Fidel en la memoria de Cecilia Rossetto
Cecilia Rossetto
Cohibida por su imponente personalidad sólo atiné a decir “Mi padre, el maestro Rossetto, le envía sus saludos afectuosos!”. Entonces Fidel me estrechó las manos sonriendo abiertamente y preguntó “Cómo está el maestro?


Fidel

Tenía apenas diez años cuando un pequeño grupo de insurgentes, luego de la travesía en el Granma, se internaba en los montes cubanos. Mi padre, que había estado en la isla bajo el yugo del dictador Batista, y los intelectuales más encumbrados de la época, se enamoraron de esa gesta y la generación que veníamos de atrás nos inundamos de ese entusiasmo.

Por fin, América Latina decidía su destino! Los humildes, los desdentados, los desesperanzados se rebelaban a tanta injusticia y estaban dispuestos a lograr sus derechos enfrentando a los poderosos.

Y, al frente de esa lucha desigual, estaba Fidel Castro Ruz.

Quince años antes en Mar del Plata, la bella ciudad atlántica, dos adolescentes se acercaban al Gran Maestro Internacional Héctor D. Rossetto que jugaba un Torneo Magistral. Los jóvenes saludaron al maestro estirando sus manos con visible timidez y se fueron raudamente…uno de ellos era Ernesto Guevara. Su padre, don Ernesto Guevara Lynch, y su hermano Roberto que fue quien lo acompañaba aquel día me relataron la anécdota de cuando Ernesto no era el Che. Ese chico jugaba al ajedrez desde muy niño y al maestro al cual tanto admiraba… era mi papá.

Al tomar la Revolución el gobierno y “salvar lo que debe ser salvado”, al decir de Galeano, el Che decide compartir con el pueblo cubano su pasión por el tablero y organiza los “Capablanca In Memorian” y, claro, invita a mi padre. Durante esos días, el Che solía enviarle un vehículo al hotel que lo trasportaba al Ministerio de Industrias donde lo esperaba para jugar interminables partidas hasta la madrugada. Los relatos de esas charlas, de esa amistad que surgía y de esas confesiones fueron parte imborrable de mi juventud.

Un cuarto de siglo más tarde debuté en el Teatro Carlos Marx y pude vivir lo que el joven gobierno ofrecía a una juventud exultante y participativa, había universidades para todos y escasa comida, las charlas esclarecedoras en la Federación de Mujeres Cubanas contrastaban con la dureza a la que era sometida la pequeña isla rebelde y solidaria por un bloqueo criminal.

Una noche en la delegación de México en La Habana me presentaron a Fidel.
Allí estaba yo, frente a la estatura del Comandante enfundado en su traje verde olivo, el héroe de los rebeldes latinoamericanos , el referente moral de un continente sufrido y devastado durante siglos, el que nunca dudó en resistir con coraje.

Cohibida por su imponente personalidad sólo atiné a decir “Mi padre, el maestro Rossetto, le envía sus saludos afectuosos!”. Entonces Fidel me estrechó las manos sonriendo abiertamente y preguntó “Cómo está el maestro? Y su salud? Qué buenas noticias me trae Ud… Cuénteme de él… Cuánto lo quería el Che!”. Hablamos muy poco más pero lo suficiente para comprobar que su seducción radicaba en la conversación y en su espontánea curiosidad.

Pocos años después, en San Antonio de los Baños, Fernando Birri convocó a una celebración en la Escuela de Cine. Estuve sentada junto a Gabriel García Márquez y le pedí que enviara mis saludos a Fidel y Gabo me sugirió que le escribiese una nota y que él se la entregaría esa misma noche. Así lo hice. Al día siguiente, llegó un ramo de flores a la residencia de la embajadora argentina Susana Grané con un sobre a mi nombre y dentro la tarjeta personal del Presidente de la República de Cuba.



Pero el encuentro más jugoso ocurrió en 1997 en la Embajada Argentina.

