#NoMeVengasConElCuento: Chascomús
Dora Ortiz
Salimos todos, los tíos a caballo, mami y la Chiqui tan serias se fueron para el lado del gallinero en medio de los nidos donde todos los días se juntaban los huevos.



Chascomús . PRIMERA PARTE

Vivíamos en San justo, cerca de la rotonda casi pegados a la Capital Federal. Parece que a papá le dio mucho susto lo de la polio “a ver si todavía yo y mis hermanitas nos contagiábamos”, entonces nos mandó con mami unos días a Chascomús, al campo porque decían que a las vacas y ovejas no les agarraba. Yo tenía nueve años y mis hermanas cinco y seis y eran muy, ‘pero muy hinchas.

Así fue que una mañana salimos en el tren desde Constitución para el pueblo y mi papá se quedó solo y me parece que tristón, en el andén gritándome “cuida a tus hermanas, vos que sos las más grande”. Y si, con ese cantito que siempre me repetían tenía que dejar de jugar para vigilar a las dos insoportables y la verdad también aprovechaba para retarlas y hacerme la mandona; hasta que no lloraba alguna, no paraba y esa era mi venganza.

El viaje no fue muy largo, pero en lugar de contar las vacas y las casitas que asomaban a los lejos mientras apretaba la nariz contra la ventanilla, mamá me sentó con las dos que se la pasaron gritando y peleando. Hasta que en un momento tan harta estaba que le pegué un pellizco a cada una y se pusieron a llorar como descosidas. Ahí fue cuando mamá se dio cuenta enseguida de lo que había pasado y me retó a mí para alegría de la Loli y la Chiqui, mis hermanitas queridas.

Llegamos cerca del mediodía a la casa de mis tíos, dos viejos que vivían solos en medio del campo en un lugar lleno de gallinas, pollitos, vacas y ovejas, pero sin luz eléctrica. A la noche me daba un poco de miedo tanta oscuridad, era como gorda y muy negra, andá a saber que monstruos podían salir de ahí; entonces le pedía al tío que nos acompañara a la pieza donde dormíamos. Caminábamos las tres detrás de él por un corredor largo y las nenas me agarraban de las manos muy fuerte mientras yo me hacia la valiente, pero porque soy la mayor como dice papi.

En la pieza el tío encendía una lámpara a querosén que largaba un humo feo al principio y no iluminaba toda la habitación, solo una parte, claro no alcanzaba esa luz pobrecita para todo el lugar. Dormíamos apretadas las tres en una cama, yo les decía que eran miedosas que se fueran a las suyas, pero en realidad tenia tanto miedo como ellas y no quería quedarme sola.

El día era una enormidad de luz, la que no había a la noche desde tempranito a la mañana se volcaba encima de los campos, entre los árboles y nosotras corríamos contentas jugando, hasta mamá se sumaba a veces o los tíos.

Comíamos cosas ricas que cocinaban los grandes, muchas veces me dejaban ayudarlos porque “era la mayor” y me gustaba sentirme importante y útil en esa cocina enorme. Eso duraba hasta que mis hermanas querían hacer lo mismo que yo y entonces si no las dejaban tenían esos berrinches de siempre.

Por supuesto que se salían con la suya y ahí era donde yo me enojaba y me iba a caminar por el campo sola un rato, acariciaba un corderito chiquito que mi tío cuidaba dándole una mamadera grandota porque la mamá no lo podía alimentar, era “guacho” decía el tío.

A veces me dejaba hacerlo a mí y yo era requete feliz ahí sola dándole la leche al “guachito”.

Todo empezó el día que llegó una carta de papá y me la dieron para leer, me sentí tan importante que la leí y releí un montón de veces. Ahí la Loli hizo un berrinche grande pero no le hicieron caso porque todavía ni iba a la escuela y yo sí.

Nadie se dio cuenta cuando la Loli salió de la casa hasta que hubo que buscarla para almorzar, tarea que, por supuesto me tocaba hacer, enseguida me di cuenta que se había alejado mucho porque no aparecía en los alrededores. No sé por qué sentí un miedo enorme, pero enorme y llorando los llamé a todos para que me ayudaran a encontrarla.

