Lenin cumple ciento cincuenta años
Rogelio Roldán
Sin repetir a Lenin al pie de la letra, lo que sería traicionarlo fetichizándolo, creo útil tomar sus enseñanzas teórico-prácticas como regularidades vigentes en todo proceso histórico de confrontación clasista aguda. Por lo tanto la tarea es construir la fuerza política de poder popular capaz de terminar con el capitalismo y la barbarie que le es propia


Hoy, 22 de abril, Lenin cumple ciento cincuenta años. Digo cumple porque sus enfoques, sus aportes y su praxis teórico política siguen plenamente vigentes.

En la actualidad el centro de la atención mundial lo ocupa la pandemia del coronavirus. En plena cuarentena los medios de desinformación aturden con este tema, la mayoría de las veces con opiniones sesgadas y sin rigor científico. En verdad el objetivo de los monopolios trasnacionales y sus “líderes” virósicos estatales, llámense míster Trompo, Boris Johnson, sus socios de la UE o Bolsonazi, es encubrir la clara visibilización de la crisis civilizatoria del capitalismo imperialista en su faz neoliberal.

Este proceso marcha raudamente a una depresión de larga duración, con estanflación incluida, y culminará en una catástrofe. Sus propios organismos financieros (FMI, Banco Mundial, etc.) alertan sobre un contexto peor que el estallido de las burbujas de 2008/9 y quizás similar al de 1929. A este costo sistémico pretenden descargarlo sobre los pueblos.

Esta situación pone en el centro del debate cómo será el mundo que viene, es decir cuál será el escenario de la lucha de clases de ahora en más y, principalmente, la política a desplegar por los contendientes en esta batalla.

Los intentos de salvataje del sistema por parte de las clases dominantes son bien conocidos, es notorio que el capitalismo se alimenta y se expande montado en las crisis que genera, crisis propias de sus contradicciones internas irresolubles. Su problema es que el planeta ya no resiste el agravamiento de las mismas. No lo resiste en la esfera económica ni en la social, menos en la preservación del ecosistema y, en las condiciones actuales, tampoco en el sistema político de democracias burguesas globalizadas, hoy inmerso en una honda crisis de representatividad. Con la capacidad nuclear de destrucción masiva acumulada, mucho menos podría resistir un intento de “solución” en el terreno militar.

Del lado de acá, de los de abajo, los que producimos riqueza -que nos es robada vía plusvalía social y nacional-, nuestra necesidad es pensar -y actuar- desde los intereses y el enfoque de la clase obrera y los pueblos del mundo.

Antes de remarcar los múltiples aportes de Lenin creo útil repasar los enfoques, respecto de esta encrucijada, expresados por los filósofos y politólogos hoy de moda en el mundo académico y mediático del sistema. Los mismos van desde una visión pesimista que afirma que el capitalismo se fortalecerá por medio de la llamada “big data” y el control digital global opresivo sobre las personas, hasta el planteo de que “es posible construir un relato más equilibrado y esbozar el contorno de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI. Es posible concebir un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento y del reparto del poder que sea más optimista con la naturaleza humana. Esa nueva ideología puede ser más precisa y convincente que los relatos precedentes, al estar mejor anclada en las lecciones de la historia global”, como propone Thomas Piketty, o la creencia de que la pandemia dio “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” y abrirá paso a “una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, una sociedad que se actualice como solidaridad global y cooperación”. Una sociedad cimentada en “el re-invento del comunismo basándonos en la confianza en las personas y la ciencia”, como lo expresa Slavoj Zizek.

Otros, como J. Alemán, un ícono de la progresía nativa, expresa en Página 12 del 14-4-2020, que “No hay por ahora categorías políticas ni filosóficas para poder pensar cual será el modo de habitar el mundo que se viene. Y esto tanto en el orden más singular y existencial de los sujetos como en los modos de comportamiento comunitario y el ordenamiento social. La pregunta que recorre esta cuestión es la siguiente: no sólo hasta dónde la humanidad es capaz de aprender algo de las situaciones límites y traumáticas, tema que en la historia de la humanidad siempre ha sido puesto en cuestión, sino si eso que aprende el ser humano puede transmitirlo colectivamente, si deja una huella permanente en la vida social." (El destacado le pertenece).

