Antonio Di Benedetto, un escritor nuestro, comprometido con su tiempo
Por: Acercándonos Ediciones
Publicado: 02/11/2023





Nace en Mendoza, el 2 de noviembre de 1922. Descendiente de italianos por ambas ramas familiares, aunque su madre había nacido en Brasil. Su abuelo paterno era vitivinicultor y tenía una bodega en Mendoza. Su padre había seguido la carrera militar y era enólogo.

"Muchos apelan a la referencia de los signos del zodíaco. Yo los paso por alto porque cuento con una predestinación especial: la fecha de mi nacimiento. Y esa nominación religiosa que corresponde al Día de los Muertos me ha acompañado con una fidelidad absoluta. De modo que me crea dudas a menudo sobre mi existencia", dirá el escritor en una entrevista con Joaquín Soler Serrano en 1985, realizada para la Televisión Española.

En 1928 comienza a cursar la escuela primaria en la localidad de Bermejo, en Mendoza, cinco años más tarde, e l 13 de febrero muere su padre en circunstancias imprecisas. Este hecho marcaría definitivamente su vida.

"Mi padre era severo, enérgico, y se retiró de mi vida cuando yo era un niño de 10 años. Lo importante es el misterio sobre la muerte de él que nunca me fue revelado por un acto de compasión. Me dijeron que fue de muerte natural, pero yo esa noche escuché una explosión", recordará el escritor en la entrevista para la Televisión Española.

Va a vivir una temporada con sus abuelos. Viaja por primera vez a Buenos Aires, invitado por un tío.

A los 16 años, comienza a trabajar como periodista en medios gráficos. Su primer trabajo es como cronista de cine de un periódico independiente llamado La Semana.

Cursa estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba y en la Universidad Nacional de Tucumán, pero no concluye la carrera.

Es nombrado jefe de las secciones de artes, letras y espectáculos en el diario Los Andes de la provincia de Mendoza en 1949. También es corresponsal del diario La Prensa de Buenos Aires.

La editorial Fabril publica, en Buenos Aires, su primer libro de cuentos, "Mundo animal", Antonio tenía 31 años para entonces.

"Los sueños y la muerte adquieren enorme importancia en la obra de Di Benedetto. Y ambos conceptos se entrelazan. [...] La muerte posee un carácter liberador. La muerte es un sueño. En ‘Reducido’, el perro soñado por el personaje le pide que vaya con él a los sueños, al sueño de la muerte. En ‘Bizcocho’ para polillas luego de una soledad extrema, del apolillamiento que genera el destierro, el personaje le pide a esas propias polillas que lo trasladen al sueño de la muerte: ‘Ahora están comiendo mi corazón, ahí han llegado las penetrantes, y yo siento, cada vez más, un grande alivio, como si fuera entrando en un sueño, pasito, pasito...’ [...] La única forma de no muerte, la única forma de combatir la no existencia, es asediar la nada, porque la nada no es la muerte física. La verdadera muerte es la nada en vida. En ‘Caballo’ en el salitral, la muerte, generosa, asedia ella misma la nada y se transforma, en un ciclo inevitable, en generadora de vida. ‘No importa, porque la madre ha encontrado nido hecho donde alumbrar sus huevos. Como una mano combada... la cabeza invertida del caballito ciego acoge en el fondo a la dulcísima ave. Después cuando se abran los huevos, será una caja de trinos", señala Jorge Hardmeier, en la Revista Trinacional de Literatura y Arte, Chile-Argentina-Perú, el 1º de abril de 1999.

Sobre el origen de su vocación de escritor, Di Benedetto dirá en la entrevista realizada por la Televisión Española: "Yo creo que aprendí a contar gracias a mi madre porque de niño ella era muy animadora de las noches y se dedicaba a contar cosas de mi sufrida y aventurera familia (…) Mi padre dejó muchas cosas escritas, algunas publicadas".

Un año más tarde su libro de cuentos "El pentágono" es publicado en Buenos Aires, por Ediciones Doble P.

