (Europa + EEUU) nunca fue otra cosa que el orden que el capitalismo impuso a través del cuerpo de sus Estados, y su problema es que siempre ha tenido, desde Colón hasta la Conferencia de Berlín, un serias dificultades para entender que no es el dueño del mundo ni, mucho menos, la encarnación de la esencia de la humanidad universal.

Mientras tanto, en los márgenes de Occidente…
¿Por dónde se quiebra ese Occidente globalizado e imperialista? En la reunión celebrada en Múnich no quedaron dudas: por Rusia y China. Tanto EEUU como Europa identifican a estos dos países como las razones del fin de la hegemonía occidental. Las declaraciones apologéticas de Mike Pompeo, secretario de Estado de EEUU, dejaron en claro qué es lo que está en juego, al afirmar que “los migrantes huyen a Europa y no a Cuba […] la gente va a estudiar a Cambridge y no a Caracas, mientras que las empresas se abren en Sillicon Valley y no en San Petersburgo”. Pompeo esconde lo mismo que Ischinger al no decir las razones de ese orden, típica estrategia ideológica del liberalismo de tapar los orígenes de las desigualdades económicas explicándolas por razones morales (los pobres son “vagos” y los países tercermundistas “salvajes”).

Cuba-Venezuela-Rusia, actualización del “eje del mal” grosera y prepotente. El comentario desnuda los temores de EEUU ante el nuevo orden post-occidental: que Rusia haya salido al rescate de aquellos países latinoamericanos que el país imperialista del norte pretende tener en su bolsillo. Precisamente, quienes no estuvimos en Múnich.

Apenas una semana antes de la Conferencia de Seguridad de Múnich, el canciller ruso, Sergei Lavrov, inició una gira por Latinoamérica que incluía a México, Venezuela y Cuba. Entre otras cosas, el canciller no dejó pasar la oportunidad para denunciar los bloqueos que EEUU utiliza para ahogar a Venezuela y Cuba: “La recesión económica que se está viviendo en Venezuela procede de los intentos, a través de una campaña ejecutada, de derrocar al Gobierno legítimo, utilizando incluso la fuerza. Es indignante que acciones unilaterales de Estados Unidos afecten lo social”. Con esto, Rusia, a través de su canciller, reafirma su proyecto de un nuevo orden mundial alternativo donde, por ejemplo, la defensa del Presidente Maduro sea legítima, la denuncia del bloqueo yanqui a Cuba un imperativo moral y las alianzas estratégicas no mediadas por Occidente un nuevo camino hacia un mundo en el que el capitalismo se sienta nuevamente asediado.

Occidentalismo
El debate acerca de la decadencia de Occidente es tan antiguo como el propio Occidente. A mediados de febrero de este año, se celebró la Conferencia de Seguridad de Múnich, tal como se viene haciendo desde 1963. Los principales líderes del mundo, excluyendo significativamente a los de África y Latinoamérica, se reunieron bajo una atmósfera pesimista e inquietante para la hegemonía occidental. El diplomático alemán, Wolfgang Ischinger, antiguo embajador en EEUU, definió ese clima al decir “El mundo se ha vuelto menos occidental”.

¿Cuál es el problema de un mundo menos occidental? La pregunta nos interpela particularmente a aquellos que no estuvimos representados en la Conferencia, precisamente a africanos y latinoamericanos. Occidente tiene dos grandes fechas de fundación, podríamos decir, de nacimiento y de adultez: 1492, cuando Europa empieza a definirse como tal posicionándose como centro del nuevo sistema-mundo, y 1945, cuando se consolida su aspecto liberal-capitalista en oposición a las alternativas de China y la URSS.

Este Occidente se constituye desde sus orígenes como una fuerza imperialista que busca controlar los recursos del planeta a través de un dominio económico, militar e ideológico que puede ser entendido como un proceso de “occidentalización”. Se trata de la vieja cuestión del eurocentrismo que, sin embargo, posee el mismo vigor que hace 500 años, algo que la Conferencia de Seguridad de Múnich mostró claramente.

Occidente asediado
La Conferencia de este año define el eje de su reflexión en un documento titulado “Posoccidentalización”, expresando un sentimiento interno de la propia “civilización” occidental antes que un dato objetivo de la realidad. Por momentos, el texto parece redactado por algún funcionario del colonialismo del siglo XIX, por ejemplo, al postular el problema de cómo Occidente se encuentra cuestionado, por dentro y por fuera, por nuevas formas de entender la política, la economía y el pensamiento: “Movimientos revisionistas heterogéneos que poco a poco vienen convirtiendo a Occidente en una comunidad en la que sus criterios étnicos, culturales y religiosos están francamente amenazados. Ofrece la visión de una civilización asediada que desemboca, irremediablemente, en una llamada a la legítima defensa, materializada en muros y fronteras, el rechazo de los refugiados, pero también en la oposición a lo ‘políticamente correcto’ y la perspectiva de género entre otras cuestiones”.