En este escrito me limito a mostrar sólo a vuelo de pájaro las opiniones teóricas de algunos connotados exponentes de la “izquierda políticamente correcta”. Ellos desestiman a Lenin, lo dan por “superado”, niegan la totalidad histórica y consideran “obsoleta” la experiencia de las luchas y las revoluciones del siglo 20. Para ellos la batalla clasista fue sustituida por “los modos de comportamiento comunitario y el ordenamiento social”.

No resulta ocioso advertir que en ningún caso se analiza la lucha de clases, mucho menos el problema de los problemas, es decir la cuestión del poder. Parece ser que todo pasa por los individuos tomados en abstracto, al margen de su ubicación en el proceso productivo social y en las opciones y decisiones político-ideológicas y culturales que, ya sea por acción u omisión, esto define. Tampoco asoma ninguna posición de ruptura con el statu quo, todos los planteamientos se inscriben en los marcos del sistema capitalista. Añadamos la ausencia del rol de la política y de sus actores por excelencia: los partidos; al contrario, en general se los considera perimidos o lisa y llanamente se los niega con el planteo de que ya no existen como expresiones históricas de clase, más allá de que los partidos patronales siempre ocultaron esta condición. Dicho sea de paso, puede resultar ilustrativo comparar esta afirmación con la oposición a rajatablas de los partidos de la banda “Cambiemos” al tibio proyecto de impuesto por única vez a las grandes fortunas.

Otra ausencia notoria en los análisis de marras es el rol de la violencia en la lucha social, a lo sumo se la desaconseja en aras de la “convivencia democrática”. Lenin fundamenta la legitimidad de la violencia revolucionaria en defensa de los derechos populares y como elemento de disputa contra el “orden” burgués, que niega todo derecho, además de reprimir con violencia institucional -y en ocasiones paraestatal- a las masas que pretenden cambiar la vida.


Contenido de la época

Un serio aporte de Lenin es que percibió cabalmente la cuestión del imperialismo, lo que le permitió ver el desarrollo de las fuerzas de clase concretas que este desencadena y vuelve operantes, de allí elaboró la teoría de la nueva situación mundial creada por el mismo. Desde esa mirada asume su convicción de la actualidad de la revolución socialista, esto es el enfoque de todos y cada uno de los problemas particulares del momento en su concreta relación con la totalidad histórico-social, su consideración como momentos de la liberación y desalienación del proletariado y con él la liberación de toda la sociedad.

Así Lenin concluye que la actualidad de la revolución determina el tono fundamental de la época. Vale decir que la época del imperialismo es la época de la revolución socialista.

La izquierda progresista, y la posmodernidad en boga, de hecho consideran caduca esta conclusión. Pero veamos: la esencia del imperialismo, no su forma, no solo que no cambió sino que se agravaron sus aspectos más negativos: la tendencia a la híper concentración, a la financiarización y su deriva al belicismo agresivo y a la guerra. La realidad mundial hoy es nítida al respecto: los 2.153 multimillonarios más ricos del mundo poseen una riqueza equivalente a la de 4.600 millones de personas, es decir, al 60 por ciento de la población mundial (índice Oxfam 2020). Añadamos las guerras en Palestina, Irak, Libia, Afganistán, Siria, Yemen; y los planes de agresión en curso contra Irán, Venezuela, Nicaragua y Cuba.

A su enfoque Lenin lo liga dialécticamente con el problema clave de la revolución: la cuestión del poder. Este se relaciona directamente con el carácter de la revolución necesaria y con la clase que cumplirá el papel dirigente de la misma: el proletariado.

Un elemento central al que Lenin prestó suma atención es el rol de la política y, más específicamente, del partido político. En polémica con el reformismo demostró que la sola lucha económica reivindicativa no produce una evolución al socialismo, es necesaria la lucha política como componente principal de la lucha clasista. En ese marco el papel del partido revolucionario.

Su concepto de partido es integral y se basa en el rol histórico de las masas y del poder popular. Explica una y otra vez que ningún partido “hace” la revolución, su papel histórico estriba en la capacidad de ver la tendencia general de la época y de preparar la lucha revolucionaria. No lo concibe como vanguardia autoproclamada que “baja línea”, sino como fuerza organizada, independiente y autónoma, que se constituye en el seno de la clase obrera para acompañar su desarrollo, su politización y su disputa por la hegemonía política e ideo-cultural, de manera de erigirse en la otra parte de la lucha de clases, sin permitir que incrustaciones externas la reemplacen y le “dibujen” su política como fuerza subordinada.