"En palabras de Jimena Néspolo, autora del prólogo de esta nueva edición, El pentágono logra ‘poner en jaque ciertas pautas de construcción realista del relato [...] donde todas las alternativas argumentales son posibles puesto que los diversos porvenires conviven en una imagen incompleta, no falsa, del universo amoroso’.

Su pluma gira sobre sí misma, melodiosa, estilizada. Sus monólogos de oraciones cortas (‘Laura no está porque no es. Laura es aquello a lo cual se tiende.’) denotan la extrañeza que anida en las relaciones humanas. Asociado con las tradiciones de vanguardia, Di Benedetto confesó acerca de este libro: ‘Transcurría la década del 40, y, saturado de novela tradicional, cometí el atrevimiento, en grado de tentativa, de ‘contar de otra manera’. Así provoqué esta novela en forma de cuentos.’ Como en un film onírico dirigido por David Lynch, ‘El pentágono’ fuga hacia lo absurdo y lo fantástico, produciendo una realidad literaria única, irreductible a lo referencial o realista. Como cuando el protagonista es obligado a meterse en el barro y chapalear durante un careo judicial (‘Aparte de ser una alusión, importaba colocarme en situación de inferioridad frente al otro’), o la incoherencia que lo asalta al descubrir que su novia vive dentro... ¡de un contrabajo!", escribió Eugenia Zicavo, a propósito de la reedición del libro, en el Diario Perfil, Suplemento Oh, Buenos Aires, 20 de noviembre de 2005.

En 1956 Ediciones Doble P publica en Buenos Aires, su novela "Zama".

"’Zama’ no se rebaja a la demagogia de lo maravilloso ni a la ilustración de tesis sociológicas; no se obstina en repetirnos las viejas crónicas familiares que marchitan la novela burguesa desde fines del siglo XIX; no divide la realidad, que es problemática, en naciones; no pretende ser la suma de ningún grupo o lugar; no da al lector lo que el lector espera de antemano, porque los prejuicios de la época hayan condicionado a su autor induciéndolo a escribir lo que su público le impone; no honra revoluciones ni héroes de extracción dudosa, y sin embargo, a pesar de su austeridad, de su laconismo, por ser la novela de la espera y de la soledad, no hace sino representar a su modo, oblicuamente, la condición profunda de América, que titila, frágil, en cada uno de nosotros. Nada que ver con ‘Zama’ la exaltación patriotera, la falsa historicidad y el color local. La agonía oscura de ‘Zama’ es solidaria de la del continente en el que esa agonía tiene lugar", escribió Juan José Saer en "El concepto de ficción", Seix Barral, 1997.



Es nombrado Director del Teatro Independencia de la Universidad Nacional de Cuyo y trabaja como corresponsal del diario La Prensa en América y Europa.

Recibe el Primer Premio otorgado por en el Concurso Nacional de Cuentos del Diario La Razón.

En 1957 aparece, en Buenos Aires, su libro de cuentos "Grot" que será reeditado en 1969 con el título de "Cuentos claros".

"Conectado con Arlt por su sensibilidad gozosa por la vileza, y con Borges por la silenciosa parquedad con que desliza lo fantástico en lo cotidiano, Di Benedetto aparece a la reflexión como el puente entre ambos, como la tercera pluma, que da sentido de conjunto a una época clave de la literatura argentina. Los tres mantienen su personalidad irreductible, pero poco a poco, por detrás de intentos infructuosos por enfrentarlos, se van consolidando las líneas comunes. Por ejemplo, mientras en el mercado interno y externo se celebraba la orgía de ‘latinoamericanismo for export’, los tres se mantuvieron ejemplarmente alejados de magias y folklores, una línea que gracias a ellos y otros escritores notables identifica hoy a la literatura argentina, aunque el costo en ventas internacionales sea, por ahora, grande. En estos cuentos queda particularmente claro uno de los motores narrativos de Di Benedetto: en esos personajes que recurren al amor como una sublimación de sus soledades, como una ficción que simule vínculos con el mundo, queda plasmada esa ambigua interacción entre el exterior y el interior, esa suspensión existencial en que viven sus personajes y muchos argentinos, y que es uno de los sellos del gran escritor", escribió Jorge Barón Biza, en La Voz del Interior, Córdoba, el 17 de agosto de 2000.

