Triunfa la Revolución cubana y la región entiende que es posible
Por: Acercándonos Ediciones
Publicado: 01/01/2024




 
La conquista de la Isla de Cuba por España se inicia casi dos décadas después del primer viaje de Colón, como parte del proceso de ocupación que se irradiaba hacia diversas tierras del Caribe. A Diego Velázquez, uno de los más ricos colonos de La Española, se encargó sojuzgar el territorio cubano, que se inició en 1510 con una prolongada operación de reconocimiento y conquista plagada de cruentos incidentes. Alertados acerca de las tropelías cometidas por los españoles en las islas vecinas, los aborígenes de la región oriental de Cuba resistieron la invasión hispana dirigidos por Yahatuey o Hatuey, un cacique fugitivo de La Española, quien finalmente fue apresado y quemado vivo como escarmiento.

Con la fundación de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en 1513, los españoles emprendieron el establecimiento de siete villas con el objetivo de controlar el territorio conquistado: Bayamo (1513); la Villa de la Santísima Trinidad ; Sancti Spíritus y San Cristóbal de La Habana (1514); Santa María del Puerto del Príncipe (1515), hasta concluir con Santiago de Cuba (1515), designada sede del gobierno. Desde estos asentamientos, que en su mayoría cambiaron su primitiva ubicación, iniciaron los conquistadores la explotación de los recursos de la Isla.

La actividad económica se sustentó en el trabajo de los indígenas, entregados a los colonos por la Corona mediante el sistema de "encomiendas", una especie de concesión personal, revocable y no transmisible, mediante el cual el colono se comprometía a vestir, alimentar y cristianizar al aborigen a cambio del derecho de hacerlo trabajar en su beneficio. El renglón económico dominante en estos primeros años de la colonia fue la minería, específicamente la extracción de oro, actividad en la cual se emplearon indios encomendados, así como algunos esclavos negros que se integraron desde muy temprano al conglomerado étnico que siglos después constituiría el pueblo cubano.

El rápido agotamiento de los lavaderos de oro y la drástica reducción de la población, incluidos los españoles, alistados en gran número en las sucesivas expediciones para la conquista del continente, convirtió a la ganadería en la principal fuente de riqueza de Cuba. A falta de oro, la carne salada y los cueros serían las mercancías casi exclusivas con que los escasos colonos de la Isla podrían incorporarse a los circuitos comerciales del naciente imperio español.

La Casa de Contratación de Sevilla, hoy Archivo de Indias

Concebido bajo rígidos principios mercantilistas, el comercio imperial se desarrollaría como un cerrado monopolio que manejaba la Casa de Contratación de Sevilla, lo que no tardó en despertar los celosos apetitos de otras naciones europeas. Corsarios y filibusteros franceses, holandeses e ingleses, asolaron el Caribe, capturaron navíos y saquearon ciudades y poblados. La isla no escapó de esos asaltos, los nombres de Jacques de Sores, Francis Drake y Henry Morgan, mantuvieron en pie de guerra por más de un siglo a los habitantes. Las guerras y la piratería también trajeron sus ventajas. Para resguardar el comercio, España decidió organizar grandes flotas que tendrían como punto de escala obligado el puerto de La Habana, estratégicamente situado al inicio de la corriente del Golfo.



La periódica afluencia de comerciantes y viajeros, así como los recursos destinados a financiar la construcción y defensa de las fortificaciones que, como el Castillo del Morro, guarnecían la bahía habanera, se convertirían en una importantísima fuente de ingresos para Cuba. Los pobladores de las regiones alejadas, excluidos de tales beneficios, apelaron entonces a un lucrativo comercio de contrabando con los propios piratas y corsarios, que de este modo menos agresivo también burlaban el monopolio comercial sevillano. Empeñadas en sofocar tales intercambios, las autoridades coloniales terminaron por chocar con los vecinos, principalmente los de la villa de Bayamo quienes, con su sublevación de 1603, ofrecieron una temprana evidencia de la diversidad de intereses entre la "gente de la tierra" y el gobierno metropolitano. Uno de los incidentes provocados por el contrabando inspiró poco después el poema "Espejo de paciencia", documento primigenio de la historia literaria cubana.

A principios del siglo XVII, la Isla, que en ese momento contaba con unos 30 000 habitantes, fue dividida en dos gobiernos, uno en La Habana y otro en Santiago de Cuba, aunque la capital se estableció en aquella. Lentamente la actividad económica crecía y se diversificaba con el desarrollo del cultivo del tabaco y la producción azúcar de caña. Paulatinamente, se establecieron nuevas poblaciones, por lo general alejadas de las costas y crecieron las primitivas villas, donde comenzaba a manifestarse un estilo de vida más acomodado y a practicarse frecuentes diversiones, desde los juegos y bailes hasta las corridas de toros y los altares de cruz. De la actividad religiosa, que era con mucho la nota dominante de la vida social, quedarían importantes huellas arquitectónicas, entre las que vale como muestra el magnífico Convento de Santa Clara.

La subida al trono español de la Casa de Borbón a principios del siglo XVIII, trajo aparejada una modernización de las concepciones mercantilistas que presidían el comercio colonial. Lejos de debilitarse, el monopolio se diversificó dejándose sentir de diverso modo en la vida económica de las colonias. En el caso cubano, ello condujo a la instauración del estanco del tabaco, destinado a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la aromática hoja, convertida ya en el más productivo renglón económico de la Isla. La medida fue resistida por comerciantes y cultivadores, lo que dio lugar a protestas y sublevaciones, la tercera de las cuales fue violentamente reprimida mediante la ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la capital. Imposibilitados de vencer el monopolio, los más ricos habaneros decidieron participar de sus beneficios. Asociados con comerciantes peninsulares, lograron interesar al Rey y obtener su favor para constituir una Real Compañía de Comercio de La Habana (1740), la cual monopolizó por más de dos décadas la actividad mercantil de Cuba.

El siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias europeas, que en el ámbito americano persiguieron un definido interés mercantil. Todas ellas afectaron a Cuba de uno u otro modo, pero sin duda la más trascendente fue la de los siete Años (1756-1763), en el curso de la cual La Habana fue tomada por un cuerpo expedicionario inglés. La ineficacia de las máximas autoridades españolas en la defensa de la ciudad contrastó con la disposición combativa de los criollos, expresada sobre todo en la figura de José Antonio Gómez, valeroso capitán de milicia de la cercana villa de Guanabacoa, muerto a consecuencia de los combates. Durante los once meses que duró la ocupación inglesa (agosto de 1762 a julio de 1763), La Habana fue teatro de una intensa actividad mercantil que pondría de manifiesto las posibilidades de la economía cubana, hasta ese momento aherrojada por el sistema colonial español.

