Mi relación con Don Luis Fortunato Iglesias
Marcelo Saraceno
Para Luis Fortunato Iglesias, un gran maestro argentino y de nuestra Patria Grande



Mi relación con Don Luis (pues así lo llamábamos al Maestro Luis Fortunato Iglesias), nació a partir de mi abuela Carmen. Mi querida abuela materna (que vivía en casa con mis padres, mi hermano y yo), fue la Ama de llaves y persona de confianza de la familia “Iglesias” por más de 30 años en un departamento ubicado sobre la Avenida Montes de Oca en el Barrio de Barracas. Trabajaba de lunes a viernes desde el amanecer hasta el anochecer y dejó de hacerlo cuando su cuerpo ya no le permitía viajar en el “17” desde Wilde a Barracas. Emocionalmente, fue muy traumático dejar de trabajar con su familia del corazón pero su edad y su físico ya le habían dicho basta. Por supuesto, que siempre fue muy bien recibida cuando los visitó y siempre yo la acompañé.

La familia “Iglesias” estaba compuesta por Don Luis, su esposa Clementina (médica pediatra a la que solíamos visitar en el Hospital que trabajaba) y sus hijos: Ana y Alejandro. Las funciones de mi abuela eran de limpieza, compras y cocina. Dado que Don Luis y Clementina, estaban todo el día afuera cumpliendo con sus obligaciones laborales, mi abuela Carmen se ocupó del cuidado y crianza de los dos niños. Para Ana y Alejandro, mi abuela siempre fue como una segunda madre. Y debo destacar, que siempre se molestaron por demostrarle a mi abuela ese cariño. Tal es así, que para mi abuela también esos niños (ahora adultos), fueron como dos nietos más.

Don Luis siempre se mostró muy generoso y con mucha amabilidad hacia nosotros. Cuando digo nosotros, es con los nietos de mi abuela: mi hermano, mi primo y yo. Siempre se interesaba por cómo estábamos, qué hacíamos y nunca dejaba de alentarnos en el estudio.

Particularmente a mí (que era el más grande de los tres), me mandaba por mi abuela revistas de crucigramas. Recuerdo que me desvivía por completarlas con diccionarios, sinónimos y atlas al lado. De esa manera, le hacía saber mi agradecimiento y cuando mi abuela, le llevaba las revistas completas, él me mandaba otras nuevas. Decía que completar crucigramas, agilizaba la mente y la habilidad para la resolución de problemas, además del conocimiento que se adquiría.

En la mesa, durante la cena, recuerdo a mi abuela hablar con mucho entusiasmo de la familia con la que trabajaba y desde que nos contó que Don Luis era maestro, sentí cierta admiración por él. Y es más, cuando nos contó que el Sistema lo había castigado por mala conducta enviándolo a trabajar a una escuela rural de Tristán Suarez, me di cuenta que quería ser como él cuando fuera grande.

Don Luis, trabajó en esa escuela durante la mayor parte de su actividad educativa. En la Escuela Rural N°11 de Tristán Suarez no sólo fue Maestro, sino que también fue Director, Secretario, Portero, Auxiliar de limpieza y cocinero. La escuela estaba enteramente a su cargo y él muy agradecido que así sea. Llegaba hasta allí en su “chata” (como él le decía a su Rastrojero) desde la Ciudad de Buenos Aires e iba levantando a los alumnos en su camioneta hasta la escuela.



Esta experiencia de vida y de trabajo le permitió a Don Luis establecer nuevas formas de enseñanza y de esa manera, nació su Pedagogía creadora. Una manera desestructurada de toda norma, implementada a la enseñanza, el aprendizaje y el conocimiento. Revolucionario para los tiempos que corrían. Años más tarde, por ello, fue reconocido y destacado por el Ministerio de Educación.

Don Luis, les pedía a sus alumnos que relataran por escrito algunas de las actividades que hubiese hecho en el día y que lo acompañara con un dibujo. Esto también nos pedía a mi hermano, a mi primo y a mí. Contábamos historias y hacíamos un dibujo que las acompañe. Sólo había una condición: el dibujo debía ser en color y no podía ser copia de otro. Tenía que ser de creación propia. Así le mandábamos los trabajos a Don Luis por medio de mi abuela. Hojas y hojas escritas y dibujadas. Con el tiempo, me llega a las manos el libro “Viento de estrellas”. Una recopilación de historias ilustradas, hecha con tapa de cartón y páginas sostenidas con espiralado de alambre. Ese fue su primer libro, donde mostraba la realidad rural de sus alumnos y alguna de nosotros tres.

