Umbral
Natalia Acosta
Natalia Acosta es docente de Letras, de Filosofía y Especialista en Educación y Nuevas tecnologías. También es voz y compositora en las bandas: Gomas de Eva, Dos Aparatos, La casa de los aviones, Natalia A.


“cantidad mínima de señal
que ha de estar presente
para ser registrada
por un sistema”
(Umbral. Wikipedia)
“Si está debajo del umbral,
se considera ruido”
(M.C)

Mis padres ya están aquí para llevarme a casa. Me quito el vestido de Blancanieves, te lo devuelvo. Atravieso el umbral, que está adornado con luces de colores. Subo en la parte trasera del Renault 6 amarillo. Mis padres hablan entre ellos, no puedo distinguir lo que dicen, mi vista se concentra en la cabeza enorme de papá, blanca, y la melena con rulos negros de mamá. Mueven cada tanto las cabezas hacia arriba y hacia abajo, o a los costados, en cámara lenta. En la radio hablan algo. Hace frío, la ventanilla se empaña. Le paso la mano, no logro ver la calle.

Suena un timbre largo. Estoy parada en el patio del Colegio junto a vos y otras cientos de niñas. Es la hora de la salida y del arriamiento de bandera. Nos formamos en hileras.

Una niña canta frente a todas nosotras y tiene frente a sí, emplazado a la altura de su boca, un micrófono. Levanta los brazos en las partes más agudas y sublimes. Cantamos con ella.

La canción habla de águilas, corazones, cuerpos, parece un himno. Nos movemos de un lado a otro, de un lado a otro, casi imperceptiblemente.

No conozco a nadie en esta fiesta, salvo a vos. A los adultos les llego a la cintura, un poco más. Tu casa está llena de gente. Tienen los vasos en las manos, con cerveza. Voy detrás tuyo, atravesando el jardín lleno de rosas, corriendo luego el pasador del portón verde bajito, hacia la vereda. Tu cabello castaño claro tiene varias florecitas de tela que caen desde la corona de tu peinado. Tu vestido blanco es larguísimo. La parte del ruedo del vestido está marrón, por el barro de la calle sin pavimentar que estamos cruzando por milésima vez, para que los vecinos te saluden y te dejen dinero en la bolsita de encaje. María Justina va a mi lado, me dice que no se anima a cruzar los charcos de la calle.

En el patio del Colegio, todas juntas somos como un cúmulo de espejismos del sol sobre el pavimento.

Es de noche. Te digo chau, con la mano. Tu mamá me despide con un beso y me entrega como souvenir un círculo blanco de papel muy suave, que dice «Recuerdo de Ana». A mi papá le dice «gracias». Mi papá repite: «gracias». Parecen dormidos. ¿Éste es el rostro de papá? Después estoy en la vereda y giro la cabeza para ver si aparecés por la ventana de tu casa, viéndome ir, pero no. Veo a través del vidrio a María Justina bailando, con los brazos levantados. Mi mamá nos espera en el auto. Subo. Cierro mis ojos y sólo percibo el blanco del raso de tu vestido, me hundo en esa corriente de tela, como un pez de papel, en un video con stop motion.

La niña vuelve a cantar la canción de las águilas, una y otra vez, en el patio. Observo sus labios, rosados y brillantes, y sus dientes con brackets. No sé quién es, pero creo en realidad que sí sé. Nos sonríe con tristeza. En la parte que dice: «Deseamos con ansias», me mira. Llora en ese momento, pero sigue cantando. Las demás estamos en posición de firmes, tomadas de la mano, con el cabello recogido en trenzas o al estilo “cola de caballo”. El delantal es blanco.
Estamos debajo de la cama de la habitación de tu hermano mayor. Me quedan las cosquillas en la comisura de la boca.

El piso espejado del patio nos devuelve nuestro propio reflejo y somos una multitud, moviéndonos al ritmo de la canción.

Te formás a mi lado. La puerta de salida está lejos. La letra de la canción nos transporta a un desierto, y en él hay una batalla en la que un dios de los corazones vence a las naciones con su látigo de amor. Tengo en el bolsillo la tarjeta de invitación a tu comunión. Intento leerla: :«…» y cosas que no distingo. Me das la mano.

Es casi de noche. Se acabaron los sánguches y las albondiguitas. No queda gaseosa, salvo en los vasos. Tus amigas de la cuadra se fueron a su casa. Nosotras quedamos solas. Escuchamos a los adultos hablar y reír en el living. Nos vamos a jugar a la planta alta, a tu habitación. Se nos une María Justina, es mayor que vos, pero todos la tratan como a una niña pequeña.