Al restablecerse el dominio hispano sobre la parte occidental de la Isla, el Rey Carlos III y sus ministros "ilustrados", adoptaron una sucesión de medidas que favorecerían el progreso del país. La primera de ellas fue el fortalecimiento de sus defensas, de lo cual sería máxima expresión la construcción de la imponente y costosísima fortaleza de San Carlos de la Cabaña, en La Habana; a esta se sumarían numerosas construcciones civiles, como el Palacio de los Capitanes Generales (de gobierno) y religiosas, como la Catedral, devenidas símbolos del paisaje habanero. El comercio exterior de la Isla se amplió, a la vez que se mejoraron las comunicaciones interiores y se fomentaron nuevas poblaciones como Pinar del Río y Jaruco. Otras medidas estuvieron encaminadas a renovar la gestión gubernativa, particularmente con la creación de la Intendencia y de la Administración de Rentas. En este contexto se efectuó el primer censo de población (1774), que arrojó la existencia en Cuba de 171 620 habitantes.

Otra serie de acontecimientos internacionales contribuyeron a la prosperidad de la Isla. El primero de ellos fue la guerra de independencia de las Trece Colonias Inglesas de Norteamérica, durante la cual España, partícipe del conflicto, autorizó el comercio entre Cuba y los colonos sublevados. La importancia de este cercano mercado se pondría de manifiesto pocos años después, durante las guerras de la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico, en las cuales España se vio involucrada con grave perjuicio para sus comunicaciones coloniales. En esas circunstancias se autorizó el comercio con los "neutrales" Estados Unidos y la economía de la Isla creció vertiginosamente, apoyada en la favorable coyuntura que para los precios del azúcar y el café creó la revolución de los esclavos en la vecina Haití.

Los hacendados criollos se enriquecieron y su flamante poder se materializó en instituciones que, como la Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado, canalizaron su influencia en el gobierno colonial. Liderados por Francisco de Arango y Parreño, estos potentados criollos supieron sacar buen partido de la inestable situación política y, una vez restaurada la dinastía borbónica en 1814, obtuvieron importantes concesiones como la libertad del comercio, el desestanco del tabaco y la posibilidad de afianzar legalmente sus posesiones agrarias.

Pero tan notable progreso material se sentaba en el pavoroso incremento de la esclavitud. A partir de 1790, en sólo treinta años, fueron introducidos en Cuba más esclavos africanos que en el siglo y medio anterior. Con una población que en 1841 superaba ya el millón y medio de habitantes, la Isla albergaba una sociedad sumamente polarizada, entre una oligarquía de terratenientes criollos y grandes comerciantes españoles y la gran masa esclava, subsistían las disímiles capas medias, integradas por negros y mulatos libres y los blancos humildes del campo y las ciudades, estos últimos cada vez más remisos a realizar trabajos manuales considerados vejaminosos y propios de esclavos.

La esclavitud constituiría una importante fuente de inestabilidad social, no sólo por las frecuentes manifestaciones de rebeldía de los esclavos, tanto individuales como en grupos, sino porque el repudio a dicha institución dio lugar a conspiraciones de propósitos abolicionistas. Entre estas se encuentran la encabezada por el negro libre José Antonio Aponte, abortada en La Habana en 1812, y la conocida Conspiración de la Escalera (1844), que dio pie a una cruenta represión. En esta última perdieron la vida numerosos esclavos, negros y mulatos libres, entre quienes figuraba el poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).

El desarrollo de la colonia acentuó las diferencias de intereses con la metrópoli. A las inequívocas manifestaciones de una nacionalidad cubana emergente, plasmadas en la literatura y otras expresiones culturales durante el último tercio del siglo XVIII, sucederían definidas tendencias políticas que proponían disímiles y encontradas soluciones a los problemas de la Isla. El cauto reformismo promovido por Arango y los criollos acaudalados encontró continuidad en un liberalismo de corte igualmente reformista encarnado por José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y otros prestigiosos intelectuales vinculados al sector cubano de los grandes hacendados. La rapaz y discriminatoria política colonial de España en Cuba, tras la pérdida de sus posesiones en el continente, habría de frustrar en reiteradas ocasiones las expectativas reformistas.

Esto favoreció el desarrollo de otra corriente política que cifraba sus esperanzas de solución de los problemas cubanos en la anexión a Estados Unidos. En esta actitud convergía tanto un sector de los hacendados esclavistas que veía en la incorporación de Cuba a la unión norteamericana una garantía para la supervivencia de la esclavitud, dado el apoyo que encontrarían en los estados sureños, como individuos animados por las posibilidades que ofrecía la democracia estadounidense en comparación con el despotismo hispano. Los primeros, agrupados en el "Club de La Habana" favorecieron las gestiones de compra de la Isla por parte del gobierno de Washington, así como las posibilidades de una invasión "liberadora" encabezada por algún general norteamericano.

En esta última dirección encaminó sus esfuerzos Narciso López, general de origen venezolano que, tras haber servido largos años en el ejército español, se involucró en los trajines conspirativos anexionistas. López condujo a Cuba dos fracasadas expediciones, y en la última fue capturado y ejecutado por las autoridades coloniales, en 1851.

Otra corriente separatista más radical aspiraba a conquistar la independencia de Cuba. De temprana aparición, en 1810, se descubre la primera conspiración independentista liderada por Román de la Luz, este separatismo alcanza un momento de auge en los primeros años de la década de 1820. Bajo el influjo coincidente de la gesta emancipadora en el continente y el trienio constitucional en España, proliferaron en la isla logias masónicas y sociedades secretas. Dos importantes conspiraciones fueron abortadas en esta etapa, la de los Soles y Rayos de Bolívar (1823), en la que participaba el poeta José María Heredia, cumbre del romanticismo literario cubano y más adelante la de la Gran Legión del Aguila Negra, alentada desde México.

También, por estos años, el independentismo encontraba su plena fundamentación ideológica en la obra del presbítero Félix Varela. Profesor de filosofía en el Seminario de San Carlos en La Habana, Varela fue electo diputado a Cortes en 1821 y tuvo que huir de España cuando la invasión de los "cien mil hijos de San Luis" restauró el absolutismo. Radicado en Estados Unidos, comenzó a publicar allí el periódico “El Habanero” dedicado a la divulgación del ideario independentista. Su esfuerzo, sin embargo, tardaría largos años en fructificar pues las circunstancias, tanto internas como externas, no resultaban favorables al independentismo cubano.