Años después y a partir del registro de trabajo escolar que Don Luis fue haciendo durante todo el año, nace el libro “Diario de ruta”. En este libro, Don Luis, cuenta sobre la graduación de enseñanza implementada para los diferentes niveles, sus experiencias educativas y su relación con los alumnos con documentos fotográficos.

Recuerdo muy bien, en una de las primeras visitas que le hice a Don Luis, cuando le dije que estaba en el Magisterio estudiando para ser Maestro de escuela Primaria porque quería seguir su ejemplo y que él fue siempre un gran referente y una admiración para mí. Yo iba a ser Maestro gracias a él. Don Luis, se levantó del sillón de su sala de estar y entre lágrimas, me dio un abrazo que no me lo pude sacar más del cuerpo. – Vas a ser un gran Maestro, me dijo.

No fueron muchos los encuentros pero esas charlas en su escritorio, eran interminables. Un hombre premiado y distinguido hasta el hartazgo por el mundo educativo y siempre muy merecidamente. Siempre buscado para fotografías, para conferencias, para entrevistas… El me dijo que ya estaba cansado de todo eso y que había decidido no ir más a los eventos ni a las radios.




Luis Fortunato Iglesias junto a su familia y Carmen


A la salida de mi primer libro de poesía (“Memorias en el agua”) en el año 1998, fui con mi abuela a visitarlo con la excusa de darle un ejemplar. Dediqué mi primer libro a Don Luis por el amor que siempre le tuve casi sin conocerlo, ya que siempre sentí que estaba en deuda con él. Tal vez, lo aprendí a querer tanto (a él y a su familia) por el amor que mi abuela Carmen sentía hacia ellos.

Don Luis, que ya veía poco y casi nada, me hizo sentar a su lado y que le leyera cada uno de los poemas. Al llegar al poema “Despedida” dedicado a mi padre, Don Luis me dijo que cada vez que fuera a visitarlo, le tenía que leer ese poema. No pudo ser, esa fue la última vez que lo vi.

Siempre que lo pienso, nunca se me ocurrió haber grabado esas charlas que se extendían hasta altas horas de la tarde. Que podría haber editado esas conversaciones llenas de historias y anécdotas y que actualmente podría difundir de alguna manera la historia desde su propia voz. No sé, tal vez con un grabador en frente, las charlas no hubiesen sido lo auténticas que fueron.

No me arrepiento, por suerte yo tuve el honor de ser considerado desde niño por el Maestro, Director e Inspector de Educación, Luis Fortunato Iglesias. Mi querido y siempre estimado Don Luis.



Luis Fortunato Iglesias junto a Marcelo Saraceno


Mi relación con Don Luis (pues así lo llamábamos al Maestro Luis Fortunato Iglesias), nació a partir de mi abuela Carmen. Mi querida abuela materna (que vivía en casa con mis padres, mi hermano y yo), fue la Ama de llaves y persona de confianza de la familia “Iglesias” por más de 30 años en un departamento ubicado sobre la Avenida Montes de Oca en el Barrio de Barracas. Trabajaba de lunes a viernes desde el amanecer hasta el anochecer y dejó de hacerlo cuando su cuerpo ya no le permitía viajar en el “17” desde Wilde a Barracas. Emocionalmente, fue muy traumático dejar de trabajar con su familia del corazón pero su edad y su físico ya le habían dicho basta. Por supuesto, que siempre fue muy bien recibida cuando los visitó y siempre yo la acompañé.

La familia “Iglesias” estaba compuesta por Don Luis, su esposa Clementina (médica pediatra a la que solíamos visitar en el Hospital que trabajaba) y sus hijos: Ana y Alejandro. Las funciones de mi abuela eran de limpieza, compras y cocina. Dado que Don Luis y Clementina, estaban todo el día afuera cumpliendo con sus obligaciones laborales, mi abuela Carmen se ocupó del cuidado y crianza de los dos niños. Para Ana y Alejandro, mi abuela siempre fue como una segunda madre. Y debo destacar, que siempre se molestaron por demostrarle a mi abuela ese cariño. Tal es así, que para mi abuela también esos niños (ahora adultos), fueron como dos nietos más.

Don Luis siempre se mostró muy generoso y con mucha amabilidad hacia nosotros. Cuando digo nosotros, es con los nietos de mi abuela: mi hermano, mi primo y yo. Siempre se interesaba por cómo estábamos, qué hacíamos y nunca dejaba de alentarnos en el estudio.

Particularmente a mí (que era el más grande de los tres), me mandaba por mi abuela revistas de crucigramas. Recuerdo que me desvivía por completarlas con diccionarios, sinónimos y atlas al lado. De esa manera, le hacía saber mi agradecimiento y cuando mi abuela, le llevaba las revistas completas, él me mandaba otras nuevas. Decía que completar crucigramas, agilizaba la mente y la habilidad para la resolución de problemas, además del conocimiento que se adquiría.