Es que sentía que yo la había perdido, que nadie me iba a querer más si se moría, ni papá, ni mamá, ni la Chiqui.

Salimos todos, los tíos a caballo, mami y la Chiqui tan serias se fueron para el lado del gallinero en medio de los nidos donde todos los días se juntaban los huevos.
Yo temblando de pena, sintiendo una culpa enorme no sé bien por qué, fui a ver al corderito guacho, solo para consolarme un poco.

¿Por supuesto quien iba a estar ahí?, la Loli dándole la mamadera al guachito, cuando me vio juro que me sonrió y era el diablo hecho nena.


CHASCOMUS. PARTE 2

A la noche y por si alguna quería hacer pis nos ponían la pelela debajo de la cama. Era como un tazón grande y teníamos que agacharnos y hacer. El tío Alfredo, que era el más bueno de los dos, nos dejaba una linterna chiquita para ver algo en esa oscuridad. Pero la linterna “no es para jugar” nos decía casi sin retarnos, con tono de algo pueden, pero no mucho.

Algunas noches jugábamos con ese “algo de permiso” del tío, prendíamos y apagábamos la lucecita y yo me la ponía debajo de la cara y las nenas se asustaban. Un poco nada más.

Jamás pensé en ir a la letrina como se llama ese bañito chiquito que estaba lejos de la casa, aunque la pelela tampoco me gustaba. Solo pensar en cruzar con esa lucecita de la linterna hasta ahí me ponía la carne de gallina.

La noche que la chiqui casi llorando dijo que le dolía la panza y “tenía” que ir al cuartito, así lo llamaba, y que “por favor acompañame no seas mala”, fue una tragedia, como diría la abuela. Casi doblada en dos, exagerando seguro, tironeaba de mi brazo para que me levantara de la cama. Pensé en mamá, pero estaba en la primera pieza del corredor, luego venia la despensa que era un lugar donde se guardaban comida en latas y paquetes y recién después estaba el lugar donde dormíamos las tres. En ese momento no sabía que me daba más miedo si caminar por el corredor hasta el final y avisarle a mamá o llegar a ese bañito oscuro y feo, pasando por entre unos pastos altos. Además ya escuchaba el cantito de”sos la más grande y tenés que cuidar a tus hermanas” y esas cosas.

Así que tomé coraje, me levanté, me puse las zapatillas y con la linterna en una mano y a la Chiqui prendida de la otra salí afuera. Habíamos caminado un poquito apenas y escucho unos pasos y el lloriqueo de Loli que no quería quedarse sola por nada del mundo. Con bronca todavía por lo que pasó con el cordero guachito la dejé que viniera agarrada de mi saco. Porque yo manos no tenía más.

Así las tres juntas caminamos hacia el cuartito de chapa que no se veía, pero yo me acordaba para que lado había que ir. Los primeros pasos los dimos bien, pero a partir de ahí quedamos en medio de una noche tan oscura que al darnos vuelta para mirar la casa ya no la vimos, ni su sombra.

Era como caminar arriba y adentro de la oscuridad, casi empujándola con la lucecita de una linterna que no parecía tener luz.

Esa luz con la que asustaba a mis hermanas dentro de la pieza. Afuera no parecía la misma.

Ahí fue que me perdí.

Seguimos caminando, pero ya no sabía hacia donde, las nenas no preguntaban por suerte. Ellas creían que yo sabía y estaban calladitas agarradas fuerte de mí.

Primero tropezamos con unos sapos enormes y gritamos.

La oscuridad era como una pared y Chiqui empezó a llorisquear. No había ni luna ni estrellas, todo era lo mismo.

Me enojé con la Chiqui que seguía llorando y para peor la Loli también. Yo tenía ganas, pero no quería hacerlo.

Entones apareció una luz muy fuerte y ahí grité, como nunca lo había hecho. Fuerte, tanto que me escuchaba gritar y me asustaba de mi propio grito.

La luz se acercaba y el miedo era grande y no me dejaba mover. La polio, pensé, pero no podía ser acá donde ni las vacas y ovejas se contagiaban.

Las nenas lloraban cada vez más fuerte y las sacudí un poco. Algo se calmaron.