La niña frente al micrófono sigue llorando pero no deja de cantar la canción. La letra cuenta que las naciones están habitadas por águilas que devoran cuerpos. Las águilas sobrevuelan el paisaje, y detectan su alimento deseado. Se reúnen en torno a él y lo mastican entre todas. Después vuelan.

Te quitás el vestido de comunión para ponerte el de Cenicienta. Yo también busco uno que me calce, encuentro el de Blancanieves. María Justina quiere disfrazarse como nosotras, pero ningún vestido le entra porque tiene talle extra grande. Se pone una corona y agarra un cetro. Quiere ser la hechicera y quiere atraparnos. Debemos evitar que María Justina encuentre nuestro escondite. Le pedimos que se vaya un rato a la planta baja, para que nos dé tiempo de escondernos.

En el patio del Colegio la niña canta. La seguimos. Sabemos dónde está la puerta para salir, pero no avanzamos hacia ella. ¿Por qué nos quedamos?
La planta alta de tu casa tiene tres habitaciones. Nos metemos en la habitación del medio, la de tu hermano mayor. Él no está en casa. María Justina está subiendo con dificultad la escalera y tenemos un minuto para pensar un buen escondite antes de que ella nos encuentre. Se nos ocurre ir debajo de la cama de tu hermano. La cama es de dos plazas. Tiene un cubrecama que llega al piso. Abajo de la cama está oscuro. Encontramos un globo con un líquido blanco adentro. Nos da asco. Lo arrojamos fuera del área de la cama. Esperamos a María Justina. Ubico mi cabeza sobre el brazo derecho, te oigo respirar. Vos me imitás, te recostás sobre el brazo izquierdo. Nos reímos ahogando el ruido con la mano. Me dan ganas de besarte, no distingo si llego a hacerlo. Escucho a María Justina ir de una habitación a otra, alertándonos sin querer con el taconeo de sus zapatos ortopédicos. Nos llama. La cara al revés de María Justina nos sorprende. Está sobre la cama, doblada en «L», boca abajo, cabeza abajo. Se ríe. Grita «piedra para Ana y Carolina que son novias». Me siento enferma, afiebrada. Ya no hay música en la casa. Suena el timbre, son mis papás. Camino al umbral.
En el patio del Colegio la niña canta. La acompañamos en el canto. Nada más pasa. A lo lejos vemos el umbral. Nadie avanza hacia él.

---

Natalia Acosta es docente de Letras, de Filosofía y Especialista en Educación y Nuevas tecnologías. También es voz y compositora en las bandas: Gomas de Eva, Dos Aparatos, La casa de los aviones, Natalia A. Actualmente dicta talleres de escritura, cursa el Doctorado en Arte Contemporáneo Latinoamericano de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP, participa en proyectos educativos digitales para el Ministerio de Educación, e integra el colectivo de trabajadoras de las artes La Lola Mora.

“cantidad mínima de señal
que ha de estar presente
para ser registrada
por un sistema”
(Umbral. Wikipedia)
“Si está debajo del umbral,
se considera ruido”
(M.C)

Mis padres ya están aquí para llevarme a casa. Me quito el vestido de Blancanieves, te lo devuelvo. Atravieso el umbral, que está adornado con luces de colores. Subo en la parte trasera del Renault 6 amarillo. Mis padres hablan entre ellos, no puedo distinguir lo que dicen, mi vista se concentra en la cabeza enorme de papá, blanca, y la melena con rulos negros de mamá. Mueven cada tanto las cabezas hacia arriba y hacia abajo, o a los costados, en cámara lenta. En la radio hablan algo. Hace frío, la ventanilla se empaña. Le paso la mano, no logro ver la calle.

Suena un timbre largo. Estoy parada en el patio del Colegio junto a vos y otras cientos de niñas. Es la hora de la salida y del arriamiento de bandera. Nos formamos en hileras.

Una niña canta frente a todas nosotras y tiene frente a sí, emplazado a la altura de su boca, un micrófono. Levanta los brazos en las partes más agudas y sublimes. Cantamos con ella.

La canción habla de águilas, corazones, cuerpos, parece un himno. Nos movemos de un lado a otro, de un lado a otro, casi imperceptiblemente.

No conozco a nadie en esta fiesta, salvo a vos. A los adultos les llego a la cintura, un poco más. Tu casa está llena de gente. Tienen los vasos en las manos, con cerveza. Voy detrás tuyo, atravesando el jardín lleno de rosas, corriendo luego el pasador del portón verde bajito, hacia la vereda. Tu cabello castaño claro tiene varias florecitas de tela que caen desde la corona de tu peinado. Tu vestido blanco es larguísimo. La parte del ruedo del vestido está marrón, por el barro de la calle sin pavimentar que estamos cruzando por milésima vez, para que los vecinos te saluden y te dejen dinero en la bolsita de encaje. María Justina va a mi lado, me dice que no se anima a cruzar los charcos de la calle.