En los años posteriores, la situación económica cubana experimentó cambios significativos. La producción cafetalera se derrumbó abatida por la torpe política arancelaria española, la competencia del grano brasileño y la superior rentabilidad de la caña. La propia producción azucarera se vio impelida a la modernización de sus manufacturas ante el empuje mercantil del azúcar de remolacha europeo. Cada vez más dependientes de un solo producto, el azúcar y del mercado estadounidense, Cuba estaba urgida de profundas transformaciones socioeconómicas a las cuales la esclavitud y la expoliación colonial española interponían formidables obstáculos. El fracaso de la Junta de Información convocada en 1867 por el gobierno metropolitano para revisar su política colonial en Cuba, supuso un golpe demoledor para las esperanzas reformistas frustradas en reiteradas ocasiones. Tales circunstancias favorecieron el independentismo latente entre los sectores más avanzados de la sociedad cubana, propiciando la articulación de un vasto movimiento conspirativo en las regiones centro orientales del país.


Luchas por la independencia

El movimiento independentista estalló el 10 de octubre de 1868, al levantarse en armas el abogado bayamés Carlos Manuel de Céspedes, uno de los principales conspiradores, quien en su ingenio La Demajagua proclamó la independencia y dio la libertad a sus esclavos. El alzamiento, secundado poco después por los conspiradores de Camagüey y Las Villas, logró afirmarse, no obstante la despiadada reacción hispana. Mientras los españoles de las ciudades, agrupados en los cuerpos de voluntarios, sembraban el terror entre las familias cubanas convirtiéndose en un influyente factor de las decisiones políticas, el ejército colonial avanzaba sobre Bayamo, la capital insurrecta, que los cubanos tendrían que abandonar, no sin antes reducirla a cenizas como expresión de su inclaudicable voluntad revolucionaria.



En tan difíciles condiciones, el movimiento independentista logró unificarse, aprobando en Guáimaro la constitución que daba lugar a la República de Cuba en Armas. El Ejército Libertador cubano, tras meses de duro aprendizaje militar, alcanzó una capacidad ofensiva que se pondría de manifiesto en la invasión de la rica región de Guantánamo, por el General Máximo Gómez y las brillantes acciones libradas en las sabanas camagüeyanas por la caballería al mando de Ignacio Agramonte. Pero este avance militar se vio lastrado por las diferencias políticas en el campo revolucionario, las cuales condujeron a la deposición de Céspedes de su cargo de Presidente de la República (1873) e impidieron el tan necesario apoyo en armas y medios de los patriotas emigrados.

Una influencia igualmente negativa ejerció la política de hostilidad hacia los revolucionarios cubanos adoptada por el gobierno de Estados Unidos que, frente a la gesta independentista, prefirió atenerse a su vieja política confiado en que el destino de Cuba gravitaría indefectiblemente hacia el dominio norteamericano. El empuje militar cubano alcanzó su cenit entre 1874 y 1875, primero con la campaña de Máximo Gómez en Camagüey, jalonada por victoriosos combates de La Sacra y Palo Seco y la batalla de Las Guásimas, donde el ejército cubano derrotó una fuerza española de más de 4,000 hombres y la posterior invasión a Las Villas por las tropas mambisas, al mando del genial general dominicano.

Pero el trascendental avance estratégico resultó desvirtuado nuevamente por las disensiones intestinas que, al entorpecer la llegada de vitales refuerzos, posibilitaron que la invasión se empantanase sin conseguir su objetivo de llevar la guerra al rico territorio occidental de la Isla. El debilitamiento del esfuerzo independentista coincidió con la recuperación de la capacidad político-militar española, cuando la restauración monárquica de 1876 puso fin a las violentas conmociones que habían caracterizado la vida de la península tras la "revolución gloriosa" (1868) y con la posterior proclamación de la República.

El desfavorable sesgo de la correlación de fuerzas y el desgaste en el campo insurrecto, posibilitaron que un importante sector del movimiento independentista aceptase las propuestas del General español Arsenio Martínez Campos. La paz sin independencia firmada en el Zanjón (1878) no obtuvo el consenso de las fuerzas mambisas y en particular fue rechazada por el General Antonio Maceo, jefe de las fuerzas de la parte más oriental de la Isla, quien, no obstante su humilde origen, había escalado la más alta jerarquía del Ejército Libertador a fuerza de valentía y capacidad combativa.

Aunque las acciones militares insurrectas no pudieron sostenerse por mucho tiempo, la Protesta de Baraguá, escenificada por Maceo y sus tropas, que encarnaban los sectores más populares del movimiento revolucionario, constituyó la evidencia mayor de la irrevocable voluntad de los cubanos de continuar la lucha por la independencia. En la década de 1880, la Isla atravesaría por un proceso de grandes cambios económicos y sociales. La esclavitud, muy quebrantada ya por la Revolución de 1868, fue finalmente abolida por España, en 1886. Ello se vio acompañado por notables transformaciones en la organización de la producción azucarera, la cual alcanzaba definitivamente una etapa industrial. La dependencia comercial cubana respecto a Estados Unidos se haría prácticamente absoluta, y los capitales norteamericanos comenzaron a invertirse de manera creciente en diversos sectores de la economía.

La burguesía insular, alejada ya de aspiraciones independentistas, había dado lugar a dos formaciones políticas: el partido Liberal, más adelante denominado Autonomista, que retomaba la vieja tendencia de conseguir reformas del sistema colonial español hasta alcanzar fórmulas de autogobierno; y el partido Unión Constitucional, expresión reaccionaria de los sectores interesados en la plena integración de Cuba a España. El independentismo, reafirmado en su base popular, sería alentado sobre todo desde la emigración. Un primer estallido, la llamada Guerra Chiquita (1879), llevó nuevamente a los cubanos al campo de batalla en los territorios orientales y villareños, pero pudo ser sofocada después de algunos meses por su escasa organización y débil coherencia política. A ella sucederían periódicos desembarcos, conspiraciones y alzamientos, casi siempre encabezados por los jefes militares de la Guerra de los Diez Años, los cuales fueron abortados o sofocados por las autoridades españolas dada la incapacidad de articular las acciones con un movimiento de masas amplio y unido.

