Argentina en el nuevo escenario geopolítico
Julián Denaro
... incorporar a Argentina en la Nueva Ruta de la Seda, y revitalizar la incorporación de Argentina al BRICS –Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica– que significa armar un bloque de coordinación comercial, política y económica con la mitad de la población mundial y la cuarta parte del producto mundial.



El desastre por la fraudulenta, ilegal e ilegítima deuda heredada del manejo de EEUU a través del gobierno de Mauricio Macri puso a la Argentina en una asfixia con pérdida de soberanía. Lo que todos sabemos, es que no es la primera vez que nos pasó en la historia, y lo hemos revertido. Asimismo, también es sabido que los momentos históricos son diferentes, generando marcos coyunturales no sólo diferenciales sino también novedosos.

En principio, la difusión global en términos de información financiera acerca de la megaestafa efectuada por Trump y Macri a través del FMI, que llevó a la Argentina de no deberle nada al Fondo a ser el principal deudor del planeta en tan sólo un año y medio, pone al Fondo como corresponsable de tal defraudación a los pueblos del mundo. Las intensas negociaciones en marcha para un acuerdo buscan postergar los pagos, así como evitar imposiciones y condicionamientos severos en el rumbo económico.

Pero al mismo tiempo, además de retomar la visión de la integración latinoamericana, que fuera interrumpida por EEUU mediante la instalación de gobiernos vendepatria en los países de la Patria Grande, y que ahora vuelve a renacer, se abren posibilidades con otras relaciones internacionales que se retoman después del período macrista. Vale decir, incorporar a Argentina en la Nueva Ruta de la Seda, y revitalizar la incorporación de Argentina al BRICS –Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica– que significa armar un bloque de coordinación comercial, política y económica con la mitad de la población mundial y la cuarta parte del producto mundial.

La Ruta de la Seda fue un despliegue terrestre de rutas comerciales que se constituyó a partir del negocio de la seda china desde el siglo uno antes de Cristo, conectando a China con todos los países de Asia y estableciendo contacto activo con Europa y África. La Nueva Ruta de la Seda, incorpora no sólo nuevas rutas comerciales por vía interoceánica, sino también inversión en infraestructura y desarrollo en países emergentes. Esto es, aumentar la productividad y diversificar las exportaciones de países en períodos de desarrollo, para acelerar estos procesos de tal forma que se traduzcan, por un lado, en una mayor producción para satisfacer tanto la creciente demanda china como mundial y, por otro lado, en generación de empleo, industria y excedente que trae beneficios multilaterales. Pues claro, en un mundo multipolar.

Relacionando conceptos, las inversiones chinas y rusas previstas en nuestro país nos traen varios beneficios necesarios y urgentes. Primero, el ingreso de divisas por Inversión Extranjera Directa –IED–. Luego, aumentar nuestra producción asociada a industrialización y desarrollo trae consigo la generación de empleo de calidad que se vincula automáticamente con inclusión social y disminución de pobreza. En consecuencia de lo mencionado, al aumentar la actividad, se incrementa la recaudación del Estado, aliviando las urgencias fiscales que monitorearía el FMI. Siguiendo, incorporar valor agregado –valor trabajo y generación industrial– a nuestro paquete de exportaciones, nos lleva a engordar el saldo favorable de nuestra balanza comercial, oxigenando nuestra necesidad de divisas.

Y continuando con la visión geopolítica que requiere atender a la guerra de la OTAN –Organización del Tratado del Atlántico Norte– contra Rusia, se resaltan ciertos aspectos. La OTAN, así como el FMI, son herramientas de dominación geopolítica manejadas por EEUU, siempre en contra del crecimiento, independencia y felicidad en otros lugares del mundo, a los cuales pretende tener sometidos. El inminente ascenso de China al primer puesto mundial en economía, y su sólida alianza con Rusia, el viejo enemigo desde la guerra fría, enojan al país que más guerras, intervenciones y golpes de Estado produjo en la historia.