Recibe el Premio Provincial D’Accurzio y el Primer Premio de los Retratos Nacionales de Literatura de la Región Andina.

Su libro de cuentos "Declinación y Ángel" es publicado en Mendoza por la Editorial Inca en 1958.

"Un prologuista de mis libros habló de la literatura experimental que yo hacía. Era cierto porque yo trataba de buscar cada vez una forma distinta. Y eso me vino de un gran cansancio porque algo me marcó leer a Balzac y haberme empalagado. Y dije: la literatura no debe ser así, debe cambiar ante todo. Y lo fui intentando", señala en la entrevista realizada por TVE.

Es convocado por Jorge Luis Borges, director de la Biblioteca Nacional, a dar una conferencia sobre la literatura fantástica argentina. Por ese motivo, viaja a Buenos Aires.

El 5 de mayo de 1960 se estrena, en Buenos Aires, el film "Álamos talados", con dirección de Catrano Catrani y guión de Abelardo Arias y Antonio Di Benedetto.

El Gobierno francés le otorga una beca de estudios de periodismo en París.

Es representante de La Prensa en el Festival Cinematográfico Internacional de Cannes de ese año.

1961, aparece en Buenos Aires, su libro de cuentos "El cariño de los tontos" (editorial Goyanarte).

En 1963 concurre como invitado a los Festivales de Cine de Berlín, San Sebastián y Santa Margherita de Ligure y del Teatro de Suiza. Meses después la editorial Troquel, de Buenos Aires, publica la novela "El silenciero", con prólogo de Juan José Saer.

"Las tres principales novelas de Antonio Di Benedetto, ‘Zama’, ‘El silenciero’ y ‘Los suicidas’, en razón de la unidad estilística y temática que las rige, forman una especie de trilogía y, digámoslo desde ya para que quede claro de una vez por todas, constituyen uno de los momentos culminantes de la narrativa en lengua castellana de nuestro siglo. En la literatura argentina, Di Benedetto es uno de los pocos escritores que han sabido elaborar un estilo propio, fundado en la exactitud y en la economía y que, a pesar de su laconismo y de su aparente pobreza, se modula en muchos matices, coloquiales o reflexivos, descriptivos o líricos, y es de una eficacia sorprendente. [...] De sus construcciones novelísticas, el capricho está desterrado. Su arte sutil va descartando con mano segura las escorias retóricas para concentrarse en lo esencial. De ese arte singular, ‘El silenciero’ es una de las cumbres. Aparecida por primera vez en 1964, esta novela prosigue el soliloquio narrativo iniciado con ‘Zama’ en 1956 y que se prolongará en ‘Los suicidas’, publicada en 1966, formando un sistema tácito que se propone representar el mundo, del que el ruido, en ‘El silenciero’, no es más que una variación metonímica, como "un instrumento de-no-dejar-ser", escribió Juan José Saer, en el prólogo.

La Subsecretaría de Cultura de la Nación le otorga el Gran Premio de Novela.

En 1967 es nombrado Subdirector del Diario Los Andes, de Mendoza.

La novela "Los suicidas" recibe por unanimidad la primera mención del concurso organizado por Primera Plana y la Editorial Sudamericana. El jurado fue integrado por Gabriel García Márquez, Augusto Roa Bastos y Leopoldo Marechal en 1969.

"En ‘Los suicidas’ el narrador-protagonista se sueña desnudo. ¿Qué otra imagen más clara para describir el deseo de vuelta al refugio inicial frente a la insoportable y abrumadora presencia del contexto exterior? Y, en esta novela, la figura de la madre o de la amante-madre adquiere, también, un valor esencial y la espera y la búsqueda, al igual que en ‘Zama’ o ‘El silenciero’ no concluye jamás, como si se tratara de un bosque tupido, detrás del cual hay otro bosque y otro y otro, sin solución de continuidad. ‘Debo vestirme porque estoy desnudo. Completamente desnudo. Así se nace.’ Es decir, recomienza la búsqueda de esa soledad-refugio. [...] El padre y el mundo exterior son los dos elementos poderosos que hostilizan al hombre, sin permitirle ese estado idílico que tanto anhela. ... En ‘Los suicidas’ el agobio ejercido por el mundo exterior y que provoca la determinación de alcanzar la muerte por mano propia, está centrado en la figura del padre. Finalmente, el personaje principal logra aislarse del aura de muerte que le ha legado. Pero no es el caso de los jóvenes suicidas (cuyas connotaciones el propio personaje investiga): ‘Eligieron el revolver por la rapidez. Lo hurtaron del padre verdugo’", escribió Jorge Hardmeier en la Revista Trinacional de Literatura y Arte, antes citada.