Esa sería la obra de José Martí. Entregado desde su adolescencia al ideal independentista, sufrió prisión y destierro durante la Guerra de los Diez Años. Sus vínculos con movimientos conspirativos posteriores, le permitieron comprender que la "Revolución Cubana" debía asentarse sobre nuevas bases programáticas y organizativas, tarea a la cual se entregó por entero. Dotado de exquisita sensibilidad poética y brillantes facultades oratorias, Martí poseía también un profundo pensamiento político, enriquecido por la experiencia de sus años de vida en España, Estados Unidos y distintos países latinoamericanos. Su labor de esclarecimiento y unificación, centrada en los núcleos de emigrados cubanos, principalmente en Estados Unidos, pero con amplia repercusión en la Isla, cristalizó en 1892 en la constitución del Partido Revolucionario Cubano. Concebido como la organización única de todos los independentistas cubanos, el partido debía conseguir los medios materiales y humanos para la nueva empresa emancipadora, e investir a los jefes militares de la imprescindible autoridad política para desencadenar la guerra necesaria.

Esta guerra estalló el 24 de febrero de 1895. Martí, que desembarcó en Cuba acompañado por Máximo Gómez, Jefe del Ejército Libertador, caía poco después en la acción de Dos Ríos. Pese a esta pérdida, irreparable, la revolución se afirmó en la provincia de Oriente, donde Maceo, llegado en una expedición desde Costa Rica, había asumido el mando de las fuerzas mambisas, y se extendió poco después a Camagüey y Las Villas. Reunidos en Jimaguayú, los delegados del Ejército Libertador, elaboraron la constitución que regiría los destinos de la República en Armas.



La asamblea eligió presidente al patricio camagüeyano Salvador Cisneros Betancourt y designó General en Jefe y Lugarteniente General del Ejército Libertador a Máximo Gómez y Antonio Maceo, respectivamente. Poco después Maceo partía de Baraguá al frente de una columna invasora que, unida a las fuerzas de Gómez que aguardaban en Las Villas, debía avanzar sobre el occidente de la Isla. Tras los exitosos combates de Mal Tiempo, Coliseo y Calimete, el contingente invasor penetró en la provincia habanera, llevando el pánico a las autoridades coloniales en la capital. Con la llegada de las fuerzas de Maceo a Mantua, la población más occidental de Cuba, la invasión cumplía exitosamente su objetivo: la guerra hacía sentir sus devastadores efectos en toda la Isla, cuyos principales renglones productivos experimentaron un brusco descenso. En esta ocasión España no podría extraer de Cuba los recursos necesarios para combatir su independencia.

Para enfrentar la insurrección generalizada, la metrópoli designó Capitán General de la Isla a Valeriano Weyler, quien llegó a Cuba y fue apoyado con cuantiosos refuerzos para desarrollar una guerra de exterminio. Pese al elevado costo humano que entrañaba este tipo de contienda, sobre todo por la reconcentración de la población campesina en las ciudades, Weyler no pudo contener la insurrección, la campaña de Gómez en La Habana y la de Maceo en Pinar del Río mantendrían en jaque al ejército colonialista. Aunque actuando en difíciles condiciones, las fuerzas mambisas recibían con cierta periodicidad los recursos bélicos remitidos desde la emigración por el Partido Revolucionario Cubano que, unido al armamento arrebatado al enemigo, le permitían mantener su capacidad operativa.

En diciembre de 1896 se produce la caída de Maceo en el combate de San Pedro, y es sustituido en el cargo de Lugarteniente General del Ejército Libertador por Calixto García, otro brillante general de la Guerra de los Diez Años. Gómez, decide entonces concentrar sobre sí lo mejor de las fuerzas españolas, a las que somete a una demoledora campaña de desgaste en el centro de la Isla. Deja así las manos libres a García que libre importantes combates en Oriente, y logra la captura de las importantes plazas fortificadas de Tunas y Guisa. Mientras en occidente se producen miles de acciones de mediana y pequeña escala. La suerte del colonialismo español estaba echada.

El desarrollo de la revolución en Cuba, visto con creciente simpatía por el pueblo norteamericano, hace que el gobierno de Washington decida involucrarse en el conflicto en el sentido más favorable a sus intereses. Cediendo en parte a presiones estadounidenses, España otorga la autonomía a Cuba, medida tardía que no surte el efecto esperado. Es cuando se produce entonces, en febrero de 1898, la explosión del acorazado Maine en el puerto habanero, hecho que Washington tomara como pretexto para movilizar la opinión pública e intervenir directamente en la guerra. Aunque admite formalmente la independencia de Cuba, sin reconocer sus instituciones, Estados Unidos entra en guerra con España y, con la colaboración de las fuerzas mambisas, desembarca sus tropas en la costa sur de la zona oriental de Cuba. Las acciones se deciden en torno a Santiago de Cuba.

La flota española ha quedado bloqueada en el puerto santiaguero, intenta una salida en la cual es aniquilada por la superioridad de las fuerzas navales norteamericanas. Tras el asalto a las defensas externas de la ciudad por las fuerzas cubano-estadounidenses, el mando español decide rendirse. Hecho sintomático: los jefes militares cubanos, encabezados por Calixto García son excluidos del acto de rendición y se prohíbe la entrada de sus fuerzas en la ciudad. Meses después, según el Tratado de París, España traspasará Cuba a los Estados Unidos sin que se tuviesen en cuenta para nada las instituciones representativas del pueblo cubano.

República neocolonial

El 1 de enero de 1899, Estados Unidos entraba formalmente en posesión de Cuba. Se materializaba así una antigua ambición. Se trataba ahora de definir el futuro de la isla, y cualquiera que este fuese, el gobierno de Washington consideraba conveniente la desaparición de las instituciones representativas del movimiento libertador cubano. A ello contribuirían las debilidades y contradicciones existentes entre los cubanos, sobre todo las discrepancias surgidas entre Máximo Gómez, General en Jefe del Ejército Libertador y la Asamblea de Representantes, máximo órgano político de la Revolución. Estas discrepancias fundamentalmente se referían a los procedimientos para licenciar al Ejército Libertador. El resultado fue la desaparición de ambas instituciones, que junto con la disolución del Partido Revolucionario Cubano (PRC) por decisión de su delegado Tomás Estrada Palma, disgregó y dejó acéfalas a las fuerzas independentistas.