En el patio del Colegio, todas juntas somos como un cúmulo de espejismos del sol sobre el pavimento.

Es de noche. Te digo chau, con la mano. Tu mamá me despide con un beso y me entrega como souvenir un círculo blanco de papel muy suave, que dice «Recuerdo de Ana». A mi papá le dice «gracias». Mi papá repite: «gracias». Parecen dormidos. ¿Éste es el rostro de papá? Después estoy en la vereda y giro la cabeza para ver si aparecés por la ventana de tu casa, viéndome ir, pero no. Veo a través del vidrio a María Justina bailando, con los brazos levantados. Mi mamá nos espera en el auto. Subo. Cierro mis ojos y sólo percibo el blanco del raso de tu vestido, me hundo en esa corriente de tela, como un pez de papel, en un video con stop motion.

La niña vuelve a cantar la canción de las águilas, una y otra vez, en el patio. Observo sus labios, rosados y brillantes, y sus dientes con brackets. No sé quién es, pero creo en realidad que sí sé. Nos sonríe con tristeza. En la parte que dice: «Deseamos con ansias», me mira. Llora en ese momento, pero sigue cantando. Las demás estamos en posición de firmes, tomadas de la mano, con el cabello recogido en trenzas o al estilo “cola de caballo”. El delantal es blanco.
Estamos debajo de la cama de la habitación de tu hermano mayor. Me quedan las cosquillas en la comisura de la boca.

El piso espejado del patio nos devuelve nuestro propio reflejo y somos una multitud, moviéndonos al ritmo de la canción.

Te formás a mi lado. La puerta de salida está lejos. La letra de la canción nos transporta a un desierto, y en él hay una batalla en la que un dios de los corazones vence a las naciones con su látigo de amor. Tengo en el bolsillo la tarjeta de invitación a tu comunión. Intento leerla: :«…» y cosas que no distingo. Me das la mano.

Es casi de noche. Se acabaron los sánguches y las albondiguitas. No queda gaseosa, salvo en los vasos. Tus amigas de la cuadra se fueron a su casa. Nosotras quedamos solas. Escuchamos a los adultos hablar y reír en el living. Nos vamos a jugar a la planta alta, a tu habitación. Se nos une María Justina, es mayor que vos, pero todos la tratan como a una niña pequeña.

La niña frente al micrófono sigue llorando pero no deja de cantar la canción. La letra cuenta que las naciones están habitadas por águilas que devoran cuerpos. Las águilas sobrevuelan el paisaje, y detectan su alimento deseado. Se reúnen en torno a él y lo mastican entre todas. Después vuelan.

Te quitás el vestido de comunión para ponerte el de Cenicienta. Yo también busco uno que me calce, encuentro el de Blancanieves. María Justina quiere disfrazarse como nosotras, pero ningún vestido le entra porque tiene talle extra grande. Se pone una corona y agarra un cetro. Quiere ser la hechicera y quiere atraparnos. Debemos evitar que María Justina encuentre nuestro escondite. Le pedimos que se vaya un rato a la planta baja, para que nos dé tiempo de escondernos.

En el patio del Colegio la niña canta. La seguimos. Sabemos dónde está la puerta para salir, pero no avanzamos hacia ella. ¿Por qué nos quedamos?
La planta alta de tu casa tiene tres habitaciones. Nos metemos en la habitación del medio, la de tu hermano mayor. Él no está en casa. María Justina está subiendo con dificultad la escalera y tenemos un minuto para pensar un buen escondite antes de que ella nos encuentre. Se nos ocurre ir debajo de la cama de tu hermano. La cama es de dos plazas. Tiene un cubrecama que llega al piso. Abajo de la cama está oscuro. Encontramos un globo con un líquido blanco adentro. Nos da asco. Lo arrojamos fuera del área de la cama. Esperamos a María Justina. Ubico mi cabeza sobre el brazo derecho, te oigo respirar. Vos me imitás, te recostás sobre el brazo izquierdo. Nos reímos ahogando el ruido con la mano. Me dan ganas de besarte, no distingo si llego a hacerlo. Escucho a María Justina ir de una habitación a otra, alertándonos sin querer con el taconeo de sus zapatos ortopédicos. Nos llama. La cara al revés de María Justina nos sorprende. Está sobre la cama, doblada en «L», boca abajo, cabeza abajo. Se ríe. Grita «piedra para Ana y Carolina que son novias». Me siento enferma, afiebrada. Ya no hay música en la casa. Suena el timbre, son mis papás. Camino al umbral.
En el patio del Colegio la niña canta. La acompañamos en el canto. Nada más pasa. A lo lejos vemos el umbral. Nadie avanza hacia él.

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