Lenin insiste en que el partido no es un aparato ajeno a la clase, sino una fuerza activa, parte íntima de la misma para impulsar su despliegue de “clase en sí a clase para sí”, como propusieron Marx y Engels.

Poder Popular

Lenin ve más lejos, comprende que los soviets, en castellano consejos -creados desde abajo por la clase obrera-, por su naturaleza tienen un doble carácter: son órganos de poder y de contrapoder en simultáneo. Su visión del poder soviético es una innovación histórica. Cambia por completo la relación entre los participantes de la revolución, entre lo que se consideraba dirigentes y dirigidos. No se trata de una dirección que da órdenes a las masas como sujeto pasivo, sino de la dialéctica entre ambas organizaciones como fuerzas activas, como protagonistas. Lenin ve en los soviets un elemento vital para la producción de la nueva democracia socialista.

En 1905 arrancan como comité para coordinar el movimiento huelguístico masivo; logrado esto, que es un salto de calidad respecto del economicismo sindicalista, se transforman en representación real de la clase; después devienen en unidades insurreccionales y poder popular, luego el poder soviético constituye la forma y el contenido del nuevo Estado socialista, proletario y campesino.

Vale decir, de herramientas de lucha se transforman en órganos de poder estatal, pero -y esto es esencial- siguen siendo órganos de combate, no solo contra la reacción interna e internacional, que es el papel de todo Estado, sino contra el peligro de burocratización y autonomización del aparato estatal, que luego la vida confirmó que era el peligro más letal. El estalinismo absorbió al partido y a los soviets en el aparato de estado y liquidó así su esencia revolucionaria. Por el contrario, Lenin los concebía como un poder popular que también cumplía el papel de control de sí mismo, como un poder realmente democrático, con un sentido explícito de clase.

 

El Estado

Al día de hoy se agita una falsa contradicción: “Estado versus mercado” y se insiste mucho en que venimos de un Estado ausente pero, “como ahora el Estado está presente se puede enfrentar bien la pandemia”. En verdad el aparato de Estado nunca está ausente, en todo caso los gobiernos derechistas liquidan las políticas públicas sociales, convierten la educación, la salud, la previsión, en servicios que hay que pagar, negando su carácter de derechos inherentes a la dignidad humana. Pero la función de garantía de la reproducción ampliada del sistema capitalista, tanto desde la manufactura del consenso hasta la más cruda violencia represiva, no se ausenta jamás. Ningún Estado patronal, por “democrático” y “tolerante” que sea o lo parezca, está al servicio de los intereses y necesidades del pueblo trabajador. Veamos como las fuerzas de inseguridad, pertrechadas ideológicamente por el bullrichismo con la doctrina Chocobar, so pretexto de “cuidarnos garantizando el aislamiento social”, reprimen y abusan a diestra y siniestra en todo el país.

Lenin fue muy claro al respecto: “el soviet obrero como aparato de estado significa el estado como arma de la lucha de clases proletaria. No se trata de una suerte de “estadolatría” más o menos presente para paliar la miseria y su agravamiento durante la cuarentena. Ni que hablar si el gobierno gerente de dicho aparato estatal no supera la tibieza de las terceras vías que intentan “embellecer” o “humanizar” el capitalismo. Se trata de que sea una herramienta para la lucha revolucionaria, no para el curanderismo social.

Sin repetir a Lenin al pie de la letra, lo que sería traicionarlo fetichizándolo, creo útil tomar sus enseñanzas teórico-prácticas como regularidades vigentes en todo proceso histórico de confrontación clasista aguda. Por lo tanto la tarea es construir la fuerza política de poder popular capaz de terminar con el capitalismo y la barbarie que le es propia.

Para acabar con esta hecatombe urge resolver problemas graves como la crisis de alternativa de poder en el país, definida por la falta de autonomía del movimiento popular, por la crisis del proyecto político de acumulación de fuerzas y por la carencia de vanguardia revolucionaria, cuestiones estas que reclaman y ponen en tensión la función -revolucionaria o seguidista de opciones burguesas, de “terceras vías”- del campo popular y revolucionario del país.