Sobre esta novela, Di Benedetto dirá: "Este libro es bastante franco sobre este tema (los suicidios en su familia) y hay un capítulo que narra lo que sucedió con mi abuelo y mi primo. La lucha entre el abuelo y el nieto por la misma mujer", de la entrevista realizada por la Televisión Española.



El gobierno italiano lo condecora como Caballero de la Orden de Mérito.

En 1973 es designado miembro fundador del Club de los XIII, un grupo de trece escritores y críticos argentinos que otorga, todos los años, un premio a la mejor obra narrativa del año anterior.

Se desempeña como crítico de cine en el Festival Cinematográfico Internacional, un año más tarde recibe la beca Guggenheim.

Pocas horas después del golpe militar del 24 de marzo, Di Benedetto es secuestrado por el Ejército.
"En una entrevista de María Esther Vázquez a Adelma Petroni, una escultora amiga del escritor, nos enteramos de algunos datos puntuales referidos a la gestación de estos cuentos durante los diecinueve meses en que Di Benedetto estuvo preso por la junta militar: ‘Primero estuvo detenido unos meses en Mendoza, en el Colegio Militar. No se lo podía ver, pero sí llevarle ropas y alimentos. Cuando lo trasladaron sorpresivamente a la Unidad 9 de La Plata, no nos dijeron adónde lo habían llevado. Empezamos a buscar con Bernardo Canal Feijóo, y los dos, cada uno por su lado, logramos saber su destino. [...] Estuvo preso un año y siete meses, desde marzo de 1976 hasta septiembre de 1977. Yo pedí a todo el mundo que hiciese lo posible para lograr su libertad. Finalmente el Premio Nobel de Literatura Heinrich Böll le envió un telegrama a Videla’. Antonio Di Benedetto sufrió cuatro simulacros de fusilamiento y numerosos golpes. Sin poder escribir, porque le rompían todos los papeles, encontró entonces un ardid: ‘Me mandaba cartas donde me decía: ‘Anoche tuve un sueño muy lindo, voy a contártelo’. Y transcribía el texto del cuento con letra microscópica (había que leerla con lupa). Después esos cuentos se editaron bajo el título de ‘Absurdos’. Con el anticipo que le dio el editor viajó a Europa, dio algunas vueltas y se instaló en España’", relata una nota de Jimena Néspolo, publicada en el suplemento Radar Libros, de Página 12, el 12 de septiembre de 2004.

El 4 de septiembre de 1977 es excarcelado gracias a las gestiones de personalidades como Ernesto Sabato, Heinrich Böll y Victoria Ocampo.

Marcha al exilio, primero en Estados Unidos. Después viaja a Francia y España.

La editorial Pomaire, de Barcelona (España) publica su libro de cuentos "Absurdos".

"Los cuentos recopilados en ‘Absurdos’ vuelven a intranquilizar. Los relatos que integran este libro fueron escritos en la cárcel. Como sabemos, la dictadura argentina tuvo prisionero a Di Benedetto 18 meses. [...] El recorrido de los cuentos es arduo; a causa de una prosa fragmentaria, quebradiza y opaca, pero ideada con procedimientos narrativos de una eficacia sorprendente. ‘Renato ha despertado, con las elementales medicinas de las caricias y el agua. Lo vela el cariño de dos seres que no se apartan de él.’ ‘Anochece. Alborea. Jonás ha salido a comprobar el alcance de la devastación…’ Si bien podemos leer a la dictadura como el fantasma que acecha, desde un fondo oculto y simbólico, a todos los cuentos que se han reunido en el libro, también podemos decir que la inteligencia, el rigor y la economía de un estilo no pactan con lo previsible. La destrucción de la identidad socavada por la obsesión, en ‘Hombre invadido’; la pulverización de la voluntad que sufre el personaje de ‘Obstinado visor’; la traición y la muerte de Lumila causadas por su perro ‘Fiel’; son sólo derrotas que cuentan historias… ¿o cuenta una historia?", escribió Carolina Sager para el diario El Ciudadano, Suplemento de Cultura, Rosario, 17 de enero de 2005.