La ocupación militar, legitimada por el Tratado de París del 10 de diciembre de 1898, constituyó el marco experimental para la aplicación de la política con respecto a Cuba. Para Estados Unidos este fue un período de fuertes tensiones internas y externas, matizadas por presiones internas y negociaciones alrededor de la toma de decisiones gubernamentales. Entre los factores que incidían en la inestabilidad cubana se encontraba el manejo de la problemática del país por los sectores que de una u otra forma estaban interesados en su desenlace. A pesar de los esfuerzos de los grupos pacifistas de Estados Unidos, la tendencia anexionista en todas sus variantes se abría un espacio cada vez más importante en las esferas de poder. Sin embargo, algo que debe destacarse es que en cada una de estas variantes del anexionismo predominaba el concepto más o menos peyorativo del supuesto "infantilismo" de los cubanos. Es decir, la criatura, al empezar a dar sus primeros pasos, no podía prescindir del brazo fuerte del padre que la sostuviera, la ayudara y la protegiera de posibles caídas.


?Tratado de París del 10 de diciembre de 1898


Una de las alternativas llegó a su máxima expresión en los meses finales del gobierno de John Brooke, primer gobernador militar de la Isla y consistió en traspasar la soberanía de Cuba a un gobierno civil que la convirtiera, de un solo golpe, en territorio estadounidense. Esta idea cobró fuerza entre los círculos expansionistas y sus principales voceros. La oposición interna a esta variante y sobre todo el rechazo del pueblo cubano a esa pretensión conllevó a que el nuevo gobernador, Leonard Wood, concibiera la idea de "americanizar" a la Isla por medio de una ocupación prolongada. Esta idea tuvo dos vertientes fundamentales: la primera, era un amplio proyecto reformador centralizado "desde arriba", y en esencia implicaba la transformación de la sociedad cubana (escuelas, sistema de sanidad, sistema judicial, sistema de gobierno, ayuntamiento, etc.); la segunda línea de acción se encaminaba al fomento de la inmigración fundamentalmente de origen anglosajón con vista a una colonización gradual que "desde abajo" fuera introduciendo la idiosincrasia de la sociedad norteamericana.

Sin embargo, ninguna de los proyectos tenía como objetivo transformar las caducas estructuras de la excolonia española en su tránsito hacia la independencia, sino a crear las condiciones para el fomento de un "mercado de tierra" que facilitara el traspaso de las propiedades a manos de políticos, magnates y propietarios norteños. Mientras tanto, la escasez de capitales y de fuentes de crédito colocaba a los hacendados cubanos en una situación en extremo desventajosa para el restablecimiento de sus negocios, sobre todo lo relacionado con el importante renglón azucarero, muy lesionado por la guerra. No obstante, la necesidad de un cambio de política aumentaba por día, y desde fecha tan temprana como 1899 comenzó a ventilarse la posibilidad de preparar el terreno para la anexión, no mediante la prolongación de la ocupación militar directa, sino con el establecimiento de una república bajo determinadas condiciones. La supuesta incapacidad de los cubanos para gobernarse por sí mismos haría que muy pronto y de forma natural, ellos mismos solicitaran la anexión al poderoso vecino.

La primera piedra del edificio sería dictar las disposiciones sobre la convocatoria a la Asamblea Constituyente de Cuba, según la Ley militar No.301 del 25 de julio de 1900. De acuerdo con lo dispuesto, la convención debía redactar y adoptar una constitución para el pueblo de Cuba, y como parte de la misma proveer y acordar con el gobierno de Estados Unidos lo referente a las relaciones que deberían existir entre ambos gobiernos. En medio de los trabajos de la comisión cubana, encargada de dictaminar sobre las futuras relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el Congreso Norteamericano aprueba la Enmienda Platt, con la que el gobierno de Estados Unidos se otorgaba el derecho a intervenir en los asuntos internos de la Isla cuando lo entendiera conveniente. A pesar de la oposición de los delegados a la Asamblea Constituyente, la presión norteamericana, que colocaba a los cubanos ante la decisión de tener una república con la enmienda que limitaba su independencia o de continuar la ocupación, logró que ésta quedara definitivamente aprobada por los cubanos el 12 de junio de 1901.


Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República de Cuba

El primer presidente de la República, Tomás Estrada Palma contaba con el visto bueno de las autoridades norteamericanas como posible freno a la ascendencia del liderazgo militar más radical en la vida política del país. Al mismo tiempo, el prestigio de Estrada Palma dentro de los círculos revolucionarios convirtió al sustituto de José Martí como delegado del PRC en uno de los candidatos favoritos entre los más amplios sectores de la población cubana, al margen de la filiación política. La desunión existente se acentúa al producirse el fracaso de la candidatura propuesta por Máximo Gómez, en la que Estrada Palma sería Presidente y Bartolomé Masó, quien había sido el último Presidente de la República en Armas, sería Vicepresidente, fracaso que se produce como consecuencia de la constitución de la coalición Pro Masó, para proponer su candidatura a la Presidencia de la República y el posterior retraimiento de este último. A su vez, esta desunión fortalece las posiciones de los sectores más conservadores, agrupados en la referida coalición.

A este primer gobierno correspondería la difícil, desagradable e ingrata tarea de formalizar los vínculos de dependencia con Estados Unidos. A tal efecto, se firmó un conjunto de tratados que incluirían el de Reciprocidad Comercial, que aseguraba a Estados Unidos el control del mercado cubano y consolidaba la estructura monoproductora de la economía cubana; el Tratado Permanente, que daba forma jurídica a las estipulaciones de la Enmienda Platt y el destinado a definir el emplazamiento de las estaciones navales norteamericanas.



La no solución de los problemas fundamentales que afectaban al territorio en su reconstrucción y la continuación y agudización de sus deformaciones estructurales promovieron un clima de malestar social entre los distintos sectores de la sociedad. Los bajos salarios, las prolongadas jornadas laborales y la discriminación hacia el trabajador nativo, desplazado de los empleos mejor remunerados, fueron las principales demandas del incipiente movimiento obrero que protagonizó importantes huelgas, como la llamada Huelga de los aprendices, apenas inaugurada la República el 20 de mayo de 1902.

La peculiar austeridad del Presidente Estrada Palma le hizo ganarse un prestigio de honestidad mucho más cimentado por la desfachatez de los que le sucedieron en la jefatura del gobierno. En cambio, el anciano presidente no pudo sustraerse a las ambiciones políticas y se hizo reelegir mediante unas elecciones amañadas que inauguraron una invariable tradición en la historia de la República. El hecho provocó la sublevación del opositor Partido Liberal, desencadenado los acontecimientos que condujeron a una nueva intervención norteamericana. Durante casi tres años, 1906 – 1909, la Isla se mantuvo bajo la administración estadounidense, período que contribuiría a definir los rasgos del sistema republicano con una curiosa combinación de normación jurídica o corrupción gubernativa.