Los temores sobre cómo incidirá esta guerra sobre nuestro país se verbalizan de numerosas formas, muchas de las cuales carecen de memoria. Sirve recordar que cuando ocurrió la crisis mundial del 2008, nuestro país casi ni fue tocado por tal hecatombe financiera, debido a que nuestras relaciones internacionales estaban constituidas a partir de la producción y el comercio, casi independizadas de la especulación financiera, que es la que explotó.

Desde un costado, la suba de precios en alimentos y materias primas, aumentará nuestro ingreso por exportaciones primarias, lo cual es favorable. Y desde el otro costado, muchos suponen que el alza de precios de nuestras exportaciones se traducirá a la mesa de los argentinos. Esto sería cierto si les permitimos a las corporaciones exportadoras quedarse con todo el excedente.

Pero sería evitable si desacoplamos precios internos de precios externos con medidas tales como las retenciones a las exportaciones o, con la puesta en marcha de una empresa estatal de alimentos. Esto último está en línea con el IAPI –Instituto Argentino de Promoción del Intercambio– de Perón (1946-1955) que estatizó el comercio exterior, dirigiendo el excedente de exportaciones hacia industrialización, desarrollo y mejoras distributivas. Asimismo, esto tiene una vinculación moderna con la creación de la Empresa Nacional de Alimentos que estableció Evo Morales en Bolivia en la actualidad. En suma, es una salida posible.

Al mismo tiempo, la cuadruplicación del precio del gas, pone en cuestionamiento los condicionamientos inhumanos del FMI respecto a bajar los subsidios que, por el contrario, habrá que aumentar para aliviar a nuestra población. Oportunamente, se enfatiza que, con el gobierno de Alberto Fernández, hemos retornado a la visión de desarrollo para reimpulsar nuestra matriz energética, también asociada a las inversiones mencionadas de China y Rusia. Esto es, creación de nuestra cuarta central nuclear, construcción de nuevas represas hidroeléctricas y nuevos parques eólicos, rehabilitación y modernización de ferrocarriles de carga, programas de conectividad, fibra óptica, vivienda, hábitat y plantas de tratamiento de agua potable.


El desastre por la fraudulenta, ilegal e ilegítima deuda heredada del manejo de EEUU a través del gobierno de Mauricio Macri puso a la Argentina en una asfixia con pérdida de soberanía. Lo que todos sabemos, es que no es la primera vez que nos pasó en la historia, y lo hemos revertido. Asimismo, también es sabido que los momentos históricos son diferentes, generando marcos coyunturales no sólo diferenciales sino también novedosos.

En principio, la difusión global en términos de información financiera acerca de la megaestafa efectuada por Trump y Macri a través del FMI, que llevó a la Argentina de no deberle nada al Fondo a ser el principal deudor del planeta en tan sólo un año y medio, pone al Fondo como corresponsable de tal defraudación a los pueblos del mundo. Las intensas negociaciones en marcha para un acuerdo buscan postergar los pagos, así como evitar imposiciones y condicionamientos severos en el rumbo económico.

Pero al mismo tiempo, además de retomar la visión de la integración latinoamericana, que fuera interrumpida por EEUU mediante la instalación de gobiernos vendepatria en los países de la Patria Grande, y que ahora vuelve a renacer, se abren posibilidades con otras relaciones internacionales que se retoman después del período macrista. Vale decir, incorporar a Argentina en la Nueva Ruta de la Seda, y revitalizar la incorporación de Argentina al BRICS –Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica– que significa armar un bloque de coordinación comercial, política y económica con la mitad de la población mundial y la cuarta parte del producto mundial.