En 1979 se estrena, en Buenos Aires, el film "El juicio de Dios", dirigido por Hugo Fili, según cuento homónimo de Antonio Di Benedetto.

Recibe el Premio de Roma, "Italia - América Latina".

La editorial Bruguera, de Barcelona, publica "Caballo en el Salitral" (1981). La presentación del libro está a cargo de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Manuel Mujica Láinez. Recibe una beca otorgada por la Fundación Mac Dowell, de Estados Unidos.

La editorial Bruguera publica, en Buenos Aires, "Cuentos del exilio" (1983).

En 1984 recibe el Premio Konex Diploma al Mérito y el Konex de Platino en el rubro "Novela: Primera Obra publicada después de 1950". Es nombrado Miembro de Número de la Academia Argentina de Letras y Asesor de la Secretaría de Cultura de la Nación.

Un año después regresa definitivamente a la Argentina.

La editorial Alianza, de Madrid (España), publica su novela "Sombras, nada más". Recibe el Premio Esteban Echeverría, otorgado por la Asociación Gente de Letras. Es convocado por el gobierno de Raúl Alfonsín para ocupar un cargo de asesor en la Dirección Nacional del Libro. Su contrato no es renovado por "razones de austeridad". Sobrevive sus últimos meses con un modesto empleo en la Casa de Mendoza.

En 1986 Recibió el Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). El 10 de octubre, muere víctima de un derrame cerebral. Luego de su muerte es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Cuyo.


 


Nido en los huesos
Por Antonio Di Benedetto


Yo no soy el mono. Tengo ideas distintas, aunque se nos haya puesto, por lo menos al principio, en la misma situación.

Mi padre lo trajo como a la palmera. Le sobra tierra, le sobra dinero. Puso la palmenta y le pareció muy bien mientras permaneció joven y primorosa. Pero cuando se fue estirando, estirando, se fastidió de ella, por desgarbada y barbuda, por inadaptada, dice él. Porque la perdió de vista, creo yo, pues no acostumbra llevar la mirada al cielo, al menos, hacia el lado donde se erguía la palma. Mira hacia la boca del río, donde se forman las tormentas, ya que de las lluvias depende, para bien o para mal, la cosecha.

Tampoco cayó en la cuenta de que el monito no se adaptaría, no sólo por cuestiones de clima, sino porque le sería imposible adaptarse a la familia, y él quería que fuese como un miembro de la familia. Quizás no andaba del todo desacertado, pues, favorecido por ciertas consideraciones, en las que mi padre ocasionalmente se mostraba intuitivo, el pequeño simio hacía algo por ganarse el lugar que se le prometiera. Pero su sitio, en definitiva, fue la palmera. No siempre empleaba mi padre la fiesta, el alimento y la caricia; por sobre todo, lo privaba de comida y no se cuidó de educarlo verdaderamente. El mono huyó, refugiándose en la palmera, como el hijo vuelve a la madre. Bajaba sólo para hurtar o para tomar la comida que la compasión de alguien le hubiese dejado al pie de su vivienda. Vivió solo, tal como se veía la copa raquítica del árbol en su altura. Se puso huraño y meditabundo, torpe para todo lo que no fuera procurarse el sustento. Quizás por malhumor -porque el invernáculo anunciado nunca se construyó- mi padre hizo limpiar de vegetales todo el sector donde se estiraba lentamente, como un suspiro nostálgico, la palmera. Cayeron palmera y mono, y el mono se escondió entre algunos cajones y baúles hasta que los perros, enardecidos por la sangre de un pollo que dio degollado unos pasos agónicos, se le echaron encima sin que nadie se los impidiera.