Bajo el imperio de la Enmienda Platt, los partidos políticos constituidos sobre la base del caciquismo y las clientelas, básicamente dos partidos, el Liberal y el Conservador, se disputaron el poder mediante trampas electorales y asonadas insurreccionales. El botín del triunfador era el tesoro público, fuente de enriquecimiento para una "clase política" que, teniendo en cuenta el creciente control de la economía cubana por los capitales estadounidenses, no encontraba otra esfera donde aplicar más provechosamente su talento. La gestión gubernativa daría así motivos para frecuentes escándalos.

Tales escándalos no escasearon durante el gobierno de José Miguel Gómez (1909 – 1913), cuyo desempeño quedaría además marcado por la bárbara represión contra el levantamiento de los Independientes de Color, movimiento con el cual muchos negros y mulatos intentaron luchar contra la discriminación racial, aunque sin una clara conciencia de cómo hacerlo. El adusto conservadurismo de su sucesor, Mario García Menocal (1913-1920), no fue suficiente para ocultar numerosas corruptelas, favorecidas en este caso por la bonanza económica que propició la Primera Guerra Mundial. Menocal, logró reelegirse por los procedimientos que ya eran usuales, lo que provocó una nueva rebelión de los liberales y los consiguientes aprestos intervencionistas de Estados Unidos.

El gobierno de Washington, preocupado por los frecuentes trastornos políticos de su neocolonia, había diseñado una política de verdadero tutelaje, la llamada diplomacia preventiva, que alcanzó su punto culminante con la designación del general Enoch Crowder en funciones de virtual procónsul, para supervisar y fiscalizar al gobierno de Alfredo Zayas (1921 – 1925), cuya administración sería escenario de trascendentales movimientos neopolíticos.

El generalizado repudio a la injerencia norteamericana y la corrupción gubernamental dieron lugar a diversas corrientes de expresión de las reivindicaciones nacionalistas y democráticas. El movimiento estudiantil manifestaba un marcado radicalismo que, vertebrado en el propósito de una reforma universitaria, rebasaría rápidamente el marco en el que había surgido para asumir francas proyecciones revolucionarias bajo la dirección de Julio Antonio Mella. El movimiento obrero, cuyas raíces se remontaban a las décadas finales del siglo XIX, había seguido también un curso ascendente matizado por huelgas, la de los aprendices en 1902 y la de la moneda en 1907, entre las más importantes, que más tarde llegaron a constituir una verdadera oleada debido a la inflación generada por la Primera Guerra Mundial.

El avance ideológico y organizativo del proletariado, en el cual se dejaban sentir los ecos de la Revolución de Octubre en Rusia, cristalizaría en la constitución de una central obrera nacional en 1925. Coincidentemente y, como expresión de la conjunción de las corrientes políticas más radicales del movimiento personificadas en Mella y Carlos Baliño, se constituiría en La Habana el primer Partido Comunista.

El malestar político y social tenía causas muy profundas. La economía cubana había crecido muy rápidamente durante las dos primeras décadas del siglo, estimulada por la reciprocidad comercial con Estados Unidos y la favorable coyuntura creada por la reciente guerra mundial. No obstante, ese crecimiento era extremadamente unilateral, basado de modo casi exclusivo en el azúcar y en las relaciones mercantiles con Estados Unidos. Por otra parte, los capitales norteamericanos que habían afluido a la Isla con ritmo ascendente eran los principales beneficiarios del crecimiento, puesto que controlaban el 70 % de la producción azucarera además de su infraestructura y los negocios colaterales.

El bienestar económico derivado de este proceso, del cual dan testimonio las fastuosas casas de El Vedado, además de muy desigualmente distribuido, revelaría una extraordinaria fragilidad. Ello se puso de manifiesto en 1920, cuando una brusca caída en el precio del azúcar provocó un “crac bancario” que dio al traste con las instituciones financieras cubanas. Poco después, cuando la producción azucarera del país alcanzaba los 5 millones de toneladas, se hizo evidente la saturación de los mercados, claro indicio de que la economía cubana no podía continuar creciendo sobre la base exclusiva del azúcar. La opción era el estancamiento o la diversificación productiva, pero esta última alternativa no era posible, pues no lo permitían la monopolización latifundista de la tierra y la dependencia comercial de Estados Unidos.

El ascenso de Gerardo Machado a la presidencia, en 1925, representa la alternativa de la oligarquía frente a la crisis latente. El nuevo régimen intenta conciliar en su programa económico los intereses de los distintos sectores de la burguesía y el capital norteamericano, ofrece garantías de estabilidad a las capas medias y nuevos empleos a las clases populares, todo ello combinado con una selectiva pero feroz represión contra adversarios políticos y movimientos opositores. Bajo una aureola de eficiencia administrativa, el gobierno intentó poner coto a las pugnas de los partidos tradicionales, asegurándoles el disfrute del presupuesto estatal mediante la fórmula del cooperativismo. Con el consenso que logró, Machado decidió reformar la constitución para perpetuarse en el poder.

No obstante, los éxitos parciales alcanzados durante los primeros años de mandato, la dictadura machadista no consiguió acallar la disidencia de los políticos excluidos, y mucho menos aplastar el movimiento popular. Acaloradas por los excesos cometidos por el régimen y por el rápido deterioro de la situación económica bajo los efectos de la crisis mundial de 1929, estas fuerzas mostraron creciente beligerancia. Con los estudiantes y el proletariado como soportes fundamentales, la oposición a Machado desencadenó una interminable sucesión de huelgas, intentos insurreccionales, atentados y sabotajes. La dictadura respondió con un aumento de la represión, que llegó a niveles intolerables. En 1933, el tambaleante régimen de Machado estaba a punto de dar paso a una revolución.

Alarmada por la situación cubana, la recién estrenada administración de Franklin D. Roosevelt designó embajador en La Habana a B. Summer Welles, con la misión de encontrar una salida a la crisis dentro de los mecanismos tradicionales de dominación neocolonial. Pero la mediación de Welles se vio sobrepasada por los acontecimientos: el 12 de agosto Machado huía del país, derrocado por una prolongada huelga general.