Otra vez, al saludarlo, debí recurrir edípicamente a mi padre para que me recordase y nuevamente su nombre le provocó una sonrisa cariñosa y me sostuvo las manos mientras se interesaba por mi trabajo. Le conté que estaba ensayando en La Habana un espectáculo sobre Bola de Nieve basado en la admiración por el cantante y por la cultura y la religión yoruba, le comenté que ya lo había estrenado con suceso en Buenos Aires pero que debía llevarlo en unos meses al Festival Grec de Barcelona. Me dijo “Y por qué no en Cuba?. Me gustaría verlo aquí”.

En esa reunión había empresarios del agro de distintas provincias argentinas y me sorprendió escuchar que Fidel les preguntó cuántos litros lograban por mes de cada vaca…hacía tiempo que él se enfrascaba estudiando distintas teorías sobre la cría de ganado…pero no recuerdo haber oído una contestación a su inquietud. En cambio, fue muy divertido que rato después me invitara a acompañarlo para conversar con un grupo de mujeres mayores ex militantes comunistas.

Escribo estas líneas en abril de 2018 con el corazón en un puño mientras veo cómo las fuerzas reaccionarias encarcelan a Ignacio Lula da Silva, el guerrero del pueblo brasileño.

El grito “Patria, sí. Colonia, no” me trae la figura de Fidel y su voz certera ante las tragedias de nuestro continente, la voz entrañable que enfrentó al imperialismo hasta el último día de su vida.

Y me pregunto si alguien podría imaginarse a Fidel entregando lagos, islas y montañas al capital extranjero? Si, en estos tiempos de paraísos fiscales, conocen muchos líderes que mueran ancianos en su tierra, amados por su pueblo, sin cuentas clandestinas y con la ropa de siempre?

No hay neutrales. Mientras los “dueños del mundo” exportan bombas, Cuba sembró de médicos los territorios pobres.

Mientras escucho a Lula, recuerdo a Salvador Allende y pienso Fidel.
La lucha de estos hombres siempre encontraran en nuestro corazón un sitio “donde tender su manta”

¡Ningún pueblo descalzo olvida, querido Fidel!


***
Podés encontrar este y 61 testimonios más de Argentinos que conocieron al Comandante en el libro "Fidel Castro, en la memoria argentina".

Fidel

Tenía apenas diez años cuando un pequeño grupo de insurgentes, luego de la travesía en el Granma, se internaba en los montes cubanos. Mi padre, que había estado en la isla bajo el yugo del dictador Batista, y los intelectuales más encumbrados de la época, se enamoraron de esa gesta y la generación que veníamos de atrás nos inundamos de ese entusiasmo.

Por fin, América Latina decidía su destino! Los humildes, los desdentados, los desesperanzados se rebelaban a tanta injusticia y estaban dispuestos a lograr sus derechos enfrentando a los poderosos.

Y, al frente de esa lucha desigual, estaba Fidel Castro Ruz.

Quince años antes en Mar del Plata, la bella ciudad atlántica, dos adolescentes se acercaban al Gran Maestro Internacional Héctor D. Rossetto que jugaba un Torneo Magistral. Los jóvenes saludaron al maestro estirando sus manos con visible timidez y se fueron raudamente…uno de ellos era Ernesto Guevara. Su padre, don Ernesto Guevara Lynch, y su hermano Roberto que fue quien lo acompañaba aquel día me relataron la anécdota de cuando Ernesto no era el Che. Ese chico jugaba al ajedrez desde muy niño y al maestro al cual tanto admiraba… era mi papá.

Al tomar la Revolución el gobierno y “salvar lo que debe ser salvado”, al decir de Galeano, el Che decide compartir con el pueblo cubano su pasión por el tablero y organiza los “Capablanca In Memorian” y, claro, invita a mi padre. Durante esos días, el Che solía enviarle un vehículo al hotel que lo trasportaba al Ministerio de Industrias donde lo esperaba para jugar interminables partidas hasta la madrugada. Los relatos de esas charlas, de esa amistad que surgía y de esas confesiones fueron parte imborrable de mi juventud.