¿Y si detrás de esa luz había un monstruo o era la luz mala de la que nos habían contado que hay en el campo? Seguía sin poder dar un paso, cuando escuchamos ruidos cada vez más cerca. Ahora sí, la sombra que me pareció ver era monstruosa, de un gigante.

Apreté la mano de mis hermanas, tanto que la linternita cayó al suelo.

Cerré los ojos esperando lo peor.

Aunque nunca rezaba, algo parecido a un rezo me pareció haber murmurado.

Ahí fue que se oyó la voz del tío Juan llamándonos.

Dimos tres o cuatro pasos y ya estábamos abrazándolo como si fuera el más bueno de los tíos, más que Alfredo.

Claro que nos retó, primero él, después mamá, pero no nos importó.

Esa noche dormimos abrazaditas.

Las nenas no necesitaron pedirlo.
………….
Al otro día, aunque todos un poco serios con nosotras, nos llevaron a dar un paseo en el sulky por el campo y visitamos unos vecinos que nos convidaron tortas fritas.
Eran viejitos y no tenían hijos. Nos invitaron a las tres a pasar un día entero con ellos y mamá les dijo que sí.
Fuimos, pero eso es otra historia.
…………..

La fiesta fue a la noche.

Llovía mucho, cuando el tío Alfredo nos hizo poner las botas de goma, y nos llevó hasta la tranquera iluminando el camino con su linterna plateada y enorme.

El tío Juan y mamá nos miraban sin decir nada, parecía que ya sabían.

Había charcos enormes y la Loli fue la primera en chapotear en el barro, seguimos nosotras hasta que nos caímos y no podíamos parar de la risa.

Mientras tanto llovía y se veía como una cortina plateada que caía por entre la luz de la linterna. Hasta nuestro pelo se veía brillar y era tan hermoso todo que yo no podía dejar de mirar ni reírme. Parecía una película de las que veíamos en el cine de San justo.

El tío nos dejó jugar un rato, después apagó la linterna. Nos dijo que” la oscuridad también era bonita y que había que aprender a andarla sin miedo, con confianza.”
A mí me gustó eso y comencé a no tenerle tanto miedo y hasta animarme a ir al bañito sola siempre que mamá me mirara desde la puerta de la cocina iluminada.

Igual sola, sola hasta la tranquera no me hacían ir.


Chascomús . PRIMERA PARTE

Vivíamos en San justo, cerca de la rotonda casi pegados a la Capital Federal. Parece que a papá le dio mucho susto lo de la polio “a ver si todavía yo y mis hermanitas nos contagiábamos”, entonces nos mandó con mami unos días a Chascomús, al campo porque decían que a las vacas y ovejas no les agarraba. Yo tenía nueve años y mis hermanas cinco y seis y eran muy, ‘pero muy hinchas.

Así fue que una mañana salimos en el tren desde Constitución para el pueblo y mi papá se quedó solo y me parece que tristón, en el andén gritándome “cuida a tus hermanas, vos que sos las más grande”. Y si, con ese cantito que siempre me repetían tenía que dejar de jugar para vigilar a las dos insoportables y la verdad también aprovechaba para retarlas y hacerme la mandona; hasta que no lloraba alguna, no paraba y esa era mi venganza.

El viaje no fue muy largo, pero en lugar de contar las vacas y las casitas que asomaban a los lejos mientras apretaba la nariz contra la ventanilla, mamá me sentó con las dos que se la pasaron gritando y peleando. Hasta que en un momento tan harta estaba que le pegué un pellizco a cada una y se pusieron a llorar como descosidas. Ahí fue cuando mamá se dio cuenta enseguida de lo que había pasado y me retó a mí para alegría de la Loli y la Chiqui, mis hermanitas queridas.

Llegamos cerca del mediodía a la casa de mis tíos, dos viejos que vivían solos en medio del campo en un lugar lleno de gallinas, pollitos, vacas y ovejas, pero sin luz eléctrica. A la noche me daba un poco de miedo tanta oscuridad, era como gorda y muy negra, andá a saber que monstruos podían salir de ahí; entonces le pedía al tío que nos acompañara a la pieza donde dormíamos. Caminábamos las tres detrás de él por un corredor largo y las nenas me agarraban de las manos muy fuerte mientras yo me hacia la valiente, pero porque soy la mayor como dice papi.