La Ruta de la Seda fue un despliegue terrestre de rutas comerciales que se constituyó a partir del negocio de la seda china desde el siglo uno antes de Cristo, conectando a China con todos los países de Asia y estableciendo contacto activo con Europa y África. La Nueva Ruta de la Seda, incorpora no sólo nuevas rutas comerciales por vía interoceánica, sino también inversión en infraestructura y desarrollo en países emergentes. Esto es, aumentar la productividad y diversificar las exportaciones de países en períodos de desarrollo, para acelerar estos procesos de tal forma que se traduzcan, por un lado, en una mayor producción para satisfacer tanto la creciente demanda china como mundial y, por otro lado, en generación de empleo, industria y excedente que trae beneficios multilaterales. Pues claro, en un mundo multipolar.

Relacionando conceptos, las inversiones chinas y rusas previstas en nuestro país nos traen varios beneficios necesarios y urgentes. Primero, el ingreso de divisas por Inversión Extranjera Directa –IED–. Luego, aumentar nuestra producción asociada a industrialización y desarrollo trae consigo la generación de empleo de calidad que se vincula automáticamente con inclusión social y disminución de pobreza. En consecuencia de lo mencionado, al aumentar la actividad, se incrementa la recaudación del Estado, aliviando las urgencias fiscales que monitorearía el FMI. Siguiendo, incorporar valor agregado –valor trabajo y generación industrial– a nuestro paquete de exportaciones, nos lleva a engordar el saldo favorable de nuestra balanza comercial, oxigenando nuestra necesidad de divisas.

Y continuando con la visión geopolítica que requiere atender a la guerra de la OTAN –Organización del Tratado del Atlántico Norte– contra Rusia, se resaltan ciertos aspectos. La OTAN, así como el FMI, son herramientas de dominación geopolítica manejadas por EEUU, siempre en contra del crecimiento, independencia y felicidad en otros lugares del mundo, a los cuales pretende tener sometidos. El inminente ascenso de China al primer puesto mundial en economía, y su sólida alianza con Rusia, el viejo enemigo desde la guerra fría, enojan al país que más guerras, intervenciones y golpes de Estado produjo en la historia.

Los temores sobre cómo incidirá esta guerra sobre nuestro país se verbalizan de numerosas formas, muchas de las cuales carecen de memoria. Sirve recordar que cuando ocurrió la crisis mundial del 2008, nuestro país casi ni fue tocado por tal hecatombe financiera, debido a que nuestras relaciones internacionales estaban constituidas a partir de la producción y el comercio, casi independizadas de la especulación financiera, que es la que explotó.

Desde un costado, la suba de precios en alimentos y materias primas, aumentará nuestro ingreso por exportaciones primarias, lo cual es favorable. Y desde el otro costado, muchos suponen que el alza de precios de nuestras exportaciones se traducirá a la mesa de los argentinos. Esto sería cierto si les permitimos a las corporaciones exportadoras quedarse con todo el excedente.

Pero sería evitable si desacoplamos precios internos de precios externos con medidas tales como las retenciones a las exportaciones o, con la puesta en marcha de una empresa estatal de alimentos. Esto último está en línea con el IAPI –Instituto Argentino de Promoción del Intercambio– de Perón (1946-1955) que estatizó el comercio exterior, dirigiendo el excedente de exportaciones hacia industrialización, desarrollo y mejoras distributivas. Asimismo, esto tiene una vinculación moderna con la creación de la Empresa Nacional de Alimentos que estableció Evo Morales en Bolivia en la actualidad. En suma, es una salida posible.

Al mismo tiempo, la cuadruplicación del precio del gas, pone en cuestionamiento los condicionamientos inhumanos del FMI respecto a bajar los subsidios que, por el contrario, habrá que aumentar para aliviar a nuestra población. Oportunamente, se enfatiza que, con el gobierno de Alberto Fernández, hemos retornado a la visión de desarrollo para reimpulsar nuestra matriz energética, también asociada a las inversiones mencionadas de China y Rusia. Esto es, creación de nuestra cuarta central nuclear, construcción de nuevas represas hidroeléctricas y nuevos parques eólicos, rehabilitación y modernización de ferrocarriles de carga, programas de conectividad, fibra óptica, vivienda, hábitat y plantas de tratamiento de agua potable.


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