En la mesa, durante la cena, recuerdo a mi abuela hablar con mucho entusiasmo de la familia con la que trabajaba y desde que nos contó que Don Luis era maestro, sentí cierta admiración por él. Y es más, cuando nos contó que el Sistema lo había castigado por mala conducta enviándolo a trabajar a una escuela rural de Tristán Suarez, me di cuenta que quería ser como él cuando fuera grande.

Don Luis, trabajó en esa escuela durante la mayor parte de su actividad educativa. En la Escuela Rural N°11 de Tristán Suarez no sólo fue Maestro, sino que también fue Director, Secretario, Portero, Auxiliar de limpieza y cocinero. La escuela estaba enteramente a su cargo y él muy agradecido que así sea. Llegaba hasta allí en su “chata” (como él le decía a su Rastrojero) desde la Ciudad de Buenos Aires e iba levantando a los alumnos en su camioneta hasta la escuela.



Esta experiencia de vida y de trabajo le permitió a Don Luis establecer nuevas formas de enseñanza y de esa manera, nació su Pedagogía creadora. Una manera desestructurada de toda norma, implementada a la enseñanza, el aprendizaje y el conocimiento. Revolucionario para los tiempos que corrían. Años más tarde, por ello, fue reconocido y destacado por el Ministerio de Educación.

Don Luis, les pedía a sus alumnos que relataran por escrito algunas de las actividades que hubiese hecho en el día y que lo acompañara con un dibujo. Esto también nos pedía a mi hermano, a mi primo y a mí. Contábamos historias y hacíamos un dibujo que las acompañe. Sólo había una condición: el dibujo debía ser en color y no podía ser copia de otro. Tenía que ser de creación propia. Así le mandábamos los trabajos a Don Luis por medio de mi abuela. Hojas y hojas escritas y dibujadas. Con el tiempo, me llega a las manos el libro “Viento de estrellas”. Una recopilación de historias ilustradas, hecha con tapa de cartón y páginas sostenidas con espiralado de alambre. Ese fue su primer libro, donde mostraba la realidad rural de sus alumnos y alguna de nosotros tres.

Años después y a partir del registro de trabajo escolar que Don Luis fue haciendo durante todo el año, nace el libro “Diario de ruta”. En este libro, Don Luis, cuenta sobre la graduación de enseñanza implementada para los diferentes niveles, sus experiencias educativas y su relación con los alumnos con documentos fotográficos.

Recuerdo muy bien, en una de las primeras visitas que le hice a Don Luis, cuando le dije que estaba en el Magisterio estudiando para ser Maestro de escuela Primaria porque quería seguir su ejemplo y que él fue siempre un gran referente y una admiración para mí. Yo iba a ser Maestro gracias a él. Don Luis, se levantó del sillón de su sala de estar y entre lágrimas, me dio un abrazo que no me lo pude sacar más del cuerpo. – Vas a ser un gran Maestro, me dijo.

No fueron muchos los encuentros pero esas charlas en su escritorio, eran interminables. Un hombre premiado y distinguido hasta el hartazgo por el mundo educativo y siempre muy merecidamente. Siempre buscado para fotografías, para conferencias, para entrevistas… El me dijo que ya estaba cansado de todo eso y que había decidido no ir más a los eventos ni a las radios.




Luis Fortunato Iglesias junto a su familia y Carmen


A la salida de mi primer libro de poesía (“Memorias en el agua”) en el año 1998, fui con mi abuela a visitarlo con la excusa de darle un ejemplar. Dediqué mi primer libro a Don Luis por el amor que siempre le tuve casi sin conocerlo, ya que siempre sentí que estaba en deuda con él. Tal vez, lo aprendí a querer tanto (a él y a su familia) por el amor que mi abuela Carmen sentía hacia ellos.

Don Luis, que ya veía poco y casi nada, me hizo sentar a su lado y que le leyera cada uno de los poemas. Al llegar al poema “Despedida” dedicado a mi padre, Don Luis me dijo que cada vez que fuera a visitarlo, le tenía que leer ese poema. No pudo ser, esa fue la última vez que lo vi.

Siempre que lo pienso, nunca se me ocurrió haber grabado esas charlas que se extendían hasta altas horas de la tarde. Que podría haber editado esas conversaciones llenas de historias y anécdotas y que actualmente podría difundir de alguna manera la historia desde su propia voz. No sé, tal vez con un grabador en frente, las charlas no hubiesen sido lo auténticas que fueron.

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