Cuando pase el temblor
Diana Szarazgat
... Lleva en el cuerpo un mapa con las cicatrices que nadie ve porque están cubiertas por la ropa. Pero ese día dejó asomar un “chupón” rojo en el cuello ...



Lo único que se le rebela a Victoria son los ojos y la boca.

Los ojos porque alojan una mirada insumisa y la boca, porque no come.

Tiene catorce años y cursa el último año de primaria, pero parece de nueve.

En el comedor de la escuela, revuelve la comida con el tenedor y la desacomoda en el plato.

Lleva en el cuerpo un mapa con las cicatrices que nadie ve porque están cubiertas por la ropa. Pero ese día dejó asomar un “chupón” rojo en el cuello.

Fue después de la tarde más sombría de su vida.

Hace cinco años que su padrastro la hostiga y la ata.

Con unas sogas le sujeta las muñecas y los tobillos. Con una bufanda le tapa la boca. Lo que sigue es un sueño siniestro, una embestida interminable y atroz.

Como si fuera poco, esa tarde invitó a esos individuos del monoblock con los que se junta.

— A esta la vamos a agarrar ‘cordera’... -dice uno, viejo, gordo y sudoroso.

Al final, Victoria mira con ojos afierados a esos tipos que se van yendo, despóticos y brutales.

Queda mareada y ve que sangra.

Sólo tiene que bajar por la escalera hasta el cuarto piso, porque el ascensor hace días que no funciona.

Se mueve temblorosa y asqueada. Sus pies casi no la sostienen.

Finalmente llega y abre la puerta del departamento. Su mamá está sentada mirando la novela.

Corre al baño a vomitar y después se sumerge en las honduras del sueño.

Al día siguiente va a la escuela.

El “chupón” rojo se asoma elocuente.



A cierta hora de la mañana, sin hablar con ella ni preguntarle nada, las maestras llaman a su mamá y redactan un acta que firman todos, incluso su padrastro que entró vociferando.

Piensa:

“Una de dos: o están todos amordazados como yo o miran la novela como mamá”

Se asoma y escucha un instante la conversación, lo suficiente para que sienta brotar la semilla del desconsuelo y decida irse de la escuela.

Atraviesa el patio, mira hacia atrás y ve que nadie lo nota.

Las vías del tren están a un par de cuadras.

Espera y se arroja.

Recién saben que es ella al atardecer.

Apena el mundo con una Victoria menos.


Del libro de Acercándonos Ediciones “S de secreto H de silencio” de la escritora Diana Szarazgat


Lo único que se le rebela a Victoria son los ojos y la boca.

Los ojos porque alojan una mirada insumisa y la boca, porque no come.

Tiene catorce años y cursa el último año de primaria, pero parece de nueve.

En el comedor de la escuela, revuelve la comida con el tenedor y la desacomoda en el plato.

Lleva en el cuerpo un mapa con las cicatrices que nadie ve porque están cubiertas por la ropa. Pero ese día dejó asomar un “chupón” rojo en el cuello.

Fue después de la tarde más sombría de su vida.

Hace cinco años que su padrastro la hostiga y la ata.

Con unas sogas le sujeta las muñecas y los tobillos. Con una bufanda le tapa la boca. Lo que sigue es un sueño siniestro, una embestida interminable y atroz.

Como si fuera poco, esa tarde invitó a esos individuos del monoblock con los que se junta.

— A esta la vamos a agarrar ‘cordera’... -dice uno, viejo, gordo y sudoroso.

Al final, Victoria mira con ojos afierados a esos tipos que se van yendo, despóticos y brutales.

Queda mareada y ve que sangra.

Sólo tiene que bajar por la escalera hasta el cuarto piso, porque el ascensor hace días que no funciona.

Se mueve temblorosa y asqueada. Sus pies casi no la sostienen.

Finalmente llega y abre la puerta del departamento. Su mamá está sentada mirando la novela.

Corre al baño a vomitar y después se sumerge en las honduras del sueño.

Al día siguiente va a la escuela.

El “chupón” rojo se asoma elocuente.



A cierta hora de la mañana, sin hablar con ella ni preguntarle nada, las maestras llaman a su mamá y redactan un acta que firman todos, incluso su padrastro que entró vociferando.

Piensa:

“Una de dos: o están todos amordazados como yo o miran la novela como mamá”

Se asoma y escucha un instante la conversación, lo suficiente para que sienta brotar la semilla del desconsuelo y decida irse de la escuela.

Atraviesa el patio, mira hacia atrás y ve que nadie lo nota.

Las vías del tren están a un par de cuadras.

Espera y se arroja.

Recién saben que es ella al atardecer.

Apena el mundo con una Victoria menos.


Del libro de Acercándonos Ediciones “S de secreto H de silencio” de la escritora Diana Szarazgat


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