En la pieza el tío encendía una lámpara a querosén que largaba un humo feo al principio y no iluminaba toda la habitación, solo una parte, claro no alcanzaba esa luz pobrecita para todo el lugar. Dormíamos apretadas las tres en una cama, yo les decía que eran miedosas que se fueran a las suyas, pero en realidad tenia tanto miedo como ellas y no quería quedarme sola.

El día era una enormidad de luz, la que no había a la noche desde tempranito a la mañana se volcaba encima de los campos, entre los árboles y nosotras corríamos contentas jugando, hasta mamá se sumaba a veces o los tíos.

Comíamos cosas ricas que cocinaban los grandes, muchas veces me dejaban ayudarlos porque “era la mayor” y me gustaba sentirme importante y útil en esa cocina enorme. Eso duraba hasta que mis hermanas querían hacer lo mismo que yo y entonces si no las dejaban tenían esos berrinches de siempre.

Por supuesto que se salían con la suya y ahí era donde yo me enojaba y me iba a caminar por el campo sola un rato, acariciaba un corderito chiquito que mi tío cuidaba dándole una mamadera grandota porque la mamá no lo podía alimentar, era “guacho” decía el tío.

A veces me dejaba hacerlo a mí y yo era requete feliz ahí sola dándole la leche al “guachito”.

Todo empezó el día que llegó una carta de papá y me la dieron para leer, me sentí tan importante que la leí y releí un montón de veces. Ahí la Loli hizo un berrinche grande pero no le hicieron caso porque todavía ni iba a la escuela y yo sí.

Nadie se dio cuenta cuando la Loli salió de la casa hasta que hubo que buscarla para almorzar, tarea que, por supuesto me tocaba hacer, enseguida me di cuenta que se había alejado mucho porque no aparecía en los alrededores. No sé por qué sentí un miedo enorme, pero enorme y llorando los llamé a todos para que me ayudaran a encontrarla.

Es que sentía que yo la había perdido, que nadie me iba a querer más si se moría, ni papá, ni mamá, ni la Chiqui.

Salimos todos, los tíos a caballo, mami y la Chiqui tan serias se fueron para el lado del gallinero en medio de los nidos donde todos los días se juntaban los huevos.
Yo temblando de pena, sintiendo una culpa enorme no sé bien por qué, fui a ver al corderito guacho, solo para consolarme un poco.

¿Por supuesto quien iba a estar ahí?, la Loli dándole la mamadera al guachito, cuando me vio juro que me sonrió y era el diablo hecho nena.


CHASCOMUS. PARTE 2

A la noche y por si alguna quería hacer pis nos ponían la pelela debajo de la cama. Era como un tazón grande y teníamos que agacharnos y hacer. El tío Alfredo, que era el más bueno de los dos, nos dejaba una linterna chiquita para ver algo en esa oscuridad. Pero la linterna “no es para jugar” nos decía casi sin retarnos, con tono de algo pueden, pero no mucho.

Algunas noches jugábamos con ese “algo de permiso” del tío, prendíamos y apagábamos la lucecita y yo me la ponía debajo de la cara y las nenas se asustaban. Un poco nada más.

Jamás pensé en ir a la letrina como se llama ese bañito chiquito que estaba lejos de la casa, aunque la pelela tampoco me gustaba. Solo pensar en cruzar con esa lucecita de la linterna hasta ahí me ponía la carne de gallina.

La noche que la chiqui casi llorando dijo que le dolía la panza y “tenía” que ir al cuartito, así lo llamaba, y que “por favor acompañame no seas mala”, fue una tragedia, como diría la abuela. Casi doblada en dos, exagerando seguro, tironeaba de mi brazo para que me levantara de la cama. Pensé en mamá, pero estaba en la primera pieza del corredor, luego venia la despensa que era un lugar donde se guardaban comida en latas y paquetes y recién después estaba el lugar donde dormíamos las tres. En ese momento no sabía que me daba más miedo si caminar por el corredor hasta el final y avisarle a mamá o llegar a ese bañito oscuro y feo, pasando por entre unos pastos altos. Además ya escuchaba el cantito de”sos la más grande y tenés que cuidar a tus hermanas” y esas cosas.