* * *

Yo no soy el mono, pero también, por orden de mi padre, a causa de infracciones leves, en la niñez muchas veces tuve prohibido el acceso a la mesa. No tengo palmera, sin embargo hice de mi casa una palmera, mejor dicho, de los cuartos y de los cuadros de tierra que podían serlo, de algún paseo, de algún libro y de algún amigo. Mi palmera poseía, en verdad, muchas ramas, y por eso, quizás, tuve la posibilidad de pensar que yo no debía ser como el mono. Tal vez todo dependiese, como en el caso del simio y de la palma, del lugar de nacimiento y del ulterior destino inadecuado. No sé. Tal vez debí nacer en otras tierras y tal vez no sea así.

Es posible que yo no debiese haber nacido en este tiempo. No quiero decir con ello que mi alumbramiento hubo de producirse en la Edad Media ni en el mismo año que el de Dostoyevski. No. Tal vez yo debí nacer en el siglo xxi o en el XXII. No tampoco porque crea que entonces será más fácil vivir, aunque es posible que lo sea. Para que sea posible, ya que es imposible que yo nazca transcurrida una centuria, he querido, en la medida de mis fuerzas, ser de alguna utilidad.

Cuando comprendí la inutilidad del mono pude acercarme a lo que me pareció hacerse un destino útil, siquiera sea para los demás. Su cabeza hueca me sugirió el aprovechamiento de la mía. Quise hacer de ella, y fue sencillo hacerlo, un nido de pájaros. Mi cabeza se colmó de pájaros, voluntaria y gozosamente, de mi parte y la de ellos. Gozaba, sí, por la felicidad del nido firme, seguro y abrigado que podía darles, y gozaba de otras maneras distintas. Cuando, por ejemplo, aquella vez hice mi aparición, físicamente sombría, en el semialborozo, con urdimbre de cálculo e inquietud transfigurados, del té-canasta de mi madre, y ella tuvo que decirme, retadora y perdiendo aplomo, que cómo hacía eso de ponerme a silbar en medio de la reunión de señoras. Y yo decía, con mi boca de labios desunidos nada más que por una sonrisa de lástima de su ignorancia, que no era yo mismo quien silbaba, y en aquella muchacha suscité el asombro candoroso de quien presencia el tránsito de un-dios musical, tangible y perecedero.

* * *

No fue siempre así, sino apenas unos años, quizás unos meses. Con el cambio he dudado un tanto de que haciendo la felicidad de un pájaro haré la felicidad de todas las familias de los siglos venideros. Si todos pusiéramos nuestra cabeza al servicio de la felicidad general, tal vez podría ser. Pero nuestra cabeza, no sólo el sentimiento.

Yo puse la mía y tuvo gorriones, canarios y perdices dichosos. También lo son ahora los buitres que han anidado en ella. Pero ya no puedo serlo. Son inacabablemente voraces y han afinado su pico para comerse hasta el último trocito de mi cerebro. Ya en hueso mondo, aún me picotean, no diré con saña, pero como cumpliendo una obligación. Y aunque sus picotazos fueran afectuosos y juguetones, nunca podrían ser tiernos. Duelen ferozmente, hacen doler el hueso y hacen expandir mi dolor y mi tortura en un llanto histérico y desgarrado de fluir constante. Nada puedo contra ellos y nadie puede, pues nadie puede verlos, como nadie veía a los pájaros que silbaban. Y aquí estoy yo, con mi nido rebosante de buitres que, aprovechados, insidiosos y perennes, hacen crujir, con cada picotazo de cada uno de sus mil picos, cada hueso de cada parte de todo mi esqueleto. Aquí estoy, escondido entre los baúles, a la espera de que alguno de los que antaño dieron de comer al mono se compadezca de este acorralado y azuce los perros.

Pero, por favor, que nadie, por conocer mi historia, se deje ganar por el horror; que lo supere y que no desista, si alienta algún buen propósito de poblar su cabeza de pájaros.

(De: Mundo animal)

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