Hoy, 22 de abril, Lenin cumple ciento cincuenta años. Digo cumple porque sus enfoques, sus aportes y su praxis teórico política siguen plenamente vigentes.

En la actualidad el centro de la atención mundial lo ocupa la pandemia del coronavirus. En plena cuarentena los medios de desinformación aturden con este tema, la mayoría de las veces con opiniones sesgadas y sin rigor científico. En verdad el objetivo de los monopolios trasnacionales y sus “líderes” virósicos estatales, llámense míster Trompo, Boris Johnson, sus socios de la UE o Bolsonazi, es encubrir la clara visibilización de la crisis civilizatoria del capitalismo imperialista en su faz neoliberal.

Este proceso marcha raudamente a una depresión de larga duración, con estanflación incluida, y culminará en una catástrofe. Sus propios organismos financieros (FMI, Banco Mundial, etc.) alertan sobre un contexto peor que el estallido de las burbujas de 2008/9 y quizás similar al de 1929. A este costo sistémico pretenden descargarlo sobre los pueblos.

Esta situación pone en el centro del debate cómo será el mundo que viene, es decir cuál será el escenario de la lucha de clases de ahora en más y, principalmente, la política a desplegar por los contendientes en esta batalla.

Los intentos de salvataje del sistema por parte de las clases dominantes son bien conocidos, es notorio que el capitalismo se alimenta y se expande montado en las crisis que genera, crisis propias de sus contradicciones internas irresolubles. Su problema es que el planeta ya no resiste el agravamiento de las mismas. No lo resiste en la esfera económica ni en la social, menos en la preservación del ecosistema y, en las condiciones actuales, tampoco en el sistema político de democracias burguesas globalizadas, hoy inmerso en una honda crisis de representatividad. Con la capacidad nuclear de destrucción masiva acumulada, mucho menos podría resistir un intento de “solución” en el terreno militar.

Del lado de acá, de los de abajo, los que producimos riqueza -que nos es robada vía plusvalía social y nacional-, nuestra necesidad es pensar -y actuar- desde los intereses y el enfoque de la clase obrera y los pueblos del mundo.

Antes de remarcar los múltiples aportes de Lenin creo útil repasar los enfoques, respecto de esta encrucijada, expresados por los filósofos y politólogos hoy de moda en el mundo académico y mediático del sistema. Los mismos van desde una visión pesimista que afirma que el capitalismo se fortalecerá por medio de la llamada “big data” y el control digital global opresivo sobre las personas, hasta el planteo de que “es posible construir un relato más equilibrado y esbozar el contorno de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI. Es posible concebir un nuevo horizonte igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento y del reparto del poder que sea más optimista con la naturaleza humana. Esa nueva ideología puede ser más precisa y convincente que los relatos precedentes, al estar mejor anclada en las lecciones de la historia global”, como propone Thomas Piketty, o la creencia de que la pandemia dio “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” y abrirá paso a “una sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, una sociedad que se actualice como solidaridad global y cooperación”. Una sociedad cimentada en “el re-invento del comunismo basándonos en la confianza en las personas y la ciencia”, como lo expresa Slavoj Zizek.

Otros, como J. Alemán, un ícono de la progresía nativa, expresa en Página 12 del 14-4-2020, que “No hay por ahora categorías políticas ni filosóficas para poder pensar cual será el modo de habitar el mundo que se viene. Y esto tanto en el orden más singular y existencial de los sujetos como en los modos de comportamiento comunitario y el ordenamiento social. La pregunta que recorre esta cuestión es la siguiente: no sólo hasta dónde la humanidad es capaz de aprender algo de las situaciones límites y traumáticas, tema que en la historia de la humanidad siempre ha sido puesto en cuestión, sino si eso que aprende el ser humano puede transmitirlo colectivamente, si deja una huella permanente en la vida social." (El destacado le pertenece).

En este escrito me limito a mostrar sólo a vuelo de pájaro las opiniones teóricas de algunos connotados exponentes de la “izquierda políticamente correcta”. Ellos desestiman a Lenin, lo dan por “superado”, niegan la totalidad histórica y consideran “obsoleta” la experiencia de las luchas y las revoluciones del siglo 20. Para ellos la batalla clasista fue sustituida por “los modos de comportamiento comunitario y el ordenamiento social”.

No resulta ocioso advertir que en ningún caso se analiza la lucha de clases, mucho menos el problema de los problemas, es decir la cuestión del poder. Parece ser que todo pasa por los individuos tomados en abstracto, al margen de su ubicación en el proceso productivo social y en las opciones y decisiones político-ideológicas y culturales que, ya sea por acción u omisión, esto define. Tampoco asoma ninguna posición de ruptura con el statu quo, todos los planteamientos se inscriben en los marcos del sistema capitalista. Añadamos la ausencia del rol de la política y de sus actores por excelencia: los partidos; al contrario, en general se los considera perimidos o lisa y llanamente se los niega con el planteo de que ya no existen como expresiones históricas de clase, más allá de que los partidos patronales siempre ocultaron esta condición. Dicho sea de paso, puede resultar ilustrativo comparar esta afirmación con la oposición a rajatablas de los partidos de la banda “Cambiemos” al tibio proyecto de impuesto por única vez a las grandes fortunas.

Otra ausencia notoria en los análisis de marras es el rol de la violencia en la lucha social, a lo sumo se la desaconseja en aras de la “convivencia democrática”. Lenin fundamenta la legitimidad de la violencia revolucionaria en defensa de los derechos populares y como elemento de disputa contra el “orden” burgués, que niega todo derecho, además de reprimir con violencia institucional -y en ocasiones paraestatal- a las masas que pretenden cambiar la vida.


Contenido de la época

Un serio aporte de Lenin es que percibió cabalmente la cuestión del imperialismo, lo que le permitió ver el desarrollo de las fuerzas de clase concretas que este desencadena y vuelve operantes, de allí elaboró la teoría de la nueva situación mundial creada por el mismo. Desde esa mirada asume su convicción de la actualidad de la revolución socialista, esto es el enfoque de todos y cada uno de los problemas particulares del momento en su concreta relación con la totalidad histórico-social, su consideración como momentos de la liberación y desalienación del proletariado y con él la liberación de toda la sociedad.

Así Lenin concluye que la actualidad de la revolución determina el tono fundamental de la época. Vale decir que la época del imperialismo es la época de la revolución socialista.

La izquierda progresista, y la posmodernidad en boga, de hecho consideran caduca esta conclusión. Pero veamos: la esencia del imperialismo, no su forma, no solo que no cambió sino que se agravaron sus aspectos más negativos: la tendencia a la híper concentración, a la financiarización y su deriva al belicismo agresivo y a la guerra. La realidad mundial hoy es nítida al respecto: los 2.153 multimillonarios más ricos del mundo poseen una riqueza equivalente a la de 4.600 millones de personas, es decir, al 60 por ciento de la población mundial (índice Oxfam 2020). Añadamos las guerras en Palestina, Irak, Libia, Afganistán, Siria, Yemen; y los planes de agresión en curso contra Irán, Venezuela, Nicaragua y Cuba.

A su enfoque Lenin lo liga dialécticamente con el problema clave de la revolución: la cuestión del poder. Este se relaciona directamente con el carácter de la revolución necesaria y con la clase que cumplirá el papel dirigente de la misma: el proletariado.

Un elemento central al que Lenin prestó suma atención es el rol de la política y, más específicamente, del partido político. En polémica con el reformismo demostró que la sola lucha económica reivindicativa no produce una evolución al socialismo, es necesaria la lucha política como componente principal de la lucha clasista. En ese marco el papel del partido revolucionario.

Su concepto de partido es integral y se basa en el rol histórico de las masas y del poder popular. Explica una y otra vez que ningún partido “hace” la revolución, su papel histórico estriba en la capacidad de ver la tendencia general de la época y de preparar la lucha revolucionaria. No lo concibe como vanguardia autoproclamada que “baja línea”, sino como fuerza organizada, independiente y autónoma, que se constituye en el seno de la clase obrera para acompañar su desarrollo, su politización y su disputa por la hegemonía política e ideo-cultural, de manera de erigirse en la otra parte de la lucha de clases, sin permitir que incrustaciones externas la reemplacen y le “dibujen” su política como fuerza subordinada.

Lenin insiste en que el partido no es un aparato ajeno a la clase, sino una fuerza activa, parte íntima de la misma para impulsar su despliegue de “clase en sí a clase para sí”, como propusieron Marx y Engels.

Poder Popular

Lenin ve más lejos, comprende que los soviets, en castellano consejos -creados desde abajo por la clase obrera-, por su naturaleza tienen un doble carácter: son órganos de poder y de contrapoder en simultáneo. Su visión del poder soviético es una innovación histórica. Cambia por completo la relación entre los participantes de la revolución, entre lo que se consideraba dirigentes y dirigidos. No se trata de una dirección que da órdenes a las masas como sujeto pasivo, sino de la dialéctica entre ambas organizaciones como fuerzas activas, como protagonistas. Lenin ve en los soviets un elemento vital para la producción de la nueva democracia socialista.

En 1905 arrancan como comité para coordinar el movimiento huelguístico masivo; logrado esto, que es un salto de calidad respecto del economicismo sindicalista, se transforman en representación real de la clase; después devienen en unidades insurreccionales y poder popular, luego el poder soviético constituye la forma y el contenido del nuevo Estado socialista, proletario y campesino.

Vale decir, de herramientas de lucha se transforman en órganos de poder estatal, pero -y esto es esencial- siguen siendo órganos de combate, no solo contra la reacción interna e internacional, que es el papel de todo Estado, sino contra el peligro de burocratización y autonomización del aparato estatal, que luego la vida confirmó que era el peligro más letal. El estalinismo absorbió al partido y a los soviets en el aparato de estado y liquidó así su esencia revolucionaria. Por el contrario, Lenin los concebía como un poder popular que también cumplía el papel de control de sí mismo, como un poder realmente democrático, con un sentido explícito de clase.

 

El Estado

Al día de hoy se agita una falsa contradicción: “Estado versus mercado” y se insiste mucho en que venimos de un Estado ausente pero, “como ahora el Estado está presente se puede enfrentar bien la pandemia”. En verdad el aparato de Estado nunca está ausente, en todo caso los gobiernos derechistas liquidan las políticas públicas sociales, convierten la educación, la salud, la previsión, en servicios que hay que pagar, negando su carácter de derechos inherentes a la dignidad humana. Pero la función de garantía de la reproducción ampliada del sistema capitalista, tanto desde la manufactura del consenso hasta la más cruda violencia represiva, no se ausenta jamás. Ningún Estado patronal, por “democrático” y “tolerante” que sea o lo parezca, está al servicio de los intereses y necesidades del pueblo trabajador. Veamos como las fuerzas de inseguridad, pertrechadas ideológicamente por el bullrichismo con la doctrina Chocobar, so pretexto de “cuidarnos garantizando el aislamiento social”, reprimen y abusan a diestra y siniestra en todo el país.

Lenin fue muy claro al respecto: “el soviet obrero como aparato de estado significa el estado como arma de la lucha de clases proletaria. No se trata de una suerte de “estadolatría” más o menos presente para paliar la miseria y su agravamiento durante la cuarentena. Ni que hablar si el gobierno gerente de dicho aparato estatal no supera la tibieza de las terceras vías que intentan “embellecer” o “humanizar” el capitalismo. Se trata de que sea una herramienta para la lucha revolucionaria, no para el curanderismo social.

Sin repetir a Lenin al pie de la letra, lo que sería traicionarlo fetichizándolo, creo útil tomar sus enseñanzas teórico-prácticas como regularidades vigentes en todo proceso histórico de confrontación clasista aguda. Por lo tanto la tarea es construir la fuerza política de poder popular capaz de terminar con el capitalismo y la barbarie que le es propia.

Para acabar con esta hecatombe urge resolver problemas graves como la crisis de alternativa de poder en el país, definida por la falta de autonomía del movimiento popular, por la crisis del proyecto político de acumulación de fuerzas y por la carencia de vanguardia revolucionaria, cuestiones estas que reclaman y ponen en tensión la función -revolucionaria o seguidista de opciones burguesas, de “terceras vías”- del campo popular y revolucionario del país.


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