Así que tomé coraje, me levanté, me puse las zapatillas y con la linterna en una mano y a la Chiqui prendida de la otra salí afuera. Habíamos caminado un poquito apenas y escucho unos pasos y el lloriqueo de Loli que no quería quedarse sola por nada del mundo. Con bronca todavía por lo que pasó con el cordero guachito la dejé que viniera agarrada de mi saco. Porque yo manos no tenía más.

Así las tres juntas caminamos hacia el cuartito de chapa que no se veía, pero yo me acordaba para que lado había que ir. Los primeros pasos los dimos bien, pero a partir de ahí quedamos en medio de una noche tan oscura que al darnos vuelta para mirar la casa ya no la vimos, ni su sombra.

Era como caminar arriba y adentro de la oscuridad, casi empujándola con la lucecita de una linterna que no parecía tener luz.

Esa luz con la que asustaba a mis hermanas dentro de la pieza. Afuera no parecía la misma.

Ahí fue que me perdí.

Seguimos caminando, pero ya no sabía hacia donde, las nenas no preguntaban por suerte. Ellas creían que yo sabía y estaban calladitas agarradas fuerte de mí.

Primero tropezamos con unos sapos enormes y gritamos.

La oscuridad era como una pared y Chiqui empezó a llorisquear. No había ni luna ni estrellas, todo era lo mismo.

Me enojé con la Chiqui que seguía llorando y para peor la Loli también. Yo tenía ganas, pero no quería hacerlo.

Entones apareció una luz muy fuerte y ahí grité, como nunca lo había hecho. Fuerte, tanto que me escuchaba gritar y me asustaba de mi propio grito.

La luz se acercaba y el miedo era grande y no me dejaba mover. La polio, pensé, pero no podía ser acá donde ni las vacas y ovejas se contagiaban.

Las nenas lloraban cada vez más fuerte y las sacudí un poco. Algo se calmaron.

¿Y si detrás de esa luz había un monstruo o era la luz mala de la que nos habían contado que hay en el campo? Seguía sin poder dar un paso, cuando escuchamos ruidos cada vez más cerca. Ahora sí, la sombra que me pareció ver era monstruosa, de un gigante.

Apreté la mano de mis hermanas, tanto que la linternita cayó al suelo.

Cerré los ojos esperando lo peor.

Aunque nunca rezaba, algo parecido a un rezo me pareció haber murmurado.

Ahí fue que se oyó la voz del tío Juan llamándonos.

Dimos tres o cuatro pasos y ya estábamos abrazándolo como si fuera el más bueno de los tíos, más que Alfredo.

Claro que nos retó, primero él, después mamá, pero no nos importó.

Esa noche dormimos abrazaditas.

Las nenas no necesitaron pedirlo.
………….
Al otro día, aunque todos un poco serios con nosotras, nos llevaron a dar un paseo en el sulky por el campo y visitamos unos vecinos que nos convidaron tortas fritas.
Eran viejitos y no tenían hijos. Nos invitaron a las tres a pasar un día entero con ellos y mamá les dijo que sí.
Fuimos, pero eso es otra historia.
…………..

La fiesta fue a la noche.

Llovía mucho, cuando el tío Alfredo nos hizo poner las botas de goma, y nos llevó hasta la tranquera iluminando el camino con su linterna plateada y enorme.

El tío Juan y mamá nos miraban sin decir nada, parecía que ya sabían.

Había charcos enormes y la Loli fue la primera en chapotear en el barro, seguimos nosotras hasta que nos caímos y no podíamos parar de la risa.

Mientras tanto llovía y se veía como una cortina plateada que caía por entre la luz de la linterna. Hasta nuestro pelo se veía brillar y era tan hermoso todo que yo no podía dejar de mirar ni reírme. Parecía una película de las que veíamos en el cine de San justo.

El tío nos dejó jugar un rato, después apagó la linterna. Nos dijo que” la oscuridad también era bonita y que había que aprender a andarla sin miedo, con confianza.”
A mí me gustó eso y comencé a no tenerle tanto miedo y hasta animarme a ir al bañito sola siempre que mamá me mirara desde la puerta de la cocina iluminada.

Igual sola, sola hasta la tranquera no me hacían ir.


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