Lo que el texto no dice es que son los propios valores de Occidente los autores de la existencia de esos refugiados, de la violencia patriarcal y de la apatía burguesa. Por un lado, los migrantes que llegan a Europa son una población desplazada forzosamente debido a las guerras que esas mismas potencias occidentales llevan adelante en sus países. La problemática de la violencia patriarcal está íntimamente ligada a la formación del capitalismo y la sociedad burguesa, es decir de Occidente, cuando definió a la mujer a partir del trabajo reproductivo doméstico (una historia marcadamente diferente fue la de los países del bloque socialista). Por último, lo ‘políticamente correcto´ debería ser comprendido como el espíritu del éxito burgués que desemboca en una apatía individualista que explica, al mismo tiempo, los niveles de violencia, de consumo de drogas, de suicidios y de la indiferencia ante el sufrimiento del otro.


A Occidente le preocupa perder su hegemonía militar, económica e ideológica y parece desesperado ante un posible futuro en el que los valores dominantes se modifiquen. El mismo Ischinger expresó este temor, de manera provinciana, hay que decirlo, al afirmar: “podemos estar al borde de la era posoccidental, en la que los actores no-occidentales reconfiguren los asuntos internacionales, seguido aún en detrimento de precisamente aquellos marcos multilaterales que formaron el cimiento del orden internacional liberal desde 1945”.

Ante esto, nosotros deberíamos preguntarnos cuáles son esos acuerdos multilaterales que incluyeron, soberanamente, a los países latinoamericanos y a los africanos; cuáles aquellos que incluyeron a los países de Medio Oriente, donde el imperialismo británico impuso sus fronteras arbitrariamente; cuáles los marcos que pusieron en igualdad de condiciones a los países del centro con los de la periferia. El tono nostálgico de la declaración huele a animal acorralado que se da cuenta de que su presa ya no cree en sus mentiras, lo que, por otro lado, nos debería poner en alerta.

Occidente (Europa + EEUU) nunca fue otra cosa que el orden que el capitalismo impuso a través del cuerpo de sus Estados, y su problema es que siempre ha tenido, desde Colón hasta la Conferencia de Berlín, un serias dificultades para entender que no es el dueño del mundo ni, mucho menos, la encarnación de la esencia de la humanidad universal.

Mientras tanto, en los márgenes de Occidente…
¿Por dónde se quiebra ese Occidente globalizado e imperialista? En la reunión celebrada en Múnich no quedaron dudas: por Rusia y China. Tanto EEUU como Europa identifican a estos dos países como las razones del fin de la hegemonía occidental. Las declaraciones apologéticas de Mike Pompeo, secretario de Estado de EEUU, dejaron en claro qué es lo que está en juego, al afirmar que “los migrantes huyen a Europa y no a Cuba […] la gente va a estudiar a Cambridge y no a Caracas, mientras que las empresas se abren en Sillicon Valley y no en San Petersburgo”. Pompeo esconde lo mismo que Ischinger al no decir las razones de ese orden, típica estrategia ideológica del liberalismo de tapar los orígenes de las desigualdades económicas explicándolas por razones morales (los pobres son “vagos” y los países tercermundistas “salvajes”).

Cuba-Venezuela-Rusia, actualización del “eje del mal” grosera y prepotente. El comentario desnuda los temores de EEUU ante el nuevo orden post-occidental: que Rusia haya salido al rescate de aquellos países latinoamericanos que el país imperialista del norte pretende tener en su bolsillo. Precisamente, quienes no estuvimos en Múnich.

Apenas una semana antes de la Conferencia de Seguridad de Múnich, el canciller ruso, Sergei Lavrov, inició una gira por Latinoamérica que incluía a México, Venezuela y Cuba. Entre otras cosas, el canciller no dejó pasar la oportunidad para denunciar los bloqueos que EEUU utiliza para ahogar a Venezuela y Cuba: “La recesión económica que se está viviendo en Venezuela procede de los intentos, a través de una campaña ejecutada, de derrocar al Gobierno legítimo, utilizando incluso la fuerza. Es indignante que acciones unilaterales de Estados Unidos afecten lo social”. Con esto, Rusia, a través de su canciller, reafirma su proyecto de un nuevo orden mundial alternativo donde, por ejemplo, la defensa del Presidente Maduro sea legítima, la denuncia del bloqueo yanqui a Cuba un imperativo moral y las alianzas estratégicas no mediadas por Occidente un nuevo camino hacia un mundo en el que el capitalismo se sienta nuevamente asediado.


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