Un cuarto de siglo más tarde debuté en el Teatro Carlos Marx y pude vivir lo que el joven gobierno ofrecía a una juventud exultante y participativa, había universidades para todos y escasa comida, las charlas esclarecedoras en la Federación de Mujeres Cubanas contrastaban con la dureza a la que era sometida la pequeña isla rebelde y solidaria por un bloqueo criminal.

Una noche en la delegación de México en La Habana me presentaron a Fidel.
Allí estaba yo, frente a la estatura del Comandante enfundado en su traje verde olivo, el héroe de los rebeldes latinoamericanos , el referente moral de un continente sufrido y devastado durante siglos, el que nunca dudó en resistir con coraje.

Cohibida por su imponente personalidad sólo atiné a decir “Mi padre, el maestro Rossetto, le envía sus saludos afectuosos!”. Entonces Fidel me estrechó las manos sonriendo abiertamente y preguntó “Cómo está el maestro? Y su salud? Qué buenas noticias me trae Ud… Cuénteme de él… Cuánto lo quería el Che!”. Hablamos muy poco más pero lo suficiente para comprobar que su seducción radicaba en la conversación y en su espontánea curiosidad.

Pocos años después, en San Antonio de los Baños, Fernando Birri convocó a una celebración en la Escuela de Cine. Estuve sentada junto a Gabriel García Márquez y le pedí que enviara mis saludos a Fidel y Gabo me sugirió que le escribiese una nota y que él se la entregaría esa misma noche. Así lo hice. Al día siguiente, llegó un ramo de flores a la residencia de la embajadora argentina Susana Grané con un sobre a mi nombre y dentro la tarjeta personal del Presidente de la República de Cuba.



Pero el encuentro más jugoso ocurrió en 1997 en la Embajada Argentina.

Otra vez, al saludarlo, debí recurrir edípicamente a mi padre para que me recordase y nuevamente su nombre le provocó una sonrisa cariñosa y me sostuvo las manos mientras se interesaba por mi trabajo. Le conté que estaba ensayando en La Habana un espectáculo sobre Bola de Nieve basado en la admiración por el cantante y por la cultura y la religión yoruba, le comenté que ya lo había estrenado con suceso en Buenos Aires pero que debía llevarlo en unos meses al Festival Grec de Barcelona. Me dijo “Y por qué no en Cuba?. Me gustaría verlo aquí”.

En esa reunión había empresarios del agro de distintas provincias argentinas y me sorprendió escuchar que Fidel les preguntó cuántos litros lograban por mes de cada vaca…hacía tiempo que él se enfrascaba estudiando distintas teorías sobre la cría de ganado…pero no recuerdo haber oído una contestación a su inquietud. En cambio, fue muy divertido que rato después me invitara a acompañarlo para conversar con un grupo de mujeres mayores ex militantes comunistas.

Escribo estas líneas en abril de 2018 con el corazón en un puño mientras veo cómo las fuerzas reaccionarias encarcelan a Ignacio Lula da Silva, el guerrero del pueblo brasileño.

El grito “Patria, sí. Colonia, no” me trae la figura de Fidel y su voz certera ante las tragedias de nuestro continente, la voz entrañable que enfrentó al imperialismo hasta el último día de su vida.

Y me pregunto si alguien podría imaginarse a Fidel entregando lagos, islas y montañas al capital extranjero? Si, en estos tiempos de paraísos fiscales, conocen muchos líderes que mueran ancianos en su tierra, amados por su pueblo, sin cuentas clandestinas y con la ropa de siempre?

No hay neutrales. Mientras los “dueños del mundo” exportan bombas, Cuba sembró de médicos los territorios pobres.

Mientras escucho a Lula, recuerdo a Salvador Allende y pienso Fidel.
La lucha de estos hombres siempre encontraran en nuestro corazón un sitio “donde tender su manta”

¡Ningún pueblo descalzo olvida, querido Fidel!


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Podés encontrar este y 61 testimonios más de Argentinos que conocieron al Comandante en el libro "Fidel Castro, en la memoria argentina".


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