El gobierno provisional que crearon los sectores derechistas de la oposición bajo los auspicios del embajador norteamericano sobreviviría apenas un mes. Un levantamiento de las clases y soldados del ejército junto con el Directorio Estudiantil Universitario y otros grupos insurreccionales llevó al poder un gobierno revolucionario presidido por Ramón Grau San Martín.

Este gobierno, principalmente por iniciativa de Antonio Guiteras, Secretario de Gobernación, aprobó y puso en práctica diversas medidas de beneficio popular, pero, hostilizado por Estados Unidos y por la oposición y víctima en gran medida de sus propias contradicciones internas, sólo pudo sostenerse unos meses en el poder. Factor fundamental en la caída de este gobierno sería el exsargento Fulgencio Batista, devenido Coronel Jefe del Ejército de la noche a la mañana, quien emergió como árbitro del proceso político.

Los partidos oligárquicos restaurados en el poder, a pesar del irrestricto apoyo norteamericano expresado en la abrogación de la Enmienda Platt, y las medidas de estabilización económica, principalmente el sistema de cuotas azucareras y un nuevo tratado de reciprocidad comercial, mostraron una franca ineptitud en el ejercicio del gobierno. Por esta razón, los destinos del estado serían efectivamente regidos por Batista y sus militares. Pero esta forma autoritaria, que combinaba la represión de ciertas reformas socioeconómicas, se reveló incapaz de ofrecer una salida estable a la situación cubana. Ello condujo a una transacción con las fuerzas revolucionarias y democráticas, debilitadas por divisiones internas, que serían plasmadas en la Constitución de 1940. Con esta nueva Carta Magna, que recogía importantes reivindicaciones populares, se abrió un nuevo período de legalidad institucional.

El primer gobierno de esta etapa estuvo presidido por Fulgencio Batista, cuya candidatura había sido respaldada por una coalición de fuerzas en la que participaban los comunistas. Esta alianza, aunque reportó importantes conquistas al movimiento obrero, no fue comprendida por otros sectores populares, y operó como factor histórico de división entre las fuerzas revolucionarias. Durante el gobierno de Batista, la situación económica experimentó una mejoría propiciada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, coyuntura que beneficiaría aun más al sucesor, Ramón Grau San Martín, quien resultó electo en 1944 gracias al amplio respaldo popular que le granjearon las medidas nacionalistas y democráticas dictadas durante su anterior gobierno.

Ni Grau, ni Carlos Prío Socarrás (1948 – 1952), ambos líderes del Partido Revolucionario Cubano (auténtico) fueron capaces de aprovechar las favorables condiciones económicas de sus respectivos mandatos. Las tímidas y escasas medidas reformistas apenas afectaron las estructuras de propiedad agraria y de dependencia comercial que bloqueaban el desarrollo del país. Sí se valieron, en cambio, de la bonanza económica que reportaba la recuperación azucarera para llevar el saqueo de los fondos públicos a magnitudes sin precedentes. La corrupción administrativa se complementaba con el auspicio de numerosas bandas gansteriles, que los auténticos utilizaron para expulsar a los comunistas de la dirección de los sindicatos en medio de la propicia atmósfera de la Guerra Fría. El repudio a la bochornosa situación imperante fue canalizado por el movimiento cívico político de la "ortodoxia", cuyo carismático líder, Eduardo Chibás, se suicidaría en 1951 en medio de una encendida polémica con personeros gubernamentales.

Aunque todo auguraba el triunfo ortodoxo en las elecciones de 1952, las esperanzas se verían frustradas por un golpe militar. El descrédito en que la experiencia auténtica había sumido a las fórmulas reformistas y las instituciones republicanas, así como la favorable disposición hacia un gobierno de "mano dura" por parte de los intereses norteamericanos y algunos sectores de la burguesía criolla, favorecieron las ambiciones de Fulgencio Batista, quien a la cabeza de una asonada militar, asaltó el poder el 10 de marzo de este mismo año.



Movimiento revolucionario

La inercia e incapacidad de los partidos políticos burgueses para enfrentar al régimen castrense al cual se adhirieron algunos de estos partidos contrastó con la beligerancia de los sectores populares, en especial de la joven generación que recién nacía a la vida política. De sus filas nació un movimiento de nuevo tipo, encabezado por Fidel Castro, un joven abogado cuyas primeras actividades políticas se habían desarrollado en el medio universitario y las filas de la ortodoxia. Preconizando una nueva estrategia de lucha armada contra la dictadura, Fidel se dio a la silenciosa y tenaz preparación de esa batalla.

Las acciones se desencadenarían el 26 de julio de 1953, con el asalto simultáneo a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba y Céspedes en Bayamo, concebidas como detonante de una vasta insurrección popular. Al fracasar la operación, decenas de asaltantes que cayeron prisioneros fueron asesinados. Otros sobrevivientes, entre los que se encontraba Fidel, fueron juzgados y condenados a severas penas de prisión. En el juicio que se les siguió, el joven líder revolucionario pronunció un brillante alegato de autodefensa conocido como La Historia me absolverá, en el cual fundamentaba el derecho del pueblo a la rebelión contra la tiranía y explicaba las causas, vías y objetivos de la lucha emprendida. Este alegato se convertiría en el programa de la revolución.

Entretanto, la dictadura enfrentaba la crítica coyuntura creada por el descenso de los precios del azúcar con la manida fórmula de la restricción productiva. Para contrarrestar sus efectos depresivos, el gobierno inicia una movilización compulsiva de recursos financieros que, en proporción apreciable, terminarían en las arcas de los personeros del régimen. No obstante el fomento de nuevos renglones productivos en las dos décadas precedentes, la economía cubana, uncida al azúcar, no alcanzaba un crecimiento satisfactorio. Evidencia máxima de ello era la masa de desempleados y subempleados que ya, a mediados de la década de 1950, llegaría a constituir la tercera parte de la fuerza laboral del país.

El intento de la tiranía por legalizar su estatus mediante unas espurias elecciones en 1954, serviría al menos para aplacar su seña represiva. La circunstancia fue aprovechada por el movimiento de masas que en 1955 ascendió de manera significativa y logró la amnistía de los presos políticos, entre ellos los combatientes del Moncada, y escenificó huelgas obreras de gran importancia, sobre todo en el sector azucarero. En ese mismo año se funda el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7), constituido por Fidel y sus compañeros, y un año más tarde se crea el Directorio Revolucionario, que agrupa a los elementos más combativos del estudiantado universitario.

Tras demostrar la imposibilidad de toda lucha legal contra la tiranía, Fidel Castro marcha hacia México con el propósito de organizar una expedición liberadora e iniciar la guerra revolucionaria. Por su parte, los partidos burgueses de la oposición ensayan una nueva maniobra conciliadora con Batista en busca de una salida "política" a la situación. El fracaso terminaría por hundirlos en el desprestigio.

El 2 de diciembre de 1956, Fidel desembarcaba al frente de la expedición del Yate Granma, en Las Coloradas, provincia de Oriente. Dos días antes, los combatientes clandestinos del Movimiento 26 de Julio, al mando de Frank País, habían llevado a cabo en Santiago de Cuba un levantamiento de apoyo al desembarco. Al no coincidir ambas acciones, el levantamiento terminaba en un lamentable fracaso. Tras el revés del lugar llamado Alegría de Pío, que dispersara al contingente expedicionario, Fidel Castro y un puñado de combatientes lograban ganar el firme de la Sierra Maestra para constituir el núcleo inicial del Ejército Rebelde. Su carta de presentación sería, un mes después, la toma del pequeño cuartel de La Plata, acción que serviría para desmentir las versiones propaladas por la dictadura acerca del total exterminio de los expedicionarios.

En 1957, mientras el Ejército Rebelde se gestaba en las montañas con una serie de acciones entre las más importantes el combate de El Uvero, donde se aniquiló una guarnición de 59 soldados, en las ciudades se desarrollaba con gran ímpetu la lucha clandestina. El 13 de marzo de ese mismo año, un destacamento del Directorio Revolucionario realizaba un ataque al Palacio Presidencial en La Habana, con el propósito de ajusticiar al tirano, pero fracasan. En esta acción caería en combate José Antonio Echeverría, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). A los atentados y actos de sabotaje, la tiranía respondería con un incremento de las torturas a los detenidos y una oleada de crímenes.

En el mes de julio, el asesinato de Frank País provocaría una huelga espontánea que paralizó gran parte de la nación. Poco después, en septiembre, el alzamiento del puesto naval de la ciudad de Cienfuegos pondría en evidencia las profundas grietas en las fuerzas armadas del batistato. A finales de año, el ejército fracasa en su ofensiva contra la Sierra Maestra, en la que ya se han consolidado dos columnas guerrilleras.

A principio de 1958, el movimiento revolucionario decide acelerar la caída del tirano mediante una huelga general con características de insurrección. En la Sierra Maestra, Fidel Castro crea dos nuevas columnas al mando de los comandantes Raúl Castro y Juan Almeida, quienes deben abrir dos frentes guerrilleros en otras zonas montañosas de Oriente. La huelga, convocada el 9 de abril, se malogra con graves pérdidas para las fuerzas revolucionarias. Batista cree llegado el momento de liquidar la insurrección, y en el verano lanza una ofensiva de 10 000 hombres sobre la Sierra Maestra. En feroces combates y batallas: Santo Domingo, El Jigüe, Vegas de Jibacoa, y otros, las tropas rebeldes derrotan a los batallones de la tiranía que logran penetrar en la Sierra y los obliga a retirarse. Ese es el viraje definitivo. Los partidos de la oposición burguesa, que hasta entonces han maniobrado para capitalizar la rebeldía popular, se apresuran en reconocer el indiscutible liderazgo de Fidel Castro.

Columnas rebeldes parten hacia diversos puntos del territorio nacional, entre ellas las de los comandantes Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, quienes avanzan hacia la provincia de Las Villas. En esa zona ya operan diversos grupos de combatientes, entre otros los del Directorio Revolucionario y el Partido Socialista Popular (Comunista). El 20 de noviembre el Comandante en Jefe de las tropas rebeldes, Fidel Castro, dirige personalmente la Batalla de Guisa, que marca el comienzo de la definitiva ofensiva revolucionaria. En acciones coordinadas, las ya numerosas columnas del II y el III frentes orientales van tomando las poblaciones aledañas para cerrar el cerco sobre Santiago de Cuba. El Che, en Las Villas, toma uno tras otro los pueblos a lo largo de la carretera central y se apresta al asalto de la ciudad de Santa Clara, capital provincial, mientras que, por su parte Camilo Cienfuegos, rinde en tenaz combate el cuartel de la ciudad de Yaguajay.

El 1 de enero de 1959 Batista abandona el país. En una maniobra de última hora, bendecida por la embajada norteamericana, el General Eulogio Cantillo intenta crear una junta cívico-militar. Fidel Castro conmina a la guarnición de Santiago de Cuba a que se rinda y al pueblo a una huelga general que, apoyada masivamente por todo el país, aseguraría la victoria de la Revolución.

Apenas instalado en el poder, el gobierno revolucionario inició el desmantelamiento del sistema político neocolonial. Se disolvieron los cuerpos represivos y se garantizó a los ciudadanos, por primera vez en largos años, el ejercicio pleno de sus derechos. La administración pública fue saneada y se confiscaron los bienes malversados. De esta manera se erradicó esa tan funesta práctica de la vida republicana. Los criminales de guerra batistianos fueron juzgados y sancionados, se barrió a la corrompida dirección del movimiento obrero y quedaron disueltos los partidos políticos que habían servido a la tiranía.

La designación del Comandante Fidel Castro como Primer Ministro en el mes de febrero, imprimiría un ritmo acelerado a las medidas de beneficio popular. Se aprobó una rebaja general de alquileres; las playas, antes privadas se pusieron a disposición del pueblo para su disfrute y se intervinieron las compañías que monopolizaban los servicios públicos. Un hito trascendental en este proceso sería la Ley de Reforma Agraria, aprobada el 17 de mayo, la cual eliminaba el latifundio al nacionalizar todas las propiedades de más de 420 ha de extensión, y entregaba la propiedad de la tierra a decenas de miles de campesinos, arrendatarios y precaristas.

Esta medida, que eliminaba uno de los soportes fundamentales del dominio neocolonial, suscitó la airada respuesta de los intereses afectados. El gobierno de Estados Unidos no había ocultado su disgusto por el “Triunfo de la Revolución” y, tras promover una malintencionada campaña de prensa, adoptó una política de hostigamiento sistemático contra Cuba, alentando y apoyando a movimientos contrarrevolucionarios con el propósito de desestabilizar el país. Los obstáculos interpuestos por el presidente Manuel Urrutia a las transformaciones revolucionarias provocaron en julio la renuncia de Fidel Castro al premierato, cargo al que retornaría días después en medio de multitudinarias manifestaciones de apoyo que determinaron la renuncia del presidente y su sustitución por Osvaldo